CUARENTA Y TRES

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Siete días antes.

El interior del lugar donde Yoongi acostumbraba a divertirse cuando estaba de visita en ese país estaba finamente decorado con líneas abstractas en un tono rojizo. Las preciosas líneas iban de aquí para allá delineando lo blanco de la pared, contrastando de una forma curiosa con la luz que el color del lugar les brindaba.

—No me haga daño, señor. Yo no estaba en complicidad con ese traidor, se lo juro. Toda mi lealtad está con usted.

Yoongi descansaba sobre un sofá con tapizado extraño. En su mano derecha tenía una daga de cacha negra y brillante, con una hoja tan filosa como para partir en dos hasta el más fino cabello. La observaba mientras pulía la hoja filosa, observando su reflejo en ella de vez en cuando.

Frente a él estaba uno de los hombres que ocupaba una de las sillas frente a aquella mesa que recordó haber dejado manchada de la sangre de ese maldito perro traidor. Sus súplicas no le importaban mucho; era solo un cobarde suplicando a través del miedo.

—Bien, perro —se levantó y a paso lento se acercó hasta el hombre que permanecía atado sobre una silla de fierro—, vamos a jugar un juego muy fácil —caminó y lo rodeó hasta quedar detrás de él—. La única condición es que no podrás ver —sacó un pedazo de tela negra y se la puso sobre los ojos bajo los sonidos de miedo del hombre.

—Hago lo que usted quiera pero no me haga daño —la voz del hombre temblaba. Yoongi sonrió al ver el horror impregnado en su mirada antes de cubrir sus ojos por completo.

—Debiste ser más obediente hace unas horas, así no tendrías todos estos moretones ni la sangre escurriendo por toda tu anatomía —aseveró Min con voz calmada. El hombre siguió retorciéndose bajo el brusco tacto del jefe.

—Yo puedo decirle lo que usted desee saber, solo dígame y…

—Deja de hablar, perro. Cuando yo pregunte algo me lo responderás, mientras cierra la boca.

El hombre apretó sus labios lanzando quejidos lastimeros. Era el único que quedaba con vida de todos los que habían llevado hasta ahí. Haber visto como le arrancaban la vida a los demás fue el suceso más traumante para él, y saber que en cualquier momento llegaría su momento de sufrir le daba escalofríos.

Escuchó como el hombre que lo mantenía cautivo lanzaba un suspiro y se dejaba caer en el sofá que estaba por algún rincón. Seguido de eso la puerta fue abierta y escuchó la voz de John decir que los cuerpos ya estaban desaparecidos de la faz de la tierra. Fue en ese momento en que el hombre pensó en las familias de aquellos hombres que ya no estaban. En su caso no había nadie que llorara su ausencia, porque estaba demasiado podrido como para merecer tener una familia. De todos modos vivir en ese mundo no deja más camino que la muerte o prisión.

Y él estaba aceptando el camino que le tocaba. 

Pero el máximo traidor de todo ese grupo sabía lo que podía pasar y no dudó en dejar instrucciones por si en algún momento desaparecía sin dejar rastro.

—Ya todo está hecho —dijo John. Se acercó a la pequeña mesa frente al sofá donde estaba su jefe y tomó una copa para llenarla de whisky—. Debemos deshacernos de este imbécil rápido para poder irnos a la mierda de una vez.

—Lo sé —respondió Yoongi estirando la mano para tomar el vaso que John pretendía llevarse a la boca—. Hazte cargo tu, yo no tengo ganas de mancharme las manos con esta basura.

John sonrió mientras servía el otro vaso para beberlo. Después de un pequeño trago tomó su arma de la mesita y se acercó lentamente hasta donde el hombre permanecía atado. Este se sobresaltó cuando escuchó las pisadas frente a él y soltó un alarido cuando sintió el boquete del arma pasearse sobre su rostro.

Cien Balas (Yoonmin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora