Epílogo

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Cuando me vaya, olvídame. Cuando llegue la hora y ya nada quede, quema mi cuerpo, para que mi alma se esfume, para que solo quede el humo de lo que alguna vez fuimos nosotros. Porque esa ya no seré yo, ese cuerpo sin caos ya no será más el mío.

—Apártate —la voz de la chica pelinegra resuena por el lugar, haciendo eco en medio de la noche, amenazando al silencio con volverse bulla.

—No, ya deja de hacer daño —resopló con enojo el de los ojos azules.

—Quítate o el primer casquillo irá a tu cabeza —le amenazó la chica de los ojos cafés, quien llevaba un traje negro con pasamontañas.

—No —sentencio el chico, quien observaba con horror como la pistola apuntaba hacia él. —Si vas a intentarlo, tendrás que lastimarme primero a mí.

Una bala salió del arma, penetrando segundos después al chico de los rizos y la mirada oceánica.

La mujer del traje negro se movió, tomando del suelo a la persona que se encontraba a un lado del rubio, ignorando los quejidos del chico rubio.

—Por favor —le imploró a la mujer, pero ella no iba a parar.

—Camina —le empujó hacia adelante a lo que la chica se movió torpemente, caminado con pies descalzos sobre el frio del suelo.

Ambas continuaron su paso, mientras una le tomaba con fuerza las manos a la otra por la espalda, de tal forma que, aunque quisiera no se pudiera zafar de ella.

—¿Cuál es tu última voluntad? —preguntó quién se acababa de quitar la máscara metálica.

—Déjalo ir, él no tiene nada que ver —la débil chica señaló al chico que era apuntado por el otro enmascarado.

Ella lo haría, si era por ella a por quien iba, sería a ella, nadie más.

—Largo —dictaminó uno de los enmascarados, pero el chico no dio ni un solo paso.

—Hazlo —le rogó ella, la chica con el hilo en la voz.

—¿Por qué siempre eres así? —se volteó el chico a hacerle frente a ella, a la chica con el cielo en la mirada.

—Solo muévete y ve con los demás —le rogó ella.

—No te dejaré sola, no otra vez...

—Tú nunca me has dejado sola, pero recuerda lo que te pedí —susurró con el aire hilando su voz.

—¿Por qué nunca me dejarás salvarte? ¿por qué tienes la maldita maña de querer ser siempre la heroína? —le preguntó en un susurro, mientras le apuntaba nuevamente.

El chico se movió, mientras observaba como ella, la chica a la que él tanto amaba era apuntada con un arma en la cabeza.

La chica de los ojos repletos del cielo solo sonrió, mientras observaba al amor de su vida alejarse.

En un segundo el chico pelirrojo dio un último giró hacia atrás, para susurrarle algo a ella:

—Te amo.

—Te amo —susurró ella con el alma destrozada.

—¿Por qué tiene que terminar así? —le preguntó, mientras ella apenas le podía escuchar.

La mujer tragó saliva, meneó la cabeza mientras sentía el cuello del arma apuntarle y antes de que miles de bombillos explotaran frente a ella una vez más, ella susurró una última oración:

—No importa como termine, no importa nada ya —suspiró. —Tú me lo prometiste y yo te lo prometí, pase lo que pase, en esta y en mil vidas más tú y yo... seremos eternos. 





FIN

Lentejas | Secretos EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora