El despertador comenzó a sonar a las seis de la mañana en la casa de Harry Potter. Una mota de cabello pelirrojo desordenado se estiró a apagarlo.
- Harry, despierta. Debemos ir a trabajar – susurró en un bostezo.
- Estoy demasiado cómodo como para levantarme...
- Tu padre se preocupará.
- Mi padre supondrá que estoy contigo – tomó entre sus manos la cintura de la pelirroja y la jaló cerca de él para besarla.
- Ya mueve tu trasero, por lo menos recuerda que tienes millones de familias que comen gracias a ti. Trabaja medio día.
- Es fácil para ti decirlo. Estuviste toda la semana insistiéndome en que te deje salir temprano hoy para almorzar con Fleur y Hermione.
- Nunca te entenderé. Quieres que vuelva a componer mi lazo con Herms, pero cuando salgo a comer con ella, te molesta.
- Quería comer contigo hoy.
- Comiste y dormiste conmigo ayer. No pidas más, Harry James Potter. Y levanta tu maldito trasero de tu cama de seda para que podamos ir a trabajar... ¿Debemos pasar por Emmeline?
- Entrará a las nueve hoy. Así que, he aquí tu respuesta.
La pelirroja sonrió a medias y se dirigió al baño privado del azabache. Encendió la ducha y dejó que el agua caliente inundara sus pensamientos, y la preocupación, que poco a poco iba desapareciendo, desde lo ocurrido con Hermione. Ya sea en su casa, o en la de Emmeline, Ginny pasaba todas las noches con Harry, y se estaba acostumbrando demasiado a la idea. Además de Doug Ross, John Carter y la enfermera Hathaway, el doctor Greene, Lucy Knight y Anna del Amico sabían la relación que la unía con su jefe. Sinceramente, estuvo incluso cerca de comentárselo a Bill.
Unos fuertes brazos la rodearon por la cintura, y unos suaves labios depositaron un beso en su clavícula, quitándola de sus pensamientos. Se dio media vuelta y besó aquella boca que la volvía completamente loca. De la misma, que hoy podía decir, estaba enamorada.
Y si no fuera por eso, ya estarían orgásmicos en la ducha. Pero, lejos de eso, ambos se besaron algún rato más, y apagaron la ducha, para salir y secarse entre sí.
- ¿Está mi bolso por la habitación, Harry?
- La señora Jokins guardó tus cosas en el ropero. Fíjate allí.
Sara Jokins era el ama de llaves de la casa de Potter. En ese momento, se debía encontrar preparándoles el desayuno (situación a la cual Ginny aún se resistía). Era una mujer regordeta, de cabello castaño y ojos profundos. Su gesto siempre era de amor maternal.
Efectivamente, allí se encontraba toda la vestimenta de la pelirroja. Aunque aquel toda, era todo aquello que creía necesario las noches que pasaba con Harry. Un conjunto de ropa interior lo bastante sexy como para enloquecer a su hombre, una pollera tubo color chocolate, una camisa transparente y una chaqueta negra por arriba. Las medias eran infaltables por el frío clima que aparecía en los primeros días de diciembre, y unas botas coronaban el estilo de manera arcaica. Cabello recogido y algo de maquillaje, terminaron con el predicamento.
Harry apareció perfectamente prolijo con su traje ceñido al cuerpo. Tomó su portafolio y ambos bajaron hacia el comedor. Ginny le dirigió una preciosa sonrisa a la mujer que cocinaba.
- Buenos días, Sara.
- Buenos días, señorita Weasley. Señor Potter, el señor Weasley quería saber si tendrían aquella reunión a las diez de la mañana.
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Para vestir santos (Harry Potter)
RomanceUn joven multimillonario y mujeriego decide hacerle un favor a su mejor amigo: contratar en su empresa a su hermanita pequeña, rebelde y rebuscada por naturaleza, para encarrilarla hasta que rinda sus últimos exámenes en la facultad de Londres. D...