XXVII: Algo hermoso.

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Durante los siguientes cinco días, lo único que hice fue estar junto a mi abuelo, conversar horas y horas con Marilen y Jorin, y trabajar en la forja de sol a sol junto a Otto. Sentía que solo a base de martillazos podía superar el cada vez más tenue dolor de no poder irme junto a los Cuervos. La pronta partida de Zagan y Urien extrañamente me ayudó a mitigar la melancolía. Hicimos una gran cena con ambas familias, y comimos, bebimos, bailamos, cantamos y reímos hasta el amanecer. Cuando se fueron, dejando atrás la casa en la que habían vivido toda la vida, supimos que era un simple hasta luego, y no un adiós definitivo. El adiós definitivo vendría después, e involucraría distintos personajes, pero eso no viene al caso.

Al sexto día del episodio casi letal de mi abuelo, cuando ya parecía estar encaminado a una lenta pero constante recuperación, algunos de los mercenarios se acercaron para saludarme, ya que se irían al día siguiente si todo iba bien. Las flechas y sus respectivas puntas ya habían sido terminadas, y ahora se las llevarían con ellos para encolarle las plumas y pulir desprolijidades para que pudieran ser utilizadas en batalla. Milos me confió que Gaelan había comprado una docena de carromatos para transportar todo lo que se llevaban de Leydenar. Dinero les sobraba, el contrato había sido jugoso para los mercenarios, quienes se llevaban una importante porción de las arcas de la aldea. Era dinero bien ganado, así que a nadie le molestó demasiado.

Milos fue el primero en venir a verme. No hablamos demasiado de lo ocurrido entre Nils y mi abuelo, pero se aseguró de hacerme saber que realmente lamentaba que no pudiera ir con ellos. Para él también era un hasta luego, ya que cuando cumpliera los quince años podría seguir mi camino de guerrero sin pedirle permiso a nadie. Quise decirle que sentía que jamás sería un guerrero, no luego de ver lo que le ocurrió a mi abuelo, pero tuve el bien tino de no decírselo. No quería arruinar una despedida agradable. Como regalo de despedida me dejó un juego de dagas bellamente ornamentadas; como buen herrero que era, me sorprendió la increíble calidad del acero de las hojas, calculando mentalmente que aquellas dagas eran obra de un verdadero maestro armero. Sonreí y le agradecí el regalo, y nos bebimos una jarra de cerveza junto al calor de la fragua. Se despidió de mí, jurándome que nos volveríamos a ver algún día, y se marchó silbando una melodía familiar.

Más tarde llegó Idilien, cargando en sus brazos lo que únicamente podía describirse como un universo de comida. Me lo quedé viendo mientras con suma tranquilidad desplegaba una manta sobre el suelo, disponía las bebidas y las tablas para cortar fiambres, y comenzaba a preparar todo con una habilidad digna de un criado.

―¿Qué esperas, cyfael? Trae tu culo a la manta y ven a comer― dijo mientras revolvía una crema de color suave que emanaba un olor delicioso.

Obedecí, y analicé de cerca lo que Idilien estaba preparando. Al ver mi curiosidad, comenzó a explicarme qué era cada plato. Se trataba de comidas típicas ynwenas, afortunadamente preparadas por una dewrienn amiga de Idilien. Conocía al mercenario lo suficiente como para no querer probar ningún plato preparado por él. Conversamos animadamente de todo un poco; mi amigo me contó sobre su pasado reciente en Telros, confiándome sus sensaciones al ser tratado injustamente por su ascendencia mixta. A pesar de quejarse, me admitió que estaba acostumbrado a esas cosas, ya que incluso en algunos poblados de Yng, su reino natal, lo miraban con mala cara por tener sangre mestiza, especialmente los ynwenos de sangre pura. Yo no sabía realmente lo que era la discriminación porque nunca la había vivido en carne propia, pero me imaginé que para los ynwenos, vivir en un continente mayoritariamente edelreno no era una cosa sencilla. Me preguntaba si Marilen atravesaría por las mismas dificultades que Idilien, sintiendo una punzada de preocupación al pensar en ello. Idilien por lo menos tenía la opción de blandir sus armas contra aquellos que lo agraviaran, pero Marilen, por más fuerte que fuera su personalidad, no era una guerrera. La ausencia de racismo en Leydenar me dio más motivos para estar orgulloso de mi pueblo.

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora