Capítulo 14

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Capítulo 14

Mi lugar en el ecosistema

"De vez en cuando deseaba poder caminar a través de una ventana panorámica y hacer que los fragmentos afilados y rotos me cortaran en tiras para finalmente verme como me sentía"

-Elizabeth Hodskin


MIERCOLES 02 DE ABRIL DEL 2022


Abrí los ojos poco a poco y me sorprendió ver luz. Parpadeé un par de veces para poder abrir los ojos sin resentir los rayos del sol. Las cortinas ya estaban abiertas, me senté en la cama y al ver el reloj sobre la pared me percaté de que eran las seis de la mañana.

Me levanté y fui al baño, me lavé la cara con un poco de agua fría, y sin ánimos cambié la ropa con la que dormí por el uniforme.

Blanca siempre me dejaba listo el uniforme para el día siguiente, era una maña de su parte, decía que yo siempre sería su lucecita así tuviera cien años. Me puse una venda comenzando en el brazo para evitar un posible sangrado y para evitar que el aire le pegara directo, a la piel abierta en mi hombro izquierdo.

Al mirarme al espejo, las bolsas debajo mis ojos me recordaron las lágrimas de la noche anterior, estaban hinchados y mis ojeras eran ya bastante oscuras, llorar hasta dormirme era un buen drenante de energía. El moretón en mi frente estaba un poco más morado que el día anterior y ni siquiera me molesté por ponerle un curita.

Salí de mi habitación y con una pizca de precaución bajé las escaleras. Al ir bajando los escalones, un aroma a dulce me llegó a la nariz, era un aroma realmente bueno, a comida horneada.

Sfogliatelle... el postre más delicioso de Italia, mi favorito. Pero no tanto como las lentejas, seguramente mi padre estaría cocinando.

No tenía ganas de verle de nuevo, me sentía bastante mal y no quería que me viera siendo un despojo humano. Sin hacer el intento de llamar su atención salí de casa.

El día parecía querer llorar, era común, las lluvias previo a la llegada de la primavera. El cielo estaba gris y tenía nubes en algún tono de querer aparentar un blanco mezclado con la tonalidad negra.

Caminé, observando el paisaje, a pasos tranquilos puesto que iba a buena hora.

Amaba el aire. En mi tiempo de estadía en la ciudad, el aire quemaba un poco al entrar por mi nariz, debido a la gran cantidad de contaminación. Pero no en este pueblo, la entrada del aire a mis pulmones era la sensación más placentera de mis días, sobre todo porque en mis múltiples crisis odiaba que el aire en mis pulmones fuera escaso. Odiaba mucho sentirme hiperventilada.

Al llegar al instituto caminé hasta el aula de deportes, nadie llegaba todavía, como de costumbre. Tomé asiento y miré por las ventanas, jugando a respirar lentamente de manera manual.

Parecía tonto, pero estaba jugando con mi respiración. Con aquello de lo cual lograba tener un poco de control.

A pesar de ser temprano ya estaba bastante cansada, sentía en mi cuerpo una especie de cansancio acumulado de días. En cuestión de minutos entró el hombre pelinegro, con café en mano y gafas negras oscuras como siempre. Irradiando tanto ego como cafeína había en su sistema.

-Hola, Lucciene -me saludó y fue a acomodarse en su escritorio, quitándose las gafas de sol.

-Buenos días -le saludé fría.

Lentejas | Secretos EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora