Con el tiempo aprendí que, a pesar de que mi hogar era pequeño y poco importante en la escala mundial, había sido bendecido al nacer en Leydenar. Éramos una aldea autosuficiente en un mundo donde casi todos los centros urbanos crecían en torno a fortalezas o castillos. En Leydenar le debíamos la lealtad al rey Swaney, solo al rey Swaney, mientras que en el resto del reino la gente tenía a un señor feudal además de un rey. Quizás no lo entiendan debido a la estructura de poder que tienen hoy en día en el Imperio, pero para nosotros, no tener que pagar ese adicional que todos los feudales se quedaban antes de pagar sus propios impuestos al rey hacía una verdadera diferencia. Para ponerlo en términos claros: si el rey quería siete manzanas, nosotros pagábamos siete manzanas. Si el rey quería siete manzanas, el feudal quería doce; se quedaba con cinco, y pagaba las siete correspondientes al rey. Cinco manzanas podían hacer una gran diferencia para un pueblo pujante.
Nunca fui un experto en la economía, así que no me extenderé demasiado. Solo intento pintar un panorama para que entiendan que nosotros éramos afortunados. En la aldea había trabajo para todos los gremios, cada familia tenía buenos ingresos y aún mejores reservas de emergencia. El clima acompañaba, y cada cosecha era abundante y superior a la anterior. Cada año prosperábamos un poco más; en años previos al gran florecimiento de Leydenar se habían construido los barrios militares, seguidos de barrios comerciales, y por último barrios meramente residenciales. Los niños eran rollizos y sanos, la gente estaba limpia y feliz, y los crímenes eran prácticamente nulos luego de la partida de la compañía de Geffen. Los únicos que visitaban los calabozos construidos debajo del edificio del alguacil de la aldea eran borrachos que habían bebido de más, así que nadie podía quejarse.
El único problema de Leydenar era el grifo que vivía en las afueras de la aldea, pero considerando la buena vida que llevábamos, era un problema tolerable. Peliagudo, pero tolerable.
Una joven e inexperta compañía aceptó el trabajo ofrecido por el sabio pocas semanas después de la reunión de jefes de gremio, fracasando estrepitosamente en menos de una semana. El grifo le había arrancado la cabeza a su líder y a sus valientes pero estúpidos guardaespaldas, haciendo que el resto de la compañía huyera despavorida de vuelta hacia la aldea. Devolvieron el adelanto que el sabio había pagado, quedándose únicamente con dinero suficiente para enterrar a sus amigos caídos en el cementerio local, y luego pidieron quedarse a vivir en Leydenar. Como sobraba trabajo, todos aceptaron gustosos que esos mercenarios de baja cepa se quedaran en la ciudad. Así de bien nos iba.
Era mi decimotercer verano, y durante los meses de calor había pegado un gran estirón. Era casi tan alto como los jóvenes mayores de la aldea, y gracias a mi riguroso entrenamiento, mis músculos estaban sumamente desarrollados. Había optado por dejarme el cabello largo, confiando en que me daría un aspecto fiero y salvaje que impresionaría a los demás. Si bien todos los mayores seguían viéndome como al niño que siempre había sido, era plenamente consciente de que algunas niñas de mi edad me espiaban cuando me entrenaba. Como el idiota que era, no supe cómo manejar ese tipo de atención, por lo que internamente me moría de vergüenza cada vez que una muchacha me veía o intentaba hablar conmigo.
En el ámbito laboral las cosas habían cambiado bastante, acompañando el proceso de crecimiento de la aldea. Como ya no teníamos militares llegando constantemente a la ciudad como en el pasado, la fabricación de armas decayó muchísimo. No obstante, como el comercio en Leydenar florecía a pasos agigantados, mi abuelo y Otto habían conseguido nuevas formas de sustento. Entre los dos habían comenzado a fabricar a pedido carromatos y carretas para los caravaneros que iban y venían de la aldea. El trabajo era soporífero, mortalmente repetitivo y aburrido en comparación a forjar espadas, hachas, puntas de lanza y flechas, pero la paga era mejor que nunca. Además, como llevaba menos tiempo fabricar las piezas clave de los transportes, tenía más tiempo libre, lo que hizo que por primera vez en mi vida tuviera un verdadero grupo de amigos.
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Stormbringers I: Los Colores de la Guerra
FantasíaUn hombre atrapado entre el pasado y el presente, atrapado en un mundo que cambia y avanza mientras espera que llegue lo único que necesita. La aventura de un niño que soñó con ser guerrero, y que tuvo la desgracia de ver su sueño cumplido en el mo...