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La venganza, sentimiento poderoso que puede nublar la razón ante la necesidad de realizarla, había sido la causa de que todo estuviese como estaba. Apenas había apretado el gatillo, el cuerpo de María José se había sacudido con todas las balas que la habían atravesado, pero no pasó mucho tiempo antes de que Aaron se diera cuenta de lo que había hecho.
Un paso a la vez, lentamente se fue acercando a los cuerpos que yacían en el suelo, sus hombres lo acompañaban caminando tras él, mirándose con cautela para tomar las medidas necesarias, él iba a volverse loco.
Aaron tragó saliva, mientras se mordía los labios, las gotas de la lluvia seguían cayendo desde su pelo mojado, pero parecía no importarle, la imagen bajo sus pies era realmente aterradora para él, pues era lo que nunca deseó ver, "el amor hasta que la muerte los separe". Empezó a temblar al ver a María José abrazada a Daniela Cropper, ambas pálidas y frías como la nieve, ambas teñidas con la sangre que había escapado por sus bocas y todo orificio que había hecho las balas en la inglesa.
Aaron: No, no... -apenas se agachó para apartar el cabello del rostro de la inglesa y sus dedos habían quedado con restos de sangre- No María José... no... despierta por Dios. –La meció, pero era inútil, su cuerpo quedó ladeado, su boca estaba entreabierta y sus ojos cerrados- María José... María José por favor.
XX: Señor... usted le ha disparado.
Aaron: No. –Gimió- ¡No! –La meció tanto como su fuerza le daba abasto- ¡Te dije que despertaras maldita sea! –Sus hombres se miraron preocupados, usualmente no respondían a escenas de este tipo porque ya habían matado antes, pero la situación era diferente cuando la mujer que había fallecido se trataba de la obsesión de Aaron Warwick- Yo la mate... Dios, yo la mate. –Se paró con cada latido golpeando en su pecho, llevó las manos a su cabeza sin quitarle la vista a los cuerpos allí en el suelo- La maté...
XX: Señor, es mejor que huya.
Aaron: No... yo maté a mi esposa. ¡Maldita sea! –Las lágrimas se acumularon en sus ojos claros- ¡La maté! –Sostuvo el arma con la que le había quitado la vida- No voy a dejar que se vaya... yo... yo voy a seguirla, Dios la voy a seguir.
Pero antes de que pudiera apuntarse el arma en la boca, sus hombres sujetaron sus brazos y ataron sus muñecas, no querían hacerle daño, de hecho, el respeto que le tenían era bastante, por eso mismo no podían permitir que se quitara la vida.
Aaron: ¡Déjenme! ¡Déjenme imbéciles! –Se sacudía como nunca lo había hecho, no los estaba observando, sus ojos estaban en la muchacha y en la flacidez de su cuerpo- ¡Déjenmeee! Perdóname, mi amor, perdóname por favor... la mate, Dios, la maté.
XX: ¿Qué haremos con los cuerpos? –Dijo un hombre que estaba cerca, la evidencia del delito estaba allí en María José. ¿Cómo podrían justificar las balas que la habían atravesado? La muerte de la campesina era fácil, pero ¿la de ella? - Señor Warwick. ¿Qué quiere que hagamos con ellos?
Aaron: Nadie, nadie puede saber que la mate. –Susurró con una sonrisa desquiciada, estaba temblando y no era precisamente por el frío- Préndelas con fuego, quémalas, desaparécelas.
XX: -miró a los demás con preocupación, para que él decidiera hacer esto, sólo demostraba la gran desesperación que sentía por la posibilidad de ser descubierto- Está bien, mi señor. –Indicó con el dedo- Llévenlo a tomar algo.
Él se dejó llevar como un peso muerto hacia el caballo, mientras sus ojos seguían fijos en ella, aunque la imagen de su cuerpo siendo arrastrado por uno de sus hombres no era algo agradable de ver, Aaron fue incapaz de apartar la mirada de María José. Su cabeza ladeada hacia la derecha, su boca abierta, su cabello ensuciándose con tierra, la sangre que marcaba un camino bajo ella, su ropa deshaciéndose en la mugre y miseria, esa había sido la última imagen que había tenido de María José Warwick, ese iba a ser el recuerdo que lo atormentarían hasta su propia muerte.