XVI: La cacería.

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Desperté tardísimo al día siguiente, ya pasado con creces el mediodía. Había sometido a mi cuerpo a situaciones a las que no estaba acostumbrado, corriendo cada vez más el límite y obligándolo a esforzarse más de la cuenta, y a la larga me terminó pasando factura. Me levanté con todos los músculos agarrotados, con la cabeza retumbándome como si tuviera un tambor metido en el cráneo, y con un dolor de estómago que me paralizaba. Afortunadamente se debía al hambre, ya que luego de devorar los restos de un almuerzo ya frío, me sentía moderadamente bien.

Mientras intentaba terminar mi comida, comencé a recibir visitas. Primero llegaron Zagan y Urien, este último todavía bastante maltrecho, con un pañuelo aferrando su brazo herido, probablemente roto durante el primer ataque de los bandidos. Se veían restos de ungüentos aplicados sobre las heridas de su rostro y sus brazos, y aunque parecía estar tan agotado como yo, se mostraba feliz. No era para menos, había salido vivo de una situación increíblemente violenta, y lo había hecho con apenas unos rasguños. Por su parte, Zagan no paraba de sonreír, feliz de la vida de que su hermano estuviera bien. No se quedaron mucho tiempo ya que Urien tenía que descansar y Zagan solo había aceptado dejarlo salir un rato para ir a saludarme. Ni bien salieron de la casa llegaron unos emisarios del sabio de la aldea, quienes venían a traerme una carta firmada por su jefe; en ella me agradecía por los servicios que había prestado para rescatar a mi amigo, además de darme una amable pensión vitalicia. A la larga la pensión terminó durando un mes y medio, pero en su momento fue algo bastante gratificante. Lo más gratificante no obstante fue el ofrecimiento de trabajo que me hicieron. El sabio quería que me pusiera al frente de todos los jóvenes que quisieran comenzar a entrenar antes de tener la edad mínima para entrar a las filas del ejército real de Alacadia. La perspectiva de tener más compañeros de aventuras me hinchó de orgullo, haciéndome optar por no ver que estaba a punto de agarrar una responsabilidad inmensa.

Terminé mi almuerzo pocos minutos después de la partida de los emisarios del sabio, y cuando estaba comenzando a saborear la idea de volver a acostarme en mi cama, golpearon nuevamente la puerta de la casa. Maldije entre dientes, oyendo el grito de mis músculos al levantarme, pero cuando abrí la puerta mi expresión de fastidio cambió, convirtiéndose en sorpresa.

―¡Buenas noches, mi querido cyfael!

―Todavía es de día― contesté con confusión.

―Oh, pero estas no son horas de levantarse, no, no. Una persona de bien no se levanta pasado el mediodía, colega― canturreó Milos, haciéndome a un lado y sentándose junto a la mesa sin que le diera permiso a pasar―. Bonita casa, ¿eh? No tiene nada que envidiarle a la mansión del sabio de la aldea. A tus padres les va bastante bien.

―No conocí a mis padres― contesté con cierta acritud, sentándome a su lado y estirando las piernas sobre la mesa―. Esta es la casa de mis padres adoptivos. Teóricamente vivo con mi abuelo en la casa de al lado, pero casi siempre estoy aquí.

―Tus padres adoptivos son tus padres― dijo Milos con seriedad―. Son los que te criaron, ¿no?

―Sí, pero...

―¿Crees que una gota de sangre es más fuerte que el abrazo de una mujer que te crió y te ama?― siguió el pelirrojo con fuerza―. ¿Realmente sientes la necesidad de aclarar que los que te criaron son tus padres adoptivos?

Me lo quedé mirando sorprendido, abrumado por la potencia de los argumentos del ynweno. Lo tenía por alguien que se tomaba las cosas a la ligera, así que verlo de ese modo tan vehemente con algo tan trivial me desacomodó. Cuando pensé que se levantaría y se iría, se echó hacia atrás, agarró un poco de carne fría y comenzó a comer como si nada hubiera pasado. Era un tipo extraño.

―¿Cómo te sientes, guapetón? ¿Estás con fuerzas como para dar un paseíto?― preguntó Milos masticando enérgicamente.

―¿Qué clase de paseo?

Stormbringers I: Los Colores de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora