Capítulo 3: La pregunta

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Capítulo 3

La noche de domingo abrió paso a la mañana del lunes, y a las siete de la mañana, el despertador de Ginevra sonó.

Se levantó rápidamente, desperezándose y se dirigió a su baño privado. Tomó una toalla blanca que se encontraba en el aparador y la dejó cerca de su alcance, para luego quitarse el pijama e ingresar a la ducha.

El agua caliente parecía llevarse con ella los nervios de la pelirroja por su primer día de trabajo. ¿Qué clases de trabajos tendría que hacer para Harry Potter? ¿Se acordaría de la Ginny adolescente que había conocido en la preparatoria? ¿Acaso importaba? El muchacho no parecía ser lo que era con dieciséis años, un joven divertido que vivía el momento y bromeaba junto a su mejor amigo. Ahora, era un empresario aburrido, de veinticinco años.

Suspiró y salió de la bañera, envolviéndose el cabello con una toalla, y su cuerpo con una bata de algodón. Se miró al espejo unos segundos, mientras se secaba el cabello y le daba forma. Algunos bucles por la punta, moldeados cuidadosamente, dándole movimiento pero naturalidad.

Se maquilló apenas, con base, delineador y rímel en las pestañas. Se cepilló los dientes y se puso brillo en los labios. Sonrió a gusto por lo que veía en el espejo, y salió del baño.

Pronto, se escucharon dos golpes en la puerta de su habitación y la voz de su hermano inundó su cabeza.

- Ginny... ¡Deberías levantarte! Son las siete y veinte – le notificó.

- Tarde, hermanito. Estoy levantada desde las siete.

- Bueno, vístete que estoy preparando el desayuno.

- Gracias – espetó ella.

Ginevra buscó entre sus cosas, y encontró un curioso vestido negro, ceñido al cuerpo, que le quedaba espectacularmente bien y unos zapatos blancos de plataforma totalmente formales, de tacón. Se los puso de manera delicada y se colocó crema en sus largas piernas y suaves brazos. Tomó una cartera mediana y un bléiser color marfil, y luego de colocarse sus aros (argollas plateadas, realmente grandes, que hacían juego con las tachas de su cartera) salió de la habitación.

La pelirroja dejó su saco y su cartera en el sillón, mientras se dirigía a la encimera de la cocina, donde su hermano había dejado el desayuno.

Ron se encontraba vestido con un traje gris claro, entallado al cuerpo, una camisa blanca y una corbata negra con textura. Incluso ella, notaba que su hermano estaba por demás guapo, comparado con el simple Ronald que iba a su casa los domingos, con un jean y una remera vieja, listo para jugar al fútbol con sus hermanos.

- Buenos días, Gin – la saludó él. Le dejó justo enfrente de donde ella se sentó un café cargado, un jugo exprimido de naranja y dos tostadas con mermelada de frambuesa. Ella sonrió.

- Buenos días, Ronnie – replicó ella – Gracias por prepararme el desayuno.

- Viniste obligada aquí, lo menos que puedo hacer es atenderte. Aunque no te acostumbres, también tendrás que cocinar.

- Prefiero hacerlo, tengo mejor mano en la cocina que tú – bromeó ella.

- ¡No seas cruel! – se defendió él – Te veo con mejor humor que ayer...

 - Dormí bien. Y además, no sirve estar de mal humor. No consigo nada más que arrugarme.

- Pensé que amabas enojarte... Así resuelves tus problemas desde que tienes cuatro años – comentó Ron, tomando un sorbo de su café.

- Sé cuándo dejar de hacerlo – reconoció ella, con una sonrisa.

- Ya es hora de irnos – exclamó Ron, observando su reloj de pulsera.

Para vestir santos (Harry Potter)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora