Sobrevivieron menos de un tercio de los hombres que habían procurado proteger al rey durante sus últimos momentos. La infantería que teníamos frente a nosotros ni siquiera se tomó la molestia de atacarnos, dejándole todo el trabajo a la caballería fresca que acababa de cargar por nuestra retaguardia. Mis compañeros murieron atravesados por las lanzas, partidos a la mitad por las espadas despiadadas de los enemigos, o aplastados por las descomunales patas de esos corceles de guerra que desconocían el significado de la palabra piedad. Swaney luchó heroicamente, pero una lanza le atravesó la coraza y lo derribó del caballo. La poca moral que nos quedaba se fue al demonio al ver caer a nuestro rey, y con ella se fueron también las ganas de luchar. Mis compañeros comenzaron a soltar las armas para salir corriendo como alma que lleva el diablo, saliendo disparados hacia los bosques o hacia la colina, donde con suerte podrían encontrar compañeros de armas que los socorrieran. Yo luché hasta el final, reacio a rendirme. No lo digo para enaltecer mi historia, ya que saben que hablo únicamente con sinceridad, de lo contrario mi relato no tendría sentido. Luché hasta el final porque simplemente no sabía qué hacer. Erynfalk hizo su trabajo, cortando y pinchando a los enemigos que me rodeaban. Honestamente debo admitir que no me prestaron demasiada atención, ya que el objetivo principal era el rey, sus custodios y el estratega del ejército. Saeven también luchó en vez de rendirse, hasta que una lanza se le clavó en la rodilla, partiéndosela y obligándolo a caer sobre el suelo. Uno de los comandantes sureños le gritó que se rindiera para salvar su vida, pero Saeven no lo escuchó. En vez de aceptar la derrota y jurar lealtad a aquel conquistador, Saeven sacó una misericordia de su cinturón y se la clavó en la garganta, salpicando su radiante armadura con sangre espesa y oscura. Con los dos hombres más importantes del reino muertos, Alacadia no tenía salvación.
Yo también estuve a punto de no tenerla. De no ser por mi maestro, siempre mi maestro, hubiera encontrado la muerte en ese campo de batalla. Blackwall me llamó a gritos durante los momentos finales de la escaramuza, pero como no alcanzaba a oírlo, se acercó a mí y me arrastró de un brazo. No tengo memorias del momento, pero de repente me encontré galopando en un brutal alazán con los colores del enemigo en la gualdrapa.
―¡Sígueme!― gritó Blackwall, espoleando a la bestia que montaba para salir de la matanza.
Reaccioné a tiempo y azucé a mi montura, llamando la atención de algunos jinetes que amagaron con perseguirme. Varios cuernos comenzaron a sonar en la llanura y en la colina, y al ver que los jinetes abandonaban la persecución apenas comenzada, supe que ya habían cantado victoria. La batalla que deberíamos haber ganado había acabado. La campaña de defensa de Alacadia, que supuestamente debería haber durado hasta el comienzo del invierno, había terminado en una sola jornada. Swaney había subestimado a su oponente, y ahora el reino entero pagaría las consecuencias.
A pesar de no tener enemigos a mis espaldas, cabalgué con desesperación hacia el bosque al este de la colina, siempre siguiendo los pasos de Blackwall. Solo nos atrevimos a bajar la intensidad cuando dejamos de oír los festejos de los sureños, cuando nos encontrábamos a un par de kilómetros del lugar de la matanza. Allí, aún subido a lomos de mi caballo, vi a Blackwall romper en llanto. En vez de consolarlo, lo imité, dejando que las amargas lágrimas de la derrota cubrieran mi rostro.
―Todo terminó, muchacho― sollozó Blackwall, hundiendo la cabeza en el cuello de su caballo. Se había roto como un niño desconsolado, y su tristeza me estaba partiendo el corazón―. Se acabó, y no duramos ni siquiera un día, no puedo creerlo.
―Hicimos lo que pudimos, maestro― dije con la voz ronca. La desesperación de la parte final de la batalla me había mantenido en pie, pero ahora que la efervescencia se desvanecía, el cansancio me atacó despiadadamente, amenazando con hacerme perder la consciencia―. Hicimos lo que estaba a nuestro alcance, simplemente perdimos contra alguien mejor.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasyUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...