La mesa en la que estaban sentados era larga como un camino, con bancas de madera a cada lado para que todos cupieran. No estaba toda la familia Calle en sí, porque era difícil, sin embargo, estaba la mayoría y con ellos ya eran muchas personas en el paseo.
María José se dedicó a observar a todos, mientras masticaba la carne de su asado, el júbilo en sus rostros era grande y la alegría que expresaban en sus chistes y risas, también. Tanta alegría abundaba en el aire, que nadie podía fijarse que los ojos de ella habían sido cubiertos por ese manto de tristeza tras sentir algo extraño en su pecho, mañana se iría, sí, pero ¿cómo decírselo a Daniela sin arruinar este momento? Ella estaba feliz, por supuesto que lo estaba, si se rodeaba de la gente que más la amaba, no quería hacerla sentir mal, pero tampoco podía confiarse de las circunstancias, aún tenía dos personas más de quienes despedirse aparte de ella.
María Fernanda: ¿Se acuerda suegra? Cuando Daniela se puso su maquillaje a la edad de tres años.
Abuela: Era una linda princesa. –Todos rieron con las anécdotas que contaban, María José sólo se limitó a sonreír apretando sus labios para no reírse también. ¡Cuán adorable y graciosa debió ser esa imagen de la castaña!
Daniela: Gracias abue, gracias, mamá, creo que no cooperan para que me sienta mejor. –Lo dijo en un tono fingidamente ofendido.
Abuela: Tranquila amor, con o sin maquillaje, princesa o no, creo que al menos aquí hay una mujer que te amaría como fuera, sin contar a tu madre y a mí. –Varias miradas se posaron con diversión sobre María José, mientras ésta comía callada y sonrojada. Daniela la miró unos segundos, sus mejillas coloradas, su vergüenza y ternura le caló hondo. ¡Qué bella!
El resto del día, los Calle se la pasaron inventando juegos familiares, competencias en la piscina a los mejores saltos, cartas y la cosa seguiría hasta entrada la noche, cuando hicieran una cabalgata por Riverside y una fogata para terminar antes de acostarse, entrando la madrugada.
María José cayó encima de una tía de Daniela, porque habían sido pareja en las "carreras de tres piernas", trataron de correr mucho más rápido, pero antes de llegar a la meta, la risa las invadió de tal manera que les fue imposible continuar. La inglesa apartó los pensamientos negativos por un momento para darse el lujo de disfrutar y tener felicidad, pero cuando el sol se fue ocultando, cuando el cielo convirtió su celeste color a matices anaranjados, supo que era hora de hablar.
Se quitó parte del césped de los pantalones y le preguntó a Dayana si estaba bien, nunca había jugado esto en el pasado. ¿La mirarían extraño si proponía algo así como diversión?
Daniela: María José, iré con mi papá y mis primos a traer caballos para la cabalgata. ¿Estarás bien? –Rápidamente la morena perdió el color de su piel- ¿Sucede algo?
María José: -miró a su alrededor, observó las sonrisas de quienes estaban cerca y quienes estaban más lejos, aún no habían instalado su carpa- Daniela, ¿podemos hablar a solas? –La castaña asintió con un mal presentimiento dentro de su pecho, desde lejos le hizo una señal a su padre para que continuaran sin ella.
La abrazó de lado y juntas caminaron hacia los columpios que estaban abandonados, escuchando sus pisadas sobre el césped y las hojas secas. El terreno que habían adquirido sus abuelos realmente fue la mejor inversión que habían hecho, tenía de todo y era un sitio privado, ideal para divertirse en familia, alejados de tanta cámara y gente hipócrita a su alrededor.
Se sentía agotada, quería dar ese paso a caballo por algunos sitios en las lejanías de Riverside, pero cuando vio el rostro de María José noto de inmediato su cambio de humor. Se sentó en el columpio y dejó que la morena se acomodara igual que una niña sobre de sus muslos, varios mechones del cabello oscuro de ella rozaron su nariz permitiéndole respirar su perfume. Estaba enamorada, lo sentía así, pero temía hablarlo con tanta libertad. Acercó sus labios al borde de su oreja para susurrarle con calidez.
