Aquel día, el ejército integrado por campesinos, comerciantes, sirvientes, artesanos, entre otras cosas, luchó como si sus efectivos llevaran toda una vida guerreando bajo la enseña real. La primera oleada de sanguinarios guerreros chocó contra la barrera defensiva de los ynwenos, haciéndolos retroceder desde el comienzo de la misma. La barrera ynwena apenas alcanzaba a cubrir la parte más estrecha de la colina, y contaba con menos filas de soldados de refresco que la nuestra, así que por primera vez se encontraban seriamente superados. Nuestros hombres trabaron los escudos con los de los enemigos, gritando maldiciones, lanzando cuchilladas, estocadas y tajos, intentando romper la formación a base de hachazos para poder matar a los enemigos. A pesar del ímpetu con el que luchábamos, los ynwenos se negaban a morir, y simplemente se limitaban a recibir los golpes y a aguantar en formación, esperando que nuestros soldados comenzaran a cansarse. Efectivamente así sucedió, pero como detrás de esos valientes de la primera fila había centenares de hombres frescos mucho más furiosos y sedientos de sangre, el curso de la pelea no varió demasiado.
En el plano personal, la batalla se me estaba haciendo un poco tediosa, ya que todavía estaba muy lejos de la primera fila donde amigos y enemigos estaban procurando asesinarse a golpes. Pronto mi situación cambió, ya que Blackwall me llamó a los gritos desde el fondo de la retaguardia. Junto a mí, casi un centenar de guerreros fue convocado, y así formamos un pequeño pelotón aparte. Blackwall tomó el liderazgo con una fuerza natural, y nos alentó a bajar por la ladera de la colina. Cuando le pregunté los motivos, me lo explicó como si fuera lo más obvio del mundo.
―Cargaremos por detrás de su posición y los tomaremos por sorpresa. Estarán demasiado pendientes de nuestros compañeros en el frente principal, así que causaremos una masacre en sus filas― dijo Blackwall, trotando al frente del improvisado pelotón―. ¿Todos tienen armas afiladas?
No era así, por lo que el saqueo de cadáveres comenzó. Afortunadamente casi todos mis nuevos compañeros tomaron únicamente espadas y hachas de los muertos; tan solo unos pocos carroñeros perdieron unos segundos de más al registrar las bolsas de los caídos, quedándose con aquel magro botín casi sin resentimiento. Hice la vista gorda al asunto mientras recogía una lanza levemente más corta que las normales, me preocupaba más ganar el día. El juicio de la moral de mis coterráneos podía aguardar a un momento más tranquilo.
La amplia colina discurría entre espesas florestas que flanqueaban la subida, así que nos desviamos hacia la del este, a nuestra izquierda, y nos adentramos en el bosque de manera compacta y ordenada. Blackwall suponía que el campamento ynweno estaba al oeste del campo de batalla, lo que nos dejaba el camino abierto para rodear al enemigo. De todos modos, el maestro herrero mandó a un par de ágiles rapaces a que exploraran la zona para no llevarnos una sorpresa. Su decisión a la larga nos salvó la vida, ya que a unos pocos minutos de distancia, y acampando escondidos entre los árboles, los exploradores encontraron a una docena de ynwenos. Blackwall nos dividió en pequeños grupos y planificó el ataque, demostrando que estaba a la altura de los grandes estrategas del ejército. El grupo más reducido fingiría ser un pelotón de desertores; pasarían por delante del campamento enemigo, intentarían escapar para hacerlos dejar sus posiciones, y luego los llevarían hacia la trampa. Los esperaríamos escondidos y los masacraríamos incluso antes de que se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Los planes rara vez se ejecutan a la perfección, ya que casi siempre surgen imponderables que nos obligan a ajustar sobre la marcha. Blackwall no tuvo en cuenta que los ynwenos tenían arcos largos, así que nuestros casi todos nuestros desertores murieron atravesados por decenas de mortíferas flechas. Apenas tres lograron llegar a nuestras posiciones, sin lograr el objetivo de atraer a los ynwenos, quienes habían abandonado la persecución, probablemente juzgando que ni valía la pena ajusticiar gente que estaba en franca retirada. Como teníamos superioridad numérica, Blackwall eliminó toda sutileza y simplemente nos ordenó que cargáramos contra el campamento con nuestros aceros desenvainados.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasiUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...