DIECINUEVE

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Yoongi mecía con parsimonia la navaja delante de aquel hombre. Era un tipo lo suficiente hundido en los vicios como para que alguien le echara de menos si lo desaparecía. Lo pesado de todo eso era que quiso tomar algo que no era suyo, y eso definitivamente al pelinegro no le gustaba.

El hombre, del que ni siquiera importa el nombre, era quien hacia pequeñas entregas en los bares de mala muerte de la zona marginada de la ciudad, esos a dónde Yoongi no asistía porque no merecía la molestia.

Poco a poco y con el paso del tiempo el pelinegro lograba aminorar las crisis que sufría después de cobrar deudas pendientes. Era algo de lo que nadie, a excepción de John, sabía dentro de ese mundo. Esa información era tan sagrada como su identidad, de la que nadie sabía tampoco a menos que fuera a morir.

—Señor, el agujero está listo —Yoongi sonrió satisfecho ante las palabras de su mano derecha. Se dio la vuelta dándole la espalda a su víctima, caminando unos pasos hasta quedar lo suficiente lejos para observarlo.

El hombre, aún permaneciendo con los ojos vendados, sonreía con superioridad, como sabiéndose invencible aún con todo en su contra. El jefe pasó su mano por su cabello, llevándose así los rastros de sudor en su frente que empezaban a molestarle. En momentos como esos agradecía poder llevar el rostro descubierto, pues no había riesgo al tener al hombre imposibilitado para observar algo que no debía.

—Rata —llamó. Caminó hasta el hombre y se puso de cuclillas ante él —, ya tengo listo el agujero que será tu madriguera para siempre.

El cuerpo de la víctima se tensó ante la repentina cercanía, pero no dejó de sonreír nunca.

Y pronto Yoongi entendió la razón.

En otro lado de la ciudad un joven dormía plácidamente. El reloj marcaba la macabra hora de las 3:30 am, un horario bastante conocido para el rubio.

Las pesadillas eran recurrentes desde aquel trágico día. No había una sola semana en la que pudiera liberarse de ellas; a veces eran dos o tres días, y en los peores momentos se repetían hasta cinco o seis.

Seis años después todo seguía siendo tan real como ese día en el que sintió morir una parte de su alma.

Odiaba con todo su ser sentirse preso del miedo mientras dormía. Repudiaba la sensación de su cuerpo retorcerse contra el colchón, bañado en sudor y con el corazón a tope; como si acabara de correr un maratón.

—¡Jimin, despierta!

Abrió los ojos y lo primero que vio fue el rostro mojado de su padre y sus manos apretando las suyas en un mero reflejo de protección.

No pudo más y se quebró en el instante, abrazado de su padre con el terror de perderlo a el también de la misma forma.

De nuevo.

Mas tarde el mayor hacia el desayuno. Le costó un poco lograr que su hijo durmiera y lo entendía porque él sufría lo mismo en ocasiones, solo que en el caso de Jimin era más preocupante que las pesadillas se repitieran tan seguido, y lo peor, que se negara a recibir ayuda.

—Buenos días, papá.

Hyung-Bae volteó a ver a su hijo. Su rostro enmarcado por unas oscuras sombras bajo sus ojos evidenciaban la mala noche y lo que más le preocupaba era el rostro decaído que se hacía presente cada mañana cuando una pesadilla intensa lo apresaba entre sueños.

Cien Balas (Yoonmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora