Como no pudimos presentarnos ante el capitán Gaelan de manera directa tras su llegada, recurrimos a un plan alternativo. Seguimos con nuestro día de manera corriente, es decir, entrenando esgrima y haciendo intensos ejercicios físicos, la única diferencia con respecto a nuestros esquemas tradicionales radicando en la locación. Casualmente habíamos decidido llevar a cabo nuestras prácticas muy cerca de la mansión del sabio. Frente a la puerta de la mansión, de hecho. Literalmente frente a ella. Obviamente Urien no participó de las prácticas, aunque cerca del atardecer se acercó para saludar y estar un rato con nosotros. Para su consuelo, Eileonna había viajado a Leydenar para estar con él, negándole así la posibilidad de quejarse. Cada vez que podía les echaba una mirada, sonriendo al ver lo felices que se veían. No creía que fueran a durar toda la vida juntos, eso hubiera sido pedir demasiado. Ver a mi amigo disfrutando de la vida, al menos transitoriamente, alcanzaba y sobraba.
Luchando contra Jorin comencé a pensar en el curioso efecto que nuestras mujeres más queridas tenían sobre nosotros los guerreros. Jorin no era tan bueno como yo, ni remotamente cerca, pero cuando luchaba frente a Marilen lo hacía con una energía casi contagiosa. Sus movimientos se volvían más refinados y coordinados, sus golpes más pesados. Cuando estaba por llegar a situaciones límites en las que normalmente se rendiría, sacaba una reserva adicional y conseguía emparejar la lucha. Lamentablemente para mi amigo, ni toda la fuerza de su tierno amor con mi hermana le alcanzaría para vencerme, así que terminó varias veces mirando al cielo, tumbado sobre su espalda mientras intentaba recuperar el aire.
Algo similar pasaba con Urien, pero no en el aspecto militar. Cuando estaba con su novia reía todo el tiempo, haciendo observaciones y comentarios sagaces, siempre en busca de que la chica se riera con las mismas ganas que él. Cada vez que Eileonna estallaba en risas, los ojos de Urien adquirían un brillo enceguecedor, la felicidad más pura dibujándose en ellos. Urien hubiera dedicado su vida entera a hacerla reír de haber podido hacerlo, no tenía dudas.
Si bien estaba feliz por mis dos amigos, también comenzaba a desarrollar un poco de celos. Ellos estaban enamorados de muchachas que les correspondían ese amor, mientras yo lo estaba de una diosa inalcanzable. No me malinterpreten, Erian realmente era mi amiga, teníamos una buena relación, más que nada por el nexo que era Marilen, pero nuestro romance se limitaba a lo que ocurría en mis sueños y en mis ratos libres de ociosa imaginación. No era lo mismo, créanme. Quizás, solo quizás, aquellos celos eran la razón principal por la que ese día vapuleé de manera tan contundente a mis amigos, venciéndolos sin siquiera darles la oportunidad de creer que podían ganarme.
Tras cansarse de recibir palizas, Jorin intercambió su puesto con Zagan, yendo a practicar con un más accesible Aremis, dejando a mi robusto amigo como mi nueva víctima. Sonreí desafiante, poniéndome en postura para atacar, pero permitiéndole tomar la iniciativa. Derrotarlo mediante contraataques me sería más divertido que simplemente molerlo a palos como casi siempre. Zagan podía tener la resistencia y la fuerza de un caballo, pero hasta la bestia más incansable termina sucumbiendo ante la insistencia de una fuerza más diestra. Mi rival comenzó a dar círculos a mi alrededor, pasándose el bastón que usaba para entrenarse de una mano a otra. Por suerte Zagan no entrenaba con su mortal maza con punta de acero; casi nunca alcanzaba a darme, pero cuando lo hacía sus golpes realmente dolían. Un golpe con su maza probablemente me hubiera dejado estúpido, así que era un alivio que optara por luchar con el bastón que tanto le gustaba a Jorin. Yo por mi parte utilizaba la misma espada roma de siempre, esa con la que había entrenado tanto tiempo luego de la partida de Thales; si bien no podía causar daños considerables con ella, amaba profundamente a mi espada. Mis amigos podían quedarse con las niñas que quisieran, yo era feliz con mis armas.
Zagan terminó atacando, blandiendo el bastón de manera descendente, dando un gran salto hacia adelante para intentar tomarme por sorpresa. Al comienzo de su ataque yo ya había analizado todas mis opciones, decidiendo finalmente esquivar su golpe con un simple salto lateral. Me mantuve a la defensiva durante unos instantes, sonriéndole y provocándole para que pierda la compostura y se lanzara a un ataque imprudente, patrón que Zagan solía tener. Siempre me burlaba de él diciéndole que si no acertaba el primer golpe terminaría perdiendo, ya que al fallar perdía la tranquilidad y se convertía en un toro enceguecido por la ira, un blanco mucho más fácil de abatir que un guerrero pensante y prudente.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasiaUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...