Antes de que pudiera abrir los ojos, el delicioso aroma de carne asada y la reconfortante sensación del calor de una hoguera me dieron la bienvenida. Abstraído como estaba, me di el lujo de disfrutar de esos breves momentos de paz que acabaron cuando me di cuenta de que estaba atado de pies y manos a una estaca cercana a la hoguera. Abrí los ojos lentamente, sintiendo que mi cuerpo se desinflaba; el placer del fuego y de la carne asada desapareció tan súbitamente que hasta me dolió.
Al cabo de unos pocos minutos de estar despierto, un joven pelirrojo gritó algo que no llegué a entender mientras me señalaba. Segundos después, y junto a otros dos hombres, se acercó a mí. Lo reconocí, era Milos.
―Buenas noches, dormilón― dijo el pelirrojo con expresión aguda. Ahora que lo veía de frente, parecía mucho más joven de lo que había calculado previamente―. Es hora de las preguntas.
―Sin preámbulos, Milos― gruñó Jen a su lado, cruzándose de brazos sobre su amplio pecho―. Es tarde, no hay tiempo que perder.
―Le quitas toda la diversión, Jennem― suspiró dramáticamente el muchacho pelirrojo.
―Milos...― reprendió el tercero, un treintañero de pelo oscuro y mirada severa que me miraba intensamente con ojos inteligentes tan negros como sus cabellos.
―Lo siento, teniente, lo siento― se disculpó Milos, antes de acuclillarse frente a mí para estar más cerca―. Ya ves que mi superior y el pelón gruñón están apurados, así que seremos rápidos. ¿Cuántos son?
La pregunta me tomó por sorpresa, así que no supe qué contestar. Afortunadamente, Milos y sus colegas estaban mucho más pacientes de lo que prometían.
―¿Sabes contar, muchacho?― preguntó burlonamente Milos―. ¿Tus papás no te enseñaron a contar las gallinas antes de robártelas de la granja?
―Sí sé contar, y no soy un ladrón― contesté intentando hacerme el rudo, pero como tenía la garganta tan seca por llevar horas sin beber algo, me salió apenas un ronquido poco amenazante.
―Claro, y yo no comí el último trozo de carne de la cena de anoche a escondidas, claro...
―Milos, no te lo volveré a repetir― amenazó Jennem.
―¿Sabes qué? No puedes volver a repetir algo, es una puta redundancia, amigo. Eres tan viejo que asustas, y aun así no sabes hablar como corresponde. ¡Hasta yo hablo mejor tu puto idioma, Jennem, viento y lluvia!
―¿Para qué me molesto?― suspiró el teniente, corriendo al pelirrojo chillón con un manotazo y ocupando su lugar―. Mira, si cooperas seremos más leves. ¿Cuántos soldados hay en ese campamento que estabas vigilando?
―Yo conté una docena... señor― agregué finalmente, dándole al teniente el respeto que merecía. Podían ser mis captores, pero aun así eran soldados organizados, y mi aspirante a guerrero interno lo reconocía―. No los pude ver de cerca, pero juraría que son doce.
―¿Cómo que no pudiste verlos de cerca? ¿Qué clase de vigilante eres si no conoces a quienes cuidas?― protestó Milos volviendo a la conversación.
―¿Y por qué me lo preguntan? Se supone que son sus compañeros, vayan a preguntarles ustedes mismos― acusé furioso, aprovechando que me estaba dirigiendo a Milos y no al teniente.
―Creo que aquí hay al menos un par de confusiones― meditó el teniente en voz alta, rascándose la barba de varios días que cubría su afilado rostro―. Por lo que dices, tú no estabas vigilando el campamento de los bandidos.
―Sí, lo estaba vigilando, pero porque quería buscar una forma de llegar hasta ellos, señor― contesté prestamente.
―¿Y por qué un niño campesino querría entrar al campamento de unos bandidos en el medio del bosque y en plena noche?― preguntó el teniente. Me daba confianza que no hablara con burla o condescendencia, era una conversación estrictamente profesional, y eso era bueno―. ¿Cómo los encontraste, por cierto?
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasyUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...