VEINTINUEVE

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Dos meses después.

La relación de Hyung-Bae y Jimin estaba quebrajada. El rubio así lo sentía. Era su padre y lo amaba, pero deseaba que empezara a verlo como el hombre que era y no como el niño indefenso que fue después de la muerte de su madre.

A raíz del descubrimiento de la verdad, su padre le pidió muchas veces que dejara su trabajo alegando que lo hacía pensando únicamente en su seguridad, no como el hombre egoísta que Jimin decía ser. No encontraba la forma de hacerle entender a su joven y decepcionado hijo que todo lo hecho era únicamente por miedo de que le pasara algo.

Y era así como Jimin terminó dejando su empleo y se la pasaba dándole a su padre las preocupaciones que no necesitaba, pero era una forma de molestarlo. Una infantil, pero eficiente.

—Jimin —su mejor amigo observó como el rubio se empinaba la botella y tragaba el frío líquido sin hacer ninguna mueca—. ¡Jimin! Hazme caso, por favor, ya has bebido lo suficiente —quiso quitarle la botella pero el otro lo evitó moviendo la botella hacia atrás.

Taehyung estaba preocupado. Ver a su mejor amigo cayendo en ese agujero negro de desesperación y vicios le dolía mucho. Estaba dolido, lo sabía y hasta cierto punto le entendía, pero no apoyaba sus actos de rebeldía porque estaba jodiendose la vida y también la de su padre que, dicho sea de paso, era un segundo padre para Tae.

—Déjame, Tae —su voz salió atropellada debido al nivel de alcohol. Recargó su cuerpo contra el respaldo del sillón de piel de la zona vip y cerró los ojos con una sonrisa en el rostro—. El suelo se mueve.

—¿Y qué esperabas? —le recriminó el otro—, te tomaste toda la vitrina de vinos caros del bar. En serio, Jimin, no puedes seguir así.

El rubio giró a verlo y se sintió un poco culpable por estar arrastrando a su universitario amigo en sus juegos tontos. Lo sabía. Estaba plenamente consiente de que estaba haciendo las cosas mal y de paso, llevándose entre las patas a Tae haciéndole descuidar la universidad solo por casi obligarlo a hacerle compañía. Y sabía que el otro lo hacía por mera y genuina preocupación, pero de igual modo no dejaba de dañarlo de alguna forma.

—Bien, tu ganas —dijo levantándose del sofá. El mundo se le movió aún más pero luchó por mantenerse estable sobre el piso—. Vámonos, fue suficiente por hoy.

—Espera —le extendió la mano frente a él para que se sentara de nuevo.

—Que conste en acta que yo estaba dispuesto a ir a dormir, ¿eh? —se sentó y dio un trago a su botella de agua, aunque sabía que no se libraría de una fuerte resaca a la mañana siguiente.

—Dime algo, Jimin —el menor -por semanas- estaba buscando las palabras correctas para hacer su pregunta. No quería entrometerse más de lo permitido y sabía que ese tema también era delicado para su rubio amigo.

—Venga ya —dijo viendo que el otro se quedaba en silencio solo observándolo. Sonrió un tanto nervioso—, di lo que quieres decir y listo.

—¿Qué pasó con tu amigo? —dijo con cuidado.

—No tengo más amigo que tú, idiota —respondió con una sonrisa suave, evadiendo el tema.

—Hablo de Yoongi, no te hagas el tonto.

Ah bueno.

[…]

En otro lado de la ciudad, un pelinegro vestido con un elegante traje oscuro se mantenía con rostro sereno frente a su escritorio. Reposaba los pies sobre el mueble frente a él de manera despreocupada, con un vaso de whisky en la mano derecha y un cigarro en la otra que llevaba a su boca de vez en vez. Estaba preocupado. Por una razón que todavía desconocía, aquel rubio hijo de su peor enemigo se había distanciado de él de forma repentina. No entendía a esas alturas el motivo, y tampoco era como que iba a ir a rogar por su atención aunque su elaborado plan realmente lo requería si esperaba tener éxito.

Cien Balas (Yoonmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora