Sentada al borde de una fuente que lanzaba chorros de agua, la morena podía estudiar el comportamiento de las personas que caminaban por ese sector de Devonshire. Era cómico ver cómo ciertas mujeres evitaban el contacto con la gente "común" que no era de su misma clase social, cómo muchas de ellas chillaban asustadas cuando pasaban cerca de un puesto donde vendían gallinas y éstas cacareaban fuerte a su oído. Siempre se sintió fuera de lo común, a diferencia de sus amigas, ella se comportaba de una manera tan especial que se lo hacían notar cada que podían. No tenía asco o comportamientos clasistas por quienes no eran de su mismo "nivel", de hecho, le gustaba compartir bastante. María José sabía que era una Goodwin por gracia del destino, pero existía una muy buena posibilidad de que en su cuerpo corriera la sangre de una familia humilde, quizás eso explicaba la razón que la incitaba a comportarse tan diferente.
De pronto divisó algo que le llamó la atención. Con una sonrisa resplandeciente caminaba hacia un pintor que había visto en una de las plazas del centro de Devonshire. Le hizo una seña al cochero para que esperara por ella, estar aquí distrayéndose le servía para apartar los pensamientos que le traía el verse enfrentada a un piano y un público que la mirase de forma atenta, además de otras presiones personales y recuerdos que la angustiaban todos los días. Por mucho entusiasmo que poseyera, igualmente procuraba caminar como una señorita de la nobleza, tal cual le enseñaron desde pequeña. Sostuvo su vestido y le sonrió al hombre sentado en un banquito de madera, estaba haciendo retratos de las personas y por lo visto tenía un talento impresionante.
XX: ¿Le gustaría hacerse uno?
María José: Por supuesto que sí. –Le hizo caso al hombre de sentarse frente a él y lo observó fijamente- ¿Qué es eso?
XX: Esto señorita –sostuvo un trozo negro de ese "algo"- es carboncillo, somos muy pocas las personas que trabajamos con él, pero le aseguro que los resultados son excelentes. Permítame –el carisma de María José noqueaba a cualquier persona que pasaba cerca, incluyendo hombres y al mismo pintor. Podía tener 40 años, pero caía bajo los encantos de esa señorita que de seguro pertenecía a la nobleza por la calidad de sus vestidos, por cómo hablaba y se movía. Estuvo allí un poco más de 10 minutos trazando el carbón, los transeúntes se aglomeraron cerca para ver cómo tan bella muchachita era inmortalizada en carbón. Era una técnica novedosa porque la mayoría de la nobleza se retrataba con pintores recomendados y en óleo- Listo... ¿Su nombre? –Lo pondría junto a la fecha bajo la delicada hoja.
María José: María José Goodwin –metió su mano en un bolsito de género- ¿Me podría decir cuánto cuesta?
XX: Para usted nada, –suspiró fascinado con ella- este es un regalo para la hija del duque, es un gusto.
María José: No sabe cuánto le agradezco, ha quedado muy bello, la técnica es hermosa y el trazado es perfecto, proteja su salud para que continúe mucho tiempo haciendo esto.
Emocionada hizo una reverencia, sostuvo el regalo y lo aferró a su cuerpo para que no se le perdiera. No le gustaba hacer uso de su apellido, pero cierto tipo de actitudes de personas que no esperaban nada a cambio la emocionaban. Se despidió con la mano de todos los que la miraron y con su característica elegancia se subió al coche. La gente de Devonshire siempre hablaba de ella y gran parte de esos comentarios eran positivos, porque era una chica aristocrática diferente, la que llegaba a todos, la que hacía que la gente tuviera empatía con el duque, su padre.
En el camino a la mansión dentro del carruaje, cuando pasaron por el lugar donde se habían encontrado con esa campesina, María José se dio cuenta de que aún había algunas manzanas molidas entre el lodo y el agua. Una sonrisa se asomó en sus labios, porque la verdad es que usualmente veía ojos claros dentro de los británicos, pero jamás había visto unos ojos mieles que transmitieran tanto sentimiento sin siquiera hablarlo. ¿Estaría bien? ¿Estaría segura y sin lesiones?