VEINTISÉIS

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Pasaron dos semanas desde la cena de Jimin con su padre. El hombre estaba actuando extraño según su hijo, y aunque le insistió mucho para que hablara con él de lo que pasaba, no logró nada.

Su padre tenía esa manía de encerrarse en su mundo cuando algo no andaba bien y eso era algo que ponía nervioso al menor.  No estaba seguro, pero sospechaba muchas cosas. Cosas que no podría descubrir a menos que obligara a su padre a hablar, y eso era una tarea difícil.

—¿Qué pasa, Jimin? —la voz de su compañera le sacó de su maraña de pensamientos—. ¿Estás bien?

No hizo otro movimiento más que asentir un poco inseguro de su respuesta. Estaba preocupado, pero no podía hablar con ella sobre esos asuntos tan privados que le traían recuerdos amargos.

Mientras estaba recargado en la pared a lado de la máquina expendedora de café, la puerta fue abierta dejando escuchar ese característico sonido de la campanita. Por la puerta entró John quitándose un cubrebocas oscuro y seguido de él entró Min Yoongi con su aura dominante a flote. A Jimin se le atascó la respiración en la garganta en cuanto lo observó caminar a una de las mesas con una sonrisa en la cara y hablando con el hombre. Lo observó de pies a cabeza desde donde estaba y confirmó lo que ya sabía; ese hombre le gustaba mucho más de lo que aceptaba.

Estaba rompiendo una regla fundamental y que, hasta ese momento, le había funcionado muy bien. No debía existir un sentimiento más allá de la atracción física y sexual con Yoongi.

Observó como una de sus compañeras se acercó a la mesa y tomó sus órdenes. Yoongi observó alrededor y cuando sus miradas se toparon, éste sonrió y le dijo algo a la mesera para luego sonreírle.

¿Le sonrió? Por supuesto que le sonrió. Y era una sonrisa malditamente sensual y provocativa, ¿qué pretendía con eso?

La chica llegó al área de cajas y extendió la nota donde estaba la orden de aquellos dos. Jimin la tomó y se dispuso a preparar el café negro y el iced americano.

—Esto es para ti —le extendió una nota con muchos dobleces—, me lo dio el tipo de la mesa.

Jimin tomó el papel en sus manos y lo guardó en la bolsa de su mandil negro para seguir preparando la orden que la chica llevaría de nuevo. Observó rápidamente hacia Yoongi y vio que estaba manteniendo una plática entretenida con su acompañante. Cuando ella se fue se dio el tiempo de leer la nota.

Te espero en el callejón.
Tengo algo que decir.

Los dos que ocupaban la mesa se levantaron. El hombre llevaba los cafés y Yoongi salió detrás de él, yendo hacia el lado contrario de la calle, a donde Jimin ya sabía.

—Ahora vuelvo, ¿si?

—Tómate tu tiempo, Jimin —canturreó MinYoung viendo la soledad del local. Se sirvió un frappé y tomó una galleta de la vitrina.

Jimin caminó hasta la parte trasera del local, dónde había un callejón angosto sin salida donde habían botes de basura. Observó la silueta de Yoongi recargada en la pared frente a él y tragó saliva.

—Ya estoy aquí —dijo el menor. Estaba expectante a las palabras que saldrían de la boca de Yoongi. ¿Qué era eso que quería decirle?

El pelinegro caminó a paso lento hasta quedar frente a Jimin a una distancia muy corta. Lo miró a los ojos y vio la duda en él. ¿Qué estaba maquinando su mentecita?

Lo tomó de las mejillas y estampó sus labios en los suyos de forma desesperada. Jimin puso sus manos sobre las muñecas contrarias y se obligó a seguir el delicioso beso al mismo ritmo. Lo necesitaba tanto como el pelinegro, esas dos semanas sin haberse visto fueron más difíciles de lo que quería aceptar.

Cien Balas (Yoonmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora