VEINTE

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Cuando Yoongi era apenas un crío de diez años tuvo su primer regalo significativo. Su padre era un hombre duro con cualquiera que fuese ajeno a su núcleo familiar, pero con él era todo amor y dulzura; un hombre espléndidamente diferente al que cruzaba la puerta y quitaba vidas a diestra y siniestra.

Era un día cualquiera cuando el hombre regresó de algún viaje de negocios, como solía llamarlos su madre. El pequeño pelinegro estaba sobre su cama, leyendo un libro con fotografías de animales e imaginándose yendo a un zoológico de la mano de sus padres; algo que sabía de antemano que no podía ser. La puerta fue llamada con cinco rítmicos toquecitos que el pequeño Yoongi conocía bien.

—He vuelto, campeón —el hombre se acercó con una sonrisa. Su primogénito devolvió el gesto dándole una copia exacta de su sonrisa—. Te traje algo que sé que te va a gustar muchísimo.

—¿Qué es, papá? —habló curioso. Dejó de lado su libro y puso especial atención en su padre y las manos detrás de su espalda—. ¿Lo tienes ahí?

—Cierra los ojos, campeón —mandó el mayor. Extendió el maletín negro delante del rostro de su hijo, adorando la sonrisa que aún con los ojos cerrados le brindaba —. Listo, puedes abrirlos.

Yoongi era, desde pequeño, un artista en potencia que soñaba con un estudio de pintura, porque él quería ser tan impresionante como Picasso y sus preciosas obras, o como Vincent Van Gogh o incluso Caravaggio. Su padre lo sabía y estaba dispuesto a cooperar para que su pequeño campeón lograra cualquier cosa que quisiera en un futuro, porque él era un hombre exitoso y su hijo no podía ser diferente, aunque se desenvolviera en un ambiente distinto al suyo.

Yoongi abrió los ojos con un dolor oprimiéndole el pecho. El reloj al lado de su mesita marcaba las 3:00 am, una hora recurrente últimamente. Se giró al lado contrario encontrándose su pistola en el sitio vacío de su colchón, cumpliendo su papel como única compañía.

Ese recuerdo de su padre llegaba como sueño últimamente, y agradecía que no fueran esas jodidas pesadillas que le quitaban la respiración, como una mano alrededor de su cuello tratando de hacer que dejase de respirar.

Se sentó en el borde del colchón, una fina capa de sudor adornaba su torso y frente, y el latir de su corazón evidenciaba su estado de ánimo. Todo estaba saliendo conforme al plan, pero había algo en él que no le permitía sentirse satisfecho, incluso sabiendo que todo estaba como él deseaba.

Pasó el resto de la madrugada y Yoongi no pudo conciliar el sueño de nuevo. Muy en el fondo deseaba retroceder a esa fecha en especial, cuando todo era bueno -dentro de lo posible-, y se sentía seguro, confiado y con altas expectativas en la vida futura que quería tener.

Cuando el reloj marcó las 6:00 am fue directo a la ducha. En el pasado podía pasarse el día entero en la cama, durmiendo como oso en hibernación, pero con la vida que llevaba era imposible hacerlo; si no eran los asuntos pendientes, eran los lamentos y rostros ensangrentados en forma de pesadilla los que le hacían huir de la cama.

[…]

—¿Me llamó, señor?

Yoongi observó con evidente fastidio a su mano derecha. El hombre se asomó por la puerta no sin antes anunciar su llegada con dos leves toques en la madera.

—Ya te dije, John. No me llames señor cuando estamos a solas, me haces sentir incómodo.

—Perdón, Yoongi —se disculpó con una leve sonrisa. Era cierto que con la muerte de su padre había pasado a ser su jefe directo, pero aún con eso era tal la costumbre de hablarle con respeto que no diferenciaba el hecho de estar a solas o delante de los demás—. Todavía no puedo acostumbrarme. Es más el tiempo que pasamos acompañados en función del rol jefe-empleado.

Cien Balas (Yoonmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora