XLI. Les daré la charla

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Pei Ming empezaba a tener un fuerte fetiche por el armario, pero no era su culpa, era culpa de las situaciones de la vida que lo metían ahí.

A ver, ¿eso cuenta como sexo semipúblico o sexo público? Estoy seguro de que los fanfics que YingYing mandó decían semipúblico...

Lejos de su debate interno sobre cómo clasificar fetiches, Shi Wudu yacía sentado a su lado con la mirada perdida en dirección de la puerta atascada que les impedía salir, viéndola como si de ella fuera a aparecer el mismísimo Yisus en cualquier momento.

—Dianxia —corrigió Pei Ming el monólogo interno de Wudu, que al parecer no era tan interno—, en nuestra casa solo se aceptará propaganda HuaLianista WuWu —lo llamó por el apodo que le había inventado una hora antes, cuando en su aburrimiento inició a decir cosas al azar, según Shi Wudu, el calor iniciaba a afectar la única neurona funcional a Pei Ming, Pei Ming creía que ya estaban oficialmente en una relación después del besuqueo y estaba tratando de hacer algo lindo.

Los dos se veían terribles, como si hubieran pasado días atrapados ahí y no solo dos horas.

—WuWu —canturreó Pei Ming de la nada, pegándose a él, su pecho golpeó contra el lado derecho de su brazo, — ¿puedo preguntar algo?

—No.

—¿Quieres ir a comer helado de zarzamora? —preguntó sin importarle su negación— es tu favorito. Yo invito.

—No.

—Yo también tengo hambre.

—No.

—Wuwuuuuu

Pero antes de que Pei Ming pudiera seguir el emotivo momento entre ellos, se vió interrumpido por una risa escandalosa que heló su sangre, porque él conocía esa risa .

—¡San Lang! ¡Más bajo! te van a escuchar —el murmurar de Xie Lian no hubiera sido obvio, si Pei Ming no fuera consciente de su presencia en ese lugar. Miró el casillero que estaba a su lado y antes de que Shi Wudu siquiera reaccionara lo abrió de un tirón.

Xie Lian estaba tratando de callar la risa de Hua Cheng con sus manos, inclinado sobre el regazo de este en el reducido espacio, Hua Cheng no podía parar, riendo como si hubiera visto la broma de su vida.

—¿Xie Lian? —Shi Wudu fue el primero en reaccionar, inclinándose con los ojos abiertos para ver dentro del casillero, Xie Lian giró al escuchar su nombre y se topó directamente con la mirada brillante de Pei Ming y una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Disculpen la interrupción! —casi chilló, luego aclaró su garganta haciendo su voz más grave y añadió— no veo, no escucho, soy de palo y tengo orejas de pescado.

Y cuando acabó su absurda canción infantil, volvió a cerrar la puerta del casillero, pegando la oreja a esta.

Todo jugoso detalle se grabará en mi mente para contarle después a las chicas.

—Pei gege, por favor...¿puede abrir? —Xie Lian preguntó con un tono tranquilo, la risa de Hua Cheng aún estaba en toda la habitación, incluso respiraba con dificultad.

—Pei Ming, abre —Shi Wudu lo jalo de la camiseta hacia atrás, permitiendo que la puerta oxidada fuera abierta por un avergonzado Xie Lian.

—Lo siento, mucho —se disculpó— no queríamos interrumpir su momento.

Al escuchar eso, la risa de Hua Cheng volvió a tomar fuerza y Pei Ming frunció las cejas en su dirección. ¡Se sentía un payaso!

Xie Lian sonrió un poco y gateó hacia afuera del apretado cubículo, sentándose a lado de Shi Wudu con las piernas estiradas.

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