El tiempo había pasado más rápido de lo que parecía. Un mes tranquilo y que sirvió para que los lazos se afianzaran más entre ellos. Sirius, Ron y Harry no hacían más que seguirles el rastro a los Lestrange y a los Malfoy, pero curiosamente estaban tan desaparecidos para ellos, como para el resto del mundo.
En algún lugar recóndito de su corazón, deseaban que por fin la causa hubiera prescripto, y poder ser felices de nuevo. Ya las custodias personales se habían disminuido a tres días por la semana, aunque Kate, quién había vuelto a ser la sombra de Emmeline, se la pasaba todos los días en Grimmauld Place, ayudándola, y conteniéndola.
La castaña ya llevaba veinticuatro semanas de embarazo, que vivía a plenitud. El deseo por sexo iba aumentando a medida de que los meses iban pasando, pero había optado por no decirle nada a Sirius: si ella decidía tener sexo con otro hombre, él se molestaría siendo que llevaba en su vientre a su hijo y sería insoportable. Y ella... ya lo quería demasiado como para simplemente acostarse con él.
Sirius no había dejado ni un momento de consentirla en el mes que pasó. Le preguntaba a cada momento si necesitaba algo, la acompañaba al médico, y se lo notaba incluso más nervioso que ella misma. Él lo único que repetía era que iba a ser padre a los cuarenta y cinco años, por primera vez, y la última vez que había cambiado pañales había sido hacía más de veinte años, a Harry.
- ¿Y al pobre de Teddy? ¿Quién le cambiaba los pañales? – preguntaba Emmeline, riendo, mientras tomaba el té con Andrómeda y Sirius.
- Pues, Lunático eligió un buen padrino. Harry ha sido el mejor. Siempre le cambiaba los pañales, lo consentía, y demás. Cuando mi cachorro no podía cuidarlo, pues venía aquí. Y aquí vive su abuela favorita.
Andrómeda sonreía y sonreía. No solo por las anécdotas pasadas, sino porque era muy feliz de ver a Sirius, su primo, al que adoraba, tan feliz y tan lleno de vida como hace años no estaba.
Por otro lado, Harry y Ginny, cada uno con su vida laboral, sumados a eso su vida personal, ya se parecían más a una pareja de casados a una pareja joven. Pero adoraban que así fuera: Se cuidaban el uno al otro, y tenían un coito más que satisfactorio.
Y por último, pero no menos importante, Ron y Hermione habían decidido finalmente irse unos días de luna de miel al ver que, entre las guardias del hospital y los casos que llevaba el equipo de abogados de Ronald, no tenían tiempo que dedicarse a ellos. Ambos coincidían que era más que suficiente para una vida entera juntos, verse en las comidas, y a la hora de dormir, pero para su reciente matrimonio, querían pasar horas juntos como para extasiarse por una vida. Harry finalmente les pagó unos días en el Caribe, donde se pasearon por las playas de Cuba, Puerto Rico, entre otras. Desde el viernes 25 de febrero, cuando salieron de trabajar, hasta el 3 de marzo. Solo una semana, llena de amor, y de playa, por lo visto.
Hermione llegó con un candente bronceado que se ganó las burlas y risas de todos sus compañeros.
- ¡Oh, oh! ¡La jefa viene de su luna de miel! ¿Dónde fuiste, cielo? – preguntaba Doug Ross, entre carcajadas - ¿Al Caribe a un hotel de siete estrellas? Se te nota relajada. Ojalá a todos nos pagaran las vacaciones como a ti.
- Si te casas con Carol antes de que yo tenga un niño, te pago la luna de miel y la universidad de las gemelas – admitió Hermione, con suspicacia – Y ahora mueve tu trasero que tienes un paciente en cortina tres.
- La jefa volvió más mandona que nunca – revoleó los ojos.
- Soy jefa de residentes, no de malditos médicos recibidos, dueños de sus servicios. Y hablando de ella, ¿han visto a Kerry?
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Para vestir santos (Harry Potter)
RomanceUn joven multimillonario y mujeriego decide hacerle un favor a su mejor amigo: contratar en su empresa a su hermanita pequeña, rebelde y rebuscada por naturaleza, para encarrilarla hasta que rinda sus últimos exámenes en la facultad de Londres. D...