DIECISÉIS

81 10 2
                                    

Yoongi estacionó su camioneta emitiendo un sonido contra la gravilla. Se colocó sus lentes oscuros y una mascarilla negra y bajó del vehículo con arma en mano.

Adentro habían varios de sus hombres alrededor de un ensangrentado hombre atado en una silla.

—Aquí lo tiene, jefe —el hombre levantó el rostro de la víctima jalando del cabello. El traidor emitió un grito de dolor que a nadie le importó—. La maldita rata habladora.

Yoongi se acercó lentamente hacia el hombre. Llevaba las manos en la espalda y el arma fajada en sus pantalones. Estando cerca se arrodilló y miró al hombre atentamente, viendo en la mirada contraria esos orbes oscuros impregnados de miedo e incertidumbre. No había otra salida más que la muerte.

Cualquiera que traicionaba al Señor era el castigo que ganaba; la muerte.

—Muy bien, Lee —se levantó y caminó alrededor del hombre, pensando en la mejor manera de cobrarse la traición—. Entonces, ¿crees que soy tu maldito juego? ¿Crees que puedes hacer una estupidez como esa y simplemente salir airoso de la situación? ¿Crees que puedes salir de aquí por tu propio pie?

—No —balbuceó el hombre—, no hice nada señor se lo juro —tosió y las manchas de sangre salpicaron el piso—. Le juro que no dije nada, no di información de nadie.

—Eso no es lo que mis hombres me han informado, Lee —se acercó hasta una pequeña mesa y tomó una daga de cacha dorada. La observó como si fuera lo más interesante del mundo, todo bajo la aterrada mirada del traidor—. Tengo perfectamente vigilados a todos mis clientes —deslizó el dedo índice por la hoja de la daga, verificando el filo de ésta—, y me han dicho que abriste la boca de más. ¿Sabes lo que les pasa a los lengua suelta?

La forma en la que Min Yoongi solucionaba los problemas no era precisamente con un tratado de paz. Si bien nadie conocía a ciencia cierta la identidad del capo, sus métodos eran famosos y muy bien identificados por propios y extraños. Se sabía muy bien que cualquiera que traicionaba al jefe tenía una única salida; la muerte. Y era una táctica que hasta el momento le había permitido sobrellevar esa doble vida que tan necesaria le era para sobrevivir.

—No señor —rogó el hombre entre sollozos lastimeros—, yo no dije nada, se lo juro —observó la figura de Min acercarse amenazante y un grito de terror salió desde su garganta—. ¡No me haga daño! ¡No hice nada! ¡No dije nada!

El siguiente movimiento de Yoongi le sacó un grito de horror al hombre. Con el arma punzocortante en mano golpeó el muslo derecho, encajando el filo de ésta en la piel creando una herida que emanaba sangre de manera exagerada. La daga quedó encajada en la piel como un estandarte de victoria mientras el hombre se quejaba a grito abierto, pidiendo una ayuda que jamás iba a llegar, y no solo porque estaba completamente solo bajo varias miradas que no estaban de su parte, sino porque estaban tan alejados de alguna zona poblada, que difícilmente sus gritos llegarían a oídos humanos.

—Elegiste un muy mal momento para abrir la boca con esos agentes, Lee —de cuclillas observaba el camino que el líquido rojo hacia desde su muslo hasta el piso—. Lo que debiste haber hecho fue venir a decirme lo que estaba pasando. Era tu momento de oro para pagarme todos esos favores del pasado, ¿no crees?

La sangre seca de los golpes del rostro se mezclaban con las lágrimas recientes. Su aspecto era un completo asco y, es que teniéndolo retenido desde tres días atrás no podía ser de otra manera. Y nada de eso habría pasado de no haber abierto la boca, porque sabía perfectamente que el nuevo agente de la CEA estaría pisándole los talones, ya se lo esperaba, pero también lo había provocado.

—Ahora —habló de nuevo—, vas a decirme a quien le vendiste la información… Y no me salgas con que a nadie, porque tengo las pruebas de que lo hiciste, Lee —se puso de pie y se cruzó de brazos frente la asustada mirada del hombre—. Habla.

Cien Balas (Yoonmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora