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—Aah.

Esa era su voz al tiempo que movía sus caderas vigorosamente, encontrándose con ese punto en su interior que lo atormentaba de un placer desenfrenado, que seguía y seguía. Podía tocar las nubes, estaba tan cerca, pero aun no quería llegar a ellas, centrándose en cada empuje sincronizado, en sus dedos cerrarse sobre las sábanas arrugadas y sus labios sacar un húmedo aliento. Abrió más las piernas, sus nalgas empinándose para el alfa, recibiendo una profunda estocada, y la boca del hombre sobre su cuello, quien usó su lengua para probar el sabor de su piel. Las grandes manos lo sostenían, las yemas paseándose, jugando gentilmente con sus sensibles partes. El pulgar encontró la punta de su miembro y él gimió desesperado, queriendo ser tocado, sostenido y que le dejaran correrse. Entonces, tuvo al hombre moverse rápidamente por detrás, las estocadas volverse lentas y profundas en cada tiempo, provocando que sus nalgas se sacudieran cuando se metía por dentro de él. Y luego, se estaba viniendo con un grito. Sus tiernas paredes absorbiendo ese falo grueso y duro que empezaba a extenderse con un nudo. Se sintió bendecido, enamorado, alimentado y feliz.

—Lo estás haciendo bien, mi Tae...

Le encantaba que su alfa le estuviera llenando hasta la última gota y lo mimara como un pétalo de rosa después de cada nudo. Besos pequeños, lamidas en su piel y caricias perezosas hacían que el momento fuera perfecto. El aliento cargado le decía que su amante había disfrutado tanto como él, y eso era algo que llenaba su ego. Este era su alfa, suyo, su único amor. Se pegó a este hombre, sin dejarlo ir, sin dejar de besar y tocarlo.

*

Se deslizó entre las cálidas sábanas, buscando el calor que había perdido, pero no lo encontró. Tuvo que juntar sus piernas, formando un ovillo, para intentar recuperar esa protección, pero de igual manera, resultó vacío e incómodo.

Abrió los ojos, las pestañas se movieron cuando los rayos toparon con sus pupilas que apenas se estaban acostumbrando a la luz. Era de día, una linda mañana que se reflejaba por esas sencillas cortinas abiertas, mismas que dejaban ver las nubes y algunos árboles más allá de la habitación. Un viento sopló fuerte, levantando la tela de las cortinas, mostrando el extenso bosque de afuera, trayendo consigo el aroma a hierbas, tierra y agua; este parecía llamarle de alguna forma. Era un llamado diferente que no pudo explicar, ni siquiera sabía si sería bueno seguirla. No obstante, fue opacado por el delicioso aroma a granos de café molidos, y el sonido de algo friéndose lo distrajo de lo que fuera que hubiese en la ventana. Sus pupilas por fin, conocieron el lugar que en la noche había sido irreconocible; las plantas en las encimeras, muebles de un color café y cortinas de un café pastel, se trataba de la habitación de Hoseok.

Oh.

Los recuerdos de la noche anterior vinieron.

¿Cuántas veces había tenido relaciones con Hoseok?

Se tapó la boca.

Claro que, conocía el ciclo de celo... pero ninguna de sus formas anteriores se acercaba a esto. No fue aterrador, ni mucho menos se sintió a vomitar y como si su respiración dejara de concebir oxígeno, ni estaba esos fuertes dolores que lo empujaban a gritar y querer rasgarse la piel. Tampoco sentía ese tirón de su interior, el que lo hacía agresivo e inconsciente, quitando a cualquiera quien se atreviese a detenerlo de ir a ese horrible hombre.

No. Fue... dulce y fantástico.

Se sintió cuidado, protegido y amado. Como si todas las cosas que hicieron fueran para aliviarlo, calmarlo y mimarlo. En parte recordaba ser pegajoso con el alfa, y Hoseok le había cumplido cada uno de sus caprichos.

Entonces, este era su primer celo real.

El cosquilleo en su estómago creció, como pequeñas hormigas escalar sus entrañas, fue un sentimiento raro, pero igualmente agradable. Nervioso se paró de la cama, arrastrando las sábanas para tapar su temprana desnudez, sus cabellos revueltos se reflejaron en el espejo, así como la línea desnuda de su cuerpo que no cubría la tela. Claro que, iba a estar completamente desnudo si él y Hoseok habían... tocó sus mejillas, estás se sentían tan calientes, sin mencionar que en el espejo podía ver el suave rubor que bajaba en su cuello a su pecho, propio de haber sido besado en esas partes. Apretó las sábanas en su pecho, sintiéndose extraño y tímido. El calor bochornoso volvía a surgir.

Mi Dulce Omega  (HopeV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora