17 de enero de 1711, al otro día, Plymouth, Inglaterra,
"Daniela: Veo, veo... ¡Una estrella! –María José no pudo evitar reír contra el pecho de Daniela, ambas estaban abrazadas y envueltas en una manta de lana."
Y de pronto una sonrisa cruzó su rostro cuando recordó lo que había pasado anoche en el campo de aquellos campesinos, personas humildes que desinteresadamente les habían brindado hospedaje por una noche, durante el camino a esta ciudad.
South Hams, lugar que dejaron hace tres días, era un distrito muy pequeño donde fácilmente pudieron ser identificadas, pero Plymouth no, era mucho más grande y tan lleno de personas, que podían pasar desapercibidas si hacían el intento. ¿Un último suspiro, tal vez? Inclinó la cabeza hacia el lado, apoyando su rostro en el hombro de Daniela, quizás sí era esta la última parada antes del caos.
Ambas estaban paradas frente a la bahía, tomadas de sus manos, observando en silencio el agua que brillaba con los rayos del sol de mediodía. Las barcazas se veían en el horizonte, algunas que estaban en la orilla del puerto sacaban los peces afanosamente en cubetas de madera porque sabían cuan bien ganaban con eso, mientras más temprano los vendieran
Daniela: El horizonte parece prometedor. –Susurró- No parece tener límites, nos invita a pensar en algo de índole mágico, siento como si quisiera lanzarme el mar y seguir derecho sin mirar atrás.
María José: El horizonte está lleno de promesas. –Besó su hombro- Sin embargo, todo lo que está tras nuestra espalda es oscuro como la noche, con una gran carga encima.
Daniela: Un sueño precioso que puede romperse luego. –Murmuró antes de que sus palabras quedaran flotando en el aire, tras unos segundos de silencio retomó la charla- No hay que fingir que no sabemos lo que pasara, usted anoche ha dicho que, si vamos a morir, lo haremos bien. ¿De qué manera entonces, amor mío?
Daniela con el rostro descubierto, María José con un pañuelo sobre su rostro, se habían invertido los papeles. Ambas ingresaron a una pequeña tienda, donde vendían papel y plumas para escribir. María José compró cinco hojas, cinco sobres, una pluma de ave y un frasco de tinta negra para dar rienda suelta al gran número de palabras y hechos que debía escribir. Si había estallado una gran bomba, las que venían serían aún peores, materiales aparentemente sencillos tenían la capacidad de contar secretos y cambiar realidades en segundos
Después de comprar aquello y algunos víveres, preguntaron entre las personas, sobre lugares donde pudiesen hospedarse por dos noches al menos. Fue así como llegaron al hostal "Moneda de Oro", humilde, pero destacado por su limpieza en todas las estancias que poseía y por el buen precio que cobraban. Ya casi no les quedaba dinero y tenían que ahorrar en todo sentido.
XX: Habitación 5, la última a mano izquierda. –Les entregó una llave- Espero sea de su agrado, señoritas Calle. -Ambas habían fingido ser hermanas
Daniela: Gracias. –María José agradeció que el pañuelo cubriera su boca, porque no pudo evitar sonreír al ver el rostro de su pareja y su "no alegría". Cropper había fingido una sonrisa, cuando en realidad la expresión parecía decir lo contrario a lo que quería transmitir. ¡No le gustaba el apellido Calle! ¿No se le pudo ocurrir otro a ella? - Sé que quiere reírse. ¿Qué la limita?
María José: Sólo el hecho de que a mí me fascina, es agradable como mi lengua se envuelve al decirlo. ¿No?
Apenas metieron la llave en la cerradura, se dieron cuenta que la habitación era mucho mejor que en otros hostales en los que se habían hospedado, todo era muy sencillo, pero destacaba el orden y la limpieza. La morena se acercó a un mueble con espacio suficiente para escribir de forma cómoda, desplegó en la superficie las hojas, los sobres, el frasquillo de tinta y la pluma de ave. Se volteó para decirle a Daniela que podía utilizar una de ellas, bien sabía que tenía cosas que contar antes de que la gran tragedia sucediera, sin embargo, se dio cuenta de que ella estaba acostada de lado y con los ojos cansados observando el vacío