XII: La guerra.

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El consejo de guerra de Swaney resultó no ser tan eficaz como pensábamos, por lo que nos vimos obligados a acampar junto a la ciudad durante cinco gélidos días. No era la mejor manera de arrancar la campaña, ya que los soldados menos experimentados ya estaban quejándose de las inclemencias del clima y de la falta de prolijidad de los altos mandos. A mí no me molestaba demasiado estar pasando frío y hambre, lo que más me enloquecía era el tedio de no estar haciendo absolutamente nada. Ni siquiera podía conversar con mis amigos, ya que estaban dispuestos en otros campamentos, y para evitar problemas y rencillas, los centenares nos habían pedido que mantuviéramos el orden y nos quedáramos cerca de nuestros puestos. Mi aburrimiento solo cesaba un poco cuando Segis se me acercaba para charlar, algo que solía hacer durante las tardes, poco antes de que cenáramos sopa tibia rebajada con agua. Gracias a él fui aprendiendo algunas cosas sobre la guerra.

―Será una campaña breve― me confió durante la cuarta noche en el campamento. Aquella noche nos habían traído algo de carne de las tabernas y posadas de la ciudad, gesto que agradecimos devorando nuestras cenas a una velocidad insalubre―. Durará lo que dure el otoño, ya que en invierno los ejércitos no luchan.

―¿Por qué?― quise saber.

―Imagínate estar acampando en este mismo sitio pero con un viento helado y constante. Ahora imagínate acampar en plena llanura, o en una colina, o en un bosque repleto de nieve. No suena muy alentador, ¿verdad? Y ni hablemos de la dificultad para alimentar a un ejército durante los meses del frío― explicó Segis con calma, revolviendo su caldo con un trozo de pan duro―. Los sureños no querrán extender demasiado la lucha, así que seguramente se limitarán a hacer unas rápidas incursiones en nuestro reino antes de retirarse a sus tierras hasta la primavera.

―Ya veo.

―Además no creo que estén en condiciones de afrontar una lucha a gran escala― continuó impasible el centenar, captando la atención de algunos de mis huraños compañeros de campamento, atrayéndolos con sus palabras. Por más que fueran antipáticos, a todos les interesaba aprender más sobre lo que se nos vendría encima en poco tiempo―. Los sureños llevan años en guerra, y no fue sino hasta poco tiempo atrás que Edel terminó de doblegar a Colban y sus soldados. Ni siquiera el oro de Magiar puede rearmar tan rápidamente un ejército.

―¿Estás diciendo que solo haremos unas pocas escaramuzas?― preguntó malhumorado un hombre de rostro cuadrado, a quien aún no había visto soltar su hacha de leñador.

―¡Y con suerte, amigo!― exclamó alegremente Segis, ganándose unas cuantas miradas recriminatorias al mostrarse tan desenfadado ante la perspectiva de la guerra―. Magiar y Swaney se tomarán su tiempo para estudiarse, conocerse y prepararse antes de una eventual batalla.

―Si Magiar está debilitado por sus campañas en el sur, deberíamos atacarlos en sus propias tierras para tomarlos por sorpresa― sugirió un muchacho un par de años más grande que yo, buscando complicidad en sus colegas―. Después de todo, ya tenemos un ejército preparado para la guerra.

Despertó algunos murmullos de aprobación, pero no fueron muchos los que se dignaron a mostrar emoción alguna. Segis en cambio negó con la cabeza lentamente, desechando el plan.

―Swaney convocó a sus tropas solo para demostrar su poder ante los espías de Magiar. Oh, sí, hay espías en la ciudad, ni lo duden― sonrió Segis. Inmediatamente pensé en aquella tarde en la que había visto al por entonces príncipe Magiar. Lo había visto saliendo de una mansión en venta. Nunca volví para verificar si alguien la había comprado, pero era algo secundario de todos modos. Si Magiar se había atrevido a ir a Alacadia, era porque tenía redes de contención tejidas por las dudas―. Swaney quiere demostrarles a esos perros sureños que tiene con qué detenerlos, y que conquistar Alacadia le costará sangre, sudor y lágrimas. Magiar sobró la situación al declarar la guerra tan rápidamente, sin tener tiempo de alistar sus tropas. Le demostraremos que Alacadia es un reino de hombres de verdad, y que no daremos el brazo a torcer como nuestros patéticos vecinos sureños.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora