Tenía el cuerpo de María José entre sus brazos, ambas estaban en el elevador que las llevaba hacia el piso donde se encontraba su departamento. ¿Qué hubiera pasado si no se hubiera levantado a llamarla y luego a buscarla? Cuando llegó a su cabeza la imagen de su cuerpo desnudo contra una cama, siendo golpeado y abusado, tembló por completo. No tembló despacio, tembló tan fuerte, que la dormida y borracha inglesa abrió sus ojos. Bajó la vista para cerciorarse de que estaba bien y no la había asustado. María José tenía la mirada perdida, mirando a su alrededor, pero de pronto centró su atención en su rostro provocando que se sonrojara. ¿Calle sonrojándose por una chica que la observaba así? ¡Siempre la miraban las mujeres! Se sentía una adolescente por las reacciones de su cuerpo, casi como si todo con ella fuera algo nuevo que recién iba descubriendo.
María José: Señorita Calle. –Susurró de tal manera que la castaña se quedó rígida- ¿Por qué me siento así? Ambas sufriremos.
Daniela: Vuelve a dormir María José, voy a acostarte en tu cama para que descanses, mañana despertarás con mucho dolor. –La acurrucó contra su cuerpo para que se sintiera protegida y volviera a dormir, sin embargo, cuando el elevador llegó al piso 22, tembló lo suficiente como para cortarse la luz, quedarse a oscuras y encerradas allí. ¿Se había descompuesto? ¿Era una falla técnica o realmente en la ciudad había temblado? - Esto se arreglará, el edificio tiene generador propio. -Pero los segundos pasaban y el elevador seguía detenido. No le temía a esas cosas, le temía a su cuerpo- No va a pasar nada
María José: ¿Señorita Calle? –Su pregunta no era para saber dónde estaba, sino para clamar su atención. A pesar de no ver nada, Daniela bajó la vista hacia donde creía que estaba su rostro, cuando lo hizo ella elevó una mano sutilmente hasta su nuca y con un extraño cariño acarició la zona. ¿Era consciente de que sus caricias enviaban chispas eléctricas a todo su cuerpo? - Ambas vamos a sufrir tanto... Pero debo hacerlo.
Daniela: ¿Hacer qué?
Se sentó en el suelo del elevador aún con ella entre sus brazos, porque parecía que esto duraría por mucho tiempo más. María José no le soltaba la nuca, al contrario, presionó más con la intención de que Daniela bajara su rostro. Calle apretó la mandíbula, ¿controlarse? El raciocinio que creía tener desapareció junto a la electricidad del edificio, dejando a su cuerpo comportarse con libre albedrío. Un segundo fue suficiente para que el instinto actuara por ella, bajó la cabeza, y con delicadeza buscó la boca de la psicópata. ¿Delicadeza? Sí claro, la delicadeza también desapareció cuando la escuchó jadear. Ella sabía que no podía estar haciendo esto cuando la mujer entre sus brazos estaba borracha, pero debía recordar que el alcohol borra las inhibiciones y en muchas ocasiones revela nuestros sentimientos más ocultos.
María José se sintió perdida cuando sus labios chocaron desesperados, los de la modelo eran suaves y muy calientes, era totalmente placentero besarlos y succionarlos. ¿Sentir vergüenza? Estaba tan borracha que no sabía que era eso, más bien, se preocupaba de sujetar su rostro con ambas manos y pegarlo más fuerte a su boca para dejar que la lengua de Daniela entrara en ella. Estaban jadeando con tan sólo caricias en su cuellos, nucas y unos apasionados besos, la morena sabía que debía enamorarla, sabía que terminarían sufriendo, pero no quería privarse de algo tan exquisito como esto, estar entre sus brazos siendo besada y besando como si su vida dependiera de ello. Ya no le importaba que su alma estuviera destinada a una mujer, ya no le importaban esa clase de prejuicios, no podía pensar en ello cuando se estaba tan bien cerca de ella.
¿Qué tan prohibido era besar a alguien seis años menor cuando estaba completamente embriagada? Daniela sabía que eso no era bueno, que no podía arrastrar a la maldad a alguien tan inocente como María José Goodwin, pero no podía frenar sus emociones e impulsos. Nunca sintió con alguien ese deseo por tratarla como a una muñeca preciosa, en cambio con ella sí. Acercó su boca a sus mejillas y fue regando besos cargados de cariño en ellas, en su cuello, y al borde de su oreja, mientras le susurraba "refúgiate en mí, María José, estoy para ti".