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Manuel

—¿Cómo te fue con tu mamá? —Gabriel se encogió de hombros—. ¿Te dijo algo?

—Que Isabel es la amante de mi papá.

—¡Por Dios! ¿De verdad?

—Sí —me miró—. ¿Podés creerlo? Me pegó y te pegó a vos porque protegés a un desviado y él resultó peor. Lastimó a mi mamá.

—Tranquilo, él tendrá su justo castigo —me quedé en silencio unos segundos, él acariciaba a Noé que descansaba sobre su regazo—. Mejor hablemos de otra cosa. ¿No estás contento de tener a Noé acá?

—Sí —una sonrisita apareció en su cara—. Lo extrañaba mucho.

—Ya no vas a estar solo acá.

Me miró ampliando su sonrisa. Desvié la mirada a la puerta, abierta de par en par. Tenía la necesidad de besarlo, pero era demasiado arriesgado hacerlo ahora. Me mordí el labio inferior volviendo a mirarlo. Era la primera vez que tenía que reprimirme de verdad para hacer algo. Decidí cambiar el tema de conversación a algo banal, no quería hacerlo pensar en lo que había hablado con su mamá.

Nos quedamos en su cuarto hablando hasta la hora de la reunión de los misioneros. Me levanté y, seguido por él, salí en dirección a la oficina para agarrar mi Biblia. Después, fui directamente al aula, Gabi ya estaba ahí sentado en una de las sillas. Me senté en el escritorio y abrí el libro para hacer tiempo antes de la llegada de los chicos.

—¿Qué hacés acá? —la voz de Isabel resonó en el aula.

—Tiene derecho, como todos, a estar en la casa de Dios.

—No deberían entrar los pecadores.

—¿Qué hacés acá, entonces, Isa? —apareció Facu atrás suyo—. Vos sos la más pecadora de todos acá y te dejan entrar.

Gabi le hizo una seña para que se callara, Facu sonrió, me saludó con la mano y se sentó al lado suyo. Isabel se sentó más atrás con cara de asco, la que ponía siempre que algo no le gustaba. No pude evitar que una sonrisita apareciera en mi cara. Los demás chicos llegaron unos minutos después como de costumbre.

La charla había sido distinta hoy, los nenes no dejaban de preguntar sobre el golpe que me había dado Adrián. Tampoco parecían entender bien por qué había pasado todo esto. Me preguntaba si sus padres les habrían explicado algo o si habrían hecho como si esto fuera lo natural. Después de ser testigo de las miradas indiscretas que Gabi recibía, podría creer que prefirieran evitar el tema, como si los fuera a contagiar de homosexualidad o algo así. Cuando terminamos, Gabriel llevó a su cuarto a Facundo, mientras, los chicos e Isabel salieron dejándome solo. Me quedé sentado en el escritorio pasando las hojas de la Biblia, aunque no buscaba nada en realidad. Entre las cosas que tenía que cambiar acá era esto, la visión que tenían con personas como Gabriel.

—Como yo...

Pegué un salto al escucharme susurrar eso. ¿Cómo yo? ¿Éramos iguales? Me pasé las manos por la cara hasta dejarlas posadas en mi frente. Una pregunta nueva que aparecía en mi cabeza, estaba seguro que se iba a instalar en mi cerebro y no me iba a dejar pensar en nada más, como había pasado con Gabriel desde el primer día. Respiré profundo y volví a mirar la Biblia. ¿Adónde iba a encontrar la respuesta? Unos toques en la puerta hicieron que me girara rápidamente.

—Perdón, ¿te asusté? —dijo Gabi.

—Un poco. Estaba pensando. ¿Necesitabas algo?

—Saber qué pensabas, Padre.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora