VEINTIUNO

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Kim Namjoon estaba metiendo las narices donde no debía si quería permanecer con vida.

El problema no era contra él, pero si suponía un obstáculo, Yoongi no tendría contemplaciones y lo eliminaría de su camino como si se tratara de una sucia cucaracha.

Min salió de la oficina de Hoseok después de haber ordenado a John que le dijera a sus hombres que se aseguraran de seguir el rastro del agente.

No planeaba capturarlo todavía porque primero debía descubrir en donde andaba escarbando para dar con su identidad. El hombre era inteligente, al igual que el teniente, pero el pelinegro estaba dos pies delante por el simple hecho de ser para ellos como un fantasma del que no conocían nombre o apariencia.

—Señor, el hombre se dirige a uno de los barrios bajos. Seguramente va a buscar a la rata y eso de alguna manera nos conviene.

—Síguelo de cerca, John —ordenó Yoongi por el teléfono—, y cuando lo tengas en la mira mándame la ubicación.

Yoongi sabía que debía meter velocidad en su relación con Jimin si quería destrozar a Park Hyung-Bae. La cosa se estaba tornando más difícil de lo que pensaba pero no estaba dispuesto a darse por vencido. Ya no era solo la venganza contra los Park lo que movía a Yoongi, también quería doblegar la actitud arrogante de Jimin, hacerlo caer solo por el placer de demostrarle quien de los dos tiene el control.


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Kim Namjoon manejaba su camioneta con vidrios polarizados y blindaje artesanal en grado uno por las calles de aquel marginado barrio. A donde sea que volteara le recibía un paisaje desalentador, de esos que te hacen pensar que existes en dos realidades distintas y eres afortunado por vivir en la que te ofrece todas las comodidades existentes.

Su celular emitió un sonido y bajó la velocidad para verificar si el camino era el correcto. El hombre al que estaba por ver era un sobreviviente de la organización criminal que estaban luchando por desmantelar. Era una lucha constante y desgastante. No solo por el tiempo gastado en operativos fallidos, sino que estaban luchando contra un fantasma del que no conocían identidad alguna, solo que acostumbraba a asesinar a cualquiera que tuviera la mala suerte de observar su rostro que siempre llevaba cubierto.

El sobreviviente aseguraba ser un ex empleado del segundo al mando. Solo un eslabón más de la cadena de criminales que entregaba drogas en los bares de mala muerte de los alrededores, mismos a los que el jefe no se tomaba la molestia de visitar a menudo.

—¿Dónde estás, maldito? —Namjoon se estacionó frente a un local cerrado que tenía un vidrio roto y señas de vandalismo. Observó desde detrás de sus anteojos redondos, buscando aquel rostro cicatrizado y de semblante amargo—. Mas te vale aparecer de una vez o…

El teléfono vibró y sonó en las manos del agente. El hombre sonrió con malicia y lo llevó hasta su oreja para responder la llamada. Era lo que estaba esperando.

—¿Dónde estás? —escuchó el intento de una risa que se vio sustituida por una leve tos.

—Puedo verle desde aquí, agente. No se preocupe, siga dos cuadras a la derecha, en una casa de fachada blanca. No se demore que estoy yendo hacia allá.

La voz del otro lado del teléfono se cortó dejando como sustituto un leve pitido que resultó molesto para el agente Kim. No entendía porque tanto misterio y empezaba a sentirse ansioso y pesimista. Ignorando la voz en su mente que le decía que retrocediera y saliera de ahí a toda velocidad siguió las indicaciones del hombre. En realidad ni siquiera entendía como es que estaba acatando las órdenes de un vil delincuente que estaba tratando de negociar su libertad a cambio de información de la organización del clan Min.

Con precaución avanzó hasta aquella casa que el hombre le señaló. Detuvo la camioneta justo frente a la puerta y se dio el lujo de observar el lugar; pintura desgastada, humedad por doquier y la sensación de que ese lugar era utilizado con fines delictivos. Aún con eso bajó del vehículo y se acercó a la puerta.

—Adelante —la puerta se abrió y Namjoon supo disimular la sorpresa del acto. Un hombre de apariencia ruda se dejó ver detrás de la entrada.

—¿Dónde está ese hombre? —el agente no estaba para bromas. Empezaba a perder la paciencia, a sentirse en una especie de tira y jala que no estaba gustándole en lo absoluto—. Dile que no tengo tiempo para esto. Si quiere obtener algún tipo de beneficio a cambio de la información, debe cumplir con su parte del trato. ¡¿Oíste?! —alzó la voz gritando a las paredes—, ¡Cumple tu palabra o aquí muere el trato!
De algún pasillo salió la figura del hombre en cuestión. Los hematomas en su rostro aún seguían ahí, dándole el amargo recordatorio de que con el clan Min no se juega.

—Esto no es un juego, agente —se acercó hasta Namjoon que permanecía aún cerca de la puerta. Sabía que no podía confiar y por eso traía una escuadra fajada en los pantalones—. Si lo cité aquí es porque afuera no es seguro. No quiero morir en manos de esos perros.

—Solo di lo que tengas que decir.

—Al menos permítame ofrecerle algo de beber, agente —lo invitó a tomar asiento con un leve gesto de manos.

El hombre frente a él dudó. Dudaba de todo desde antes de llegar incluso, pero ya estaba dentro de la boca del lobo y lo único que quedaba era ir hasta el final y pelear en caso de que las cosas se salieran de control.

Cien Balas (Yoonmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora