Gabriel
Escuché pasos salir al altar, abrí los ojos encontrándome con el Padre Basilio y el Padre Manuel, que llevaba el alba para la misa. Miré mi reloj pulsera, todavía faltaban dos horas para la misa de mediodía. Me acomodé en el asiento y los miré. Tenía curiosidad por saber qué estaban por hacer. Tampoco quería irme, el Padre Manuel se veía muy atractivo con el alba puesto. No era más que una túnica blanca sin más, pero parecía que a él era al único que le quedaba bien. Por poco mis pensamientos me traicionaban yendo un poco más allá del simple atractivo de Manuel, sabía que, si lo hacía, pecaría de lujuria en la casa del Señor. Intenté concentrarme en lo que estaba viendo. El Padre Basilio le extendió un libro abierto al principio. El nuevo Padre bajó la vista unos segundos y después levantó la vista antes de empezar a recitar la misa del bautismo. Sentí que sus ojos se fijaban en mí como si todo lo que decía me lo dedicara, casi como un poema. Su voz resonaba en la parroquia, era suave y amable como siempre, era hipnotizante, podría escucharlo todo el día sin cansarme. Bajé la mirada avergonzado, estaba pensando como lo hacía con Santi. Siempre tenía estos pensamientos asquerosos sobre él y lo mucho que me gustaba. No podía sentirme así por un futuro cura y menos por uno que ya lo era y tendría que verlo todo el tiempo. Por ahí era el momento de conseguir una novia. Había escuchado de alguna chica que quería estar conmigo, había sido en el tiempo en el que Santi todavía estaba acá, lógicamente la había rechazado. Solté un suspiro. Probablemente me odiara o ya tendría un novio mucho mejor de lo que yo podría ser.
Decidí levantarme e irme, no podía seguir así, no quería tampoco. Caminé hasta la esquina y me paré en el cordón de la vereda, me quedé ahí unos minutos observando el otro lado de la calle como si esperara a alguien. Me sentí desorientado, aturdido, tenía vértigo por alguna razón.
—Che, ¿te sentís bien, Gabi?
Me giré, era Facundo, me miraba con cierta preocupación.
—Estás pálido... ¿Querés un poco de agua?
—Estoy bien —logré decir.
—Te acompaño a tu casa, vamos.
No me dejó ni siquiera procesar lo que me había dicho, entrelazó nuestros brazos y echó a caminar obligándome a hacerlo también. Le escuché hablarme, preguntarme cosas, pero no le presté atención, seguía sintiendo la culpa que me ponía cada vez peor. Me sentía una persona horrible, asquerosa. No podía pensar así ni por un Padre, ni por Santiago, ni por cualquier otro chico.
Caminé sin prestar atención hasta que me di cuenta de que no estábamos yendo a mi casa, estábamos cerca, pero no era el camino habitual. Estaba tan absorto en mi crisis que podrían haberme secuestrado sin ningún problema. Llegamos a una casa con un portón atado con una cadena y un candado a una reja sencilla. Me soltó del brazo y buscó en sus bolsillos hasta sacar unas llaves. Abrió el candado, después el portón para dejarme pasar. Entré confiando que era su casa y que podría salir vivo de ahí. Nunca había visitado su casa, sabía que Santiago sí cuando yo estaba ocupado. Esperé en silencio a que cerrara nuevamente, después se acercó a mí con una sonrisa haciéndome una seña con la mano para invitarme a entrar. El lugar no era más que una casa parecida a la mía, un poco más chica. Había cuadros con fotos por todos lados, donde podía reconocer a Facundo de chico. Su cara no había cambiado prácticamente, solo su forma de vestir, de peinarse y la barba que se dejaba ahora.
—Vamos a mi cuarto para hablar tranquilos, nunca sé a qué hora llega mi mamá.
Asentí y lo seguí por el comedor hasta una puerta decorada con posters de bandas de rock, dibujos obscenos hechos con liquid paper, marcadores negros o lapicera y un cartel de madera en el medio, colgado con una cuerdita que ponía el nombre del dueño de la habitación.
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Pecado
Teen FictionManuel es un joven cura que acaba de terminar el sacerdocio. Llega a Del Viso, un pequeño pueblito súmamente religioso, allí será el reemplazante del cura que está próximo a la jubilación. Cuando conoce a Gabriel, un joven estudiante de teología, la...