VEINTICUATRO

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El agente Kim perdió noción del tiempo después del quinto día de aislamiento. Bien podía asegurar que llevaba meses dentro de ese maldito lugar en el que no recibía nada más que golpes cada que le cuestionaban sobre el teniente Park y su investigación.

Cuando fue entrenado en la academia hizo un juramento de lealtad a su trabajo, él era un hombre de palabra y jamás faltaría a una promesa. Si moría por callar, lo haría con honor.

—Buenos días, agente —la puerta sonó al ser cerrada con brusquedad. Estaba en el piso con las manos atadas frente a sus piernas. No podía observarse, pero sabía que en su rostro no había más que sangre seca y moretones.

—No hagas intentos inútiles —habló. Su voz sonaba ronca y grave—, no voy a decirte ni una mierda.

—Eres un masoquista amante del dolor, ¿cierto? —John se acercó quedando a un metro de distancia y se puso de rodillas frente al hombre—. Dime algo, agente, ¿crees que tu superior está haciendo algo para buscarte? Si es así, déjame decirte que sus métodos son una jodida basura. ¿Cuántos días llevas aquí?

—No te voy a decir absolutamente nada, maldita basura. Puedes hacer los intentos que quieras. Puedes golpearme hasta dejarme inconsciente pero de mi maldita boca no va a salir nada que sea de utilidad para ti o tu gente.

Kim Namjoon era un tipo terco. Terco y resistente.

—Te gusta sufrir en vano, agente —John se levantó y caminó hasta su maletín donde llevaba algunos artículos especiales.

—Cada uno de nosotros nos torturamos de maneras distintas —la venda en sus ojos picaba, y también su garganta—. Si te pones a pensar tu y yo no somos muy distintos.

—¿Qué puedo tener yo en común con un agente mediocre como tú? —el extranjero detuvo sus movimientos unos segundos. La plática se ponía interesante.

—Los dos somos unos malditos perros fieles —dijo con una sonrisa burlesca—. Yo juré lealtad al recibir mi placa y lo hago por justicia, ¿tú por qué lo haces? ¿Es reconfortante entregarle tu lealtad y vida entera a un hombre como tu jefe, que solo se dedica a envenenar la vida de todo aquel que se cruza frente a él? ¿Estás orgulloso de la vida tan patética que llevas al servir como un sabueso sometido a ese hombre?

Lo siguiente que Namjoon sintió fue el golpe seco de un arma larga contra su barbilla. Sintió como su rostro giró hasta el extremo de sentir que su cabeza se arrancaría de su cuello pero aún así, no dejo de sonreír de esa forma tan suya, tan burlona que hacía hervir la sangre de su captor.

—Evidentemente tu y yo no somos iguales —los dedos de John apretaban con furia su mandíbula—, mientras tú te desvives por tu vida mediocre yo cada día gano poder, y prueba de eso, es que estás aquí bajo mis reglas, con tu vida pendiendo de un maldito hilo que puedo estirar hasta romperse si me da la gana.

Namjoon soltó una carcajada alta. Quizá estaba perdiendo ya la esperanza de salir de ahí y también la razón.

—Hazlo —respondió retándole—, estira ese maldito hilo hasta que no quede nada. De todos modos ese será mi destino porque no pienso abrir la boca, bastardo.

—Hoy venía de muy buen humor pero ya lo echaste a perder —sacó un cuchillo brillante de su maletín y se acercó de nuevo al agente. Pasó la hoja filosa por su rostro y sonrió cuando sintió tensarse el cuerpo contrario—. Te dejaré un regalito antes de dejarte ir.



Park Hyung-Bae pegaba de gritos a sus subordinados al no recibir noticias de su agente. Eran demasiados días los que llevaba desaparecido y la angustia empezaba a carcomerle el cerebro.

—¡Son unos malditos incompetentes todos ustedes! ¡¿Cómo es posible que no puedan dar con el paradero del agente Kim?! —dio un fuerte golpe sobre la madera de su escritorio—. ¡Son unos inútiles!

La frustración estaba haciendo su entrada triunfal y eso definitivamente no era algo bueno en una persona tan temperamental como el teniente Park. Estaba tan acostumbrado a hacer las cosas por si mismo que al dejar algo a cargo de alguien más le daba más problemas que soluciones. Quería salir a las calles y montar los operativos de búsqueda con su unidad de inteligencia pero sabía que era aún más peligroso. Todos los ataques eran únicamente para hacerlo caer en una trampa y no podía darse el lujo de caer. No estaba seguro de tener suerte de nuevo.

—Señor, hay un hombre en el hospital central que responde a las características físicas del agente Kim.

Park no quería, pero se imaginó los peores escenarios en cuanto la voz de ese agente llegó a sus oídos.

—¿Está vivo? —el hombre asintió y eso fue suficiente para que Park Hyung-Bae tomara sus cosas y saliera disparado con un destino fijado.

No se molestó en avisar o llevarse hombres junto a él, lo que menos tenía era cabeza para pensar en eso sí sabía que Kim estaba en un hospital en quién sabe qué estado físico.

La culpa le llegó como ráfaga huracanada, rasgando toda estabilidad emocional y haciéndole temer por la vida propia y la de quienes apreciaba. Jimin llegó a su mente de repente y no evitó llamarle aunque sabía que estaba en horario laboral. Por dios que quería mas que nunca que dejara esa loca idea de trabajar.

—¿Papá? —su sola voz le daba calma. Si su hijo estaba bien, todo alrededor también—. ¿Papa, está todo bien?

—Todo está en orden, hijo. ¿Cenamos hoy juntos? Tengo antojo de pizza y unas cervezas.

Jimin sonrió y, aunque su padre no podía verlo, sabía que lo estaba haciendo. La compañía le venía de maravilla teniendo en cuenta que su padre tenía semanas sufriendo de largas jornadas laborales y demasiado estrés. Una noche libre de preocupaciones les vendría bien a ambos.

—Me parece una idea estupenda, papá. Te veo en un rato, ¿si? —se escuchó una voz femenina al fondo y la risa de Jimin. Hyung-Bae suspiró feliz y una sonrisa se dibujó en su rostro—. Tengo que dejarte. Te veo luego. Te amo.

El hombre apretó el móvil entre sus dedos y juró hacer hasta lo imposible por hacer que esa risa y felicidad de Jimin jamás le abandonara.

Aunque la vida se le fuera en ello.

Cien Balas (Yoonmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora