Capítulo 29
Contenedor de caos
"El valor se encuentra en lugares inesperados."
-J.R.R. Tolkien.
VIERNES 22 DE ABRIL DEL 2022
No me gustaban los hospitales, los odiaba. A mi parecer, era mil veces mejor morir si alguno de los órganos llegaba a fallar, a vivir años en un hospital postrado a una cama... o al menos eso era lo que mi mente ya bastante oxidada le gustaba creer.
Elogiaba los grandes avances médicos sí, pero no me convencían, pero mi relación con la salud y el tema de los hospitales no era muy buena. Cuando Carina murió no pasó mucho tiempo para que el resto del caos empezara a llegar a mí. Puede que incluso suene a película de terror, pero una mañana de agosto, mientras me estiraba entre las sábanas calientitas, me levanté con el alma un tanto rota, pero a pesar de ello logré levantarme. Sin embargo, tenía el presentimiento de que algo iría mal.
Ese día por la tarde, luego de que la policía me negara su ayuda y mi padre me pidiera que me callara, hice mi primer ayuno. No sabía si quiera que lo era, pero volví a comer hasta las doce horas después.
Así, con un leve ayuno fue como yo detoné una parte de mi caos. Con el tiempo las horas se convirtieron en días, luego semanas, hasta por fin volverse en una parte fundamental de mi cruel existencia en la que dejé de contabilizar el tiempo que pasaba sin comer, sin beber agua y sin probar algo comestible.
Alguna vez quise probar alguno de esos exquisitos postres que vendían en la pastelería del pueblo, en la que trabajaba Darío, pero el delicioso bizcochuelo solo terminó en la basura. Luego llegó mi abstinencia, ya no era solo carne, si no hasta la simple agua era rechazada por mí sistema.
Una noche, luego de tener una crisis y no comer por casi un mes, me levanté con un enorme dolor en el centro de mi abdomen, no podía respirar y el solo pestañear me dolía, al tratar de levantarme caí de la cama. Con el poco aire que se me fue permitido, grité tan audible como los pulmones lo permitieron.
Por primera vez, mamá estuvo ahí.
Fuimos a urgencias al hospital de la ciudad cercana, cuando llegué apenas podía abrir los ojos y la cabeza parecía querer reventarme. Luego de unas cuantas placas y análisis, los doctores le dijeron a mi madre que su hija tenía anorexia nerviosa crónica y si estaba allí era para esperar a por un lavado de estómago, pues mis tripas se habían amarrado entre sí y si el lavado no funcionaba, me debían someter a cirugía urgente.
No entiendo cómo fue que las cosas ocurrieron después, cerré los ojos y traté de dormir. Minutos después de manera mecánica pude sentir todo el proceso de la intervención, la especie de cable entrando por mi boca mientras sentía leves retortijones dentro.
Durante esa semana mamá trató de estar conmigo, no la culpo por dejarme sola después de eso, supongo que le era difícil. Los días siguientes traté de ingerir alimentos blandos para componer mi estómago. Pero nunca le presté la atención que debía, un desorden alimenticio no es ningún juego del que puedas pensar que puedes ganar sin ayuda de nadie.
No puedes creerte experto de un desorden alimenticio, por más que lo estés pasando y viviendo. No es algo que puedes solucionar cuando quieras, y lo sabía, lo sabía a cada momento.
No era mi mamá, no era a Benedict, a Abi, Blanca ni a nadie quien yo necesitaba para salir de ese hueco podrido en el que estaba, solo tenía que tomar una simple decisión, por más dolor que eso me causara, era hora.
ESTÁS LEYENDO
Lentejas | Secretos Eternos
RomanceLentejas: Secretos Eternos. La historia mal contada de una villana. Primer libro de la saga Amar Eternamente. Están prohibidas las copias o adaptaciones. Lucciene Rizzo, una italiana que ama las lentejas y la música. Vive en un tormento interno...