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El alfa azabache observó esa elegante forma delgada y ese bello rostro que podía opacar a cualquier príncipe, mismos que había tenido la dicha de admirar por casi toda su vida y hace unos días, haberlo tenido en su cama, dejándose llevar. Bebió de su amigo tanto como pudo, mientras esperaba que este volviera con sus órdenes de comida, antes que este se diera cuenta que lo estaba mirando más de lo normal. Aun se preguntaba cómo los imbéciles que lo pretendían casi a diario no siguieron detrás del omega. Bien, podría saberlo cuando él fue uno de los sujetos que mantuvo alejado a la larga fila de alfas bastardos que querían tocar y meter la mano en su atractivo amigo. Su trabajo fue tan sutil que el rubio ni siquiera se enteró. Claro que, nunca fue honesto acerca de ello, pero tenía varias razones para hacerlo. Así de esa forma comprendía un poco por qué Seokjin continuaba ocultándole lo que pasó en ese hotel, ignorando la noche que pasaron juntos, bajándolo de la nube donde se habían subido para aterrizarla en el suelo sin un salvavidas. Se sentía de esa manera: perdido, irritado y confuso. No podía estar equivocado al sentir la pasión salvaje y necesitada del omega en la cama. De cómo sus emociones y sentimientos se alinearon en uno solo al estar en la piel del otro, y cómo las piezas que desconocían cayeron en el lugar correcto. Ambos se entregaron; sus cuerpos confesando lo que callaron por largos años.

No obstante, su rubio amigo actuaba normal, compartiendo esas ridículas sonrisas y una actitud alegre cuando se veían, casi como si esa noche no hubiera sucedido nunca.

Obviamente, no se lo tragó. Conocía a Seokjin y sabía que detrás de esa campante sonrisa había sentimientos y secretos guardados que no quería decirle, y eso fue lo más mortificante. Casi quería sacudir los delgados brazos para que le dijera o tomar sus labios para obligarlo a decirle sus inquietudes en medio del sexo. Dios, su imaginación estaba sobrepasando su razón.

El aroma a rosas llegó a su nariz, observando al omega bajar las escaleras del lugar de comida rápida con dos bolsas de hamburguesas en manos. Sus agraciados labios carnosos alzando las comisuras y los bordes de su rostro tornarse en un rubor rosado gracias al calor de la ciudad.

—Siento tardarme, pero quería comerlas —ofreció una bolsa de papel a azabache que se veía bien reposando en la puerta de su auto. Sacudió el impulso de tropezar y caerse en ese pecho de forma accidental y que la misma manera, eventualmente sentarse sobre su pene. Era como si esa noche donde habían pasado juntos activara un botón escondido para estar cachondo para su amigo alfa. Ni que decir de su aroma que lo llamaba a bajar sus pantalones cortos y abrir las piernas al sentirlo denso y fuerte en el aire como si lo marcara como suyo. Debía de ser un idiota, porque las atenciones y las formas de Jungkook no habían cambiado.

—Un día de estas cosas no le harán daño a tu dieta de entrenamiento. Te servirá para tener energía y no dormir en la universidad —respiró hondo al ver esa expresión cruzarse en esa cara. Seokjin bajó la mirada y se apartó de ese mundo, sosteniendo la bolsa de papel en su pecho como si aquello lo anclara a algo que sus pensamientos lo desestabilizaran—. ¿Jin? ¿Todo bien? —pasaron largos segundos, antes que el rubio se volteara y se subiera en el asiento del auto.

Manejó a la universidad en sumo silencio hasta que llegaron y se bajaron. Siguió con sus pupilas obscuras los rubios cabellos que se unieron a su lado. Seokjin, emitió una sonrisa tímida y despreocupante, para luego apagarse sin causa alguna. Demonios, esto lo estaba tensado y golpeando sin saber qué hacer por su querido omega. Por Dios, no era suyo, pero se sentía como uno. —Jin... ¿Jin? —repitió. Su amigo se volteó, encontrándose con su mirada con los labios abiertos como si le fuera a decir algo, deteniéndose cuando Taehyung y su guardaespaldas se acercaron a ellos.

Jungkook miró fijamente a esos dos, queriendo decirles que se apartaran y se fueran, pero no podía ser un imbécil con el chico castaño que se veía entrañable con esos cabellos ondulados revolotear y las mejillas rojas al darles un regalo en manos. El omega era hermoso con un aire que daba ganas de abrazarlo y morderlo, pero no le interesaba de esa manera. Adiós a las malditas tapaderas y fingir que no quería meterse en los pantalones de su amigo.

Mi Dulce Omega  (HopeV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora