Capítulo 38

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Capítulo 38

Coraline

"Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada."

–Leon Tolstoi


Me levanté haciendo gestos de mal sueño. Sentía raro, el no tener a mi lado a Benedict al despertar. Saber que se levantaría con esa cara de sueño, me causaba gracias verlo así. Tan natural, como siempre era conmigo, tan él.

Caminé hasta la cocina todavía con los ojos cerrados, porque mi estómago ya pedía comida y me sobresalté al ver a una mujer con un traje de enfermera en el medio de la cocina.

<<¿Ahora qué?>>

—Hola, Lucciene. Buen día, ¿qué tal dormiste? —me saludó, como si me conociera de años.

Era alta, de cabello negro, tez morena y tenía el cabello recogido en una coleta alta que le llegaba hasta la espalda.

—Buen día. ¿Usted es? —pregunté.

—Tus padres te explicarán, ya está listo el desayuno —me dijo —ve al comedor.

Mi mirada fue de aún más confusión en cuanto llegué al comedor, una vez le hice caso torpemente a esa mujer que causaba miedo de solo verla.

Allí estaban lo señores Rizzo, sentados a un lado el uno del otro en el comedor, con una sonrisa de oreja a oreja.

¿De qué me había perdido?

Incluso las manos de mi padre tomaban con cariño las me mi madre, mientras sonreían con felicidad extrema y risitas.

¿Alguna vez viste Coraline y la puerta secreta? Así me sentía.

—Hola —les saludé a ambos.

—Hola Lu, acompáñanos a desayunar —dijo el hombre con una sonrisa.

—No puedo, llegaré tarde al instituto.

—No —negó mi madre —Ya le hemos dicho a Cadwell que no iras.

—¿De acuerdo? —me senté frente suyo, aceptando lo que me decía.

En la mesa ya estaban servidos los refractarios con los desayunos: fruta, carne, huevos, tocino, café y más.

—¿Qué tal el instituto? —preguntó mi padre.

—Todo bien —respondí.

Me sentía muy incómoda, eso no era normal, mucho menos viniendo de ellos.

—¿Estás segura, lucecita? —preguntó de nuevo mamá mientras su mirada se tornaba a tristeza insólita, una que jamás había visto en ella.

—Estuvimos en el hospital y nos dijeron que agendaste citas —dijo mi padre —que has estado ahí.

—Lu, debiste decirnos que querías ayuda —sentenció mi madre.

<<No, claro que no la quería, la necesitaba que era algo muy diferente.>>

Y sí, se los había dicho y me habían respondido que no hiciera fuego con las cenizas de la tragedia.

Y también se lo había dicho a papá, pero él había mandado un boletín para evitar que saliera del país.

—Ya no tienes por qué ir al hospital, desde ahora todo lo que necesites lo tendrás aquí —dijo papá señalando a la mujer que se había puesto de pie detrás suyo, la que estaba vestida de enfermera —Ella es Mónica, será quien estará contigo todo el tiempo. El doctor Robinson y el psicólogo Mike vendrán aquí tres veces por semana.

Lentejas | Secretos EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora