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Gabriel

Sentía la erección de Manuel contra mi ingle. Cada uno de sus movimientos hacía que nos rozáramos. No sabía si él era consciente de lo que hacía o si actuaba por puro instinto, pero, definitivamente, iba a matarme así. Tenía que reprimirme todo lo que podía, no quería empezar a tocarlo y terminar con esto. Un nuevo roce hizo que me separara para soltar un gemido. Sentía el cuerpo caliente, pero más la cara. Lo miré con un poco de vergüenza, me devolvió la mirada, parecía igual de avergonzado que yo, pero había otra cosa que brillaba en sus ojos. Le di un corto beso y me separé por completo.

—Va a ser mejor que paremos, Manu.

—¿Te molesta?

—Sí, el pantalón sobre todo —soltó una risita—. Me gustaría tanto seguir, pero no sé si la iglesia sea un buen lugar para esto.

—Tenés razón. Aunque ya rompimos varias reglas.

—No sigamos rompiéndolas hoy —volví a besarlo—. Vuelvo a mi cuarto.

Me levanté, me despedí con la mano y salí para volver a mi habitación. Apenas llegué a mi cama, me temblaba todo el cuerpo y el calor me mareaba. Una vez bajo las sábanas, me deshice del pantalón y el bóxer. Ya no tenía que imaginar a Manuel para saber cómo se sentiría tenerlo encima. Tampoco tenía que hacer de cuenta que sentía algo por mí, era evidente que lo hacía, o al menos me tenía ganas. Como estaba nuestra situación, no me parecía tan malo que fuera eso. Cerré los ojos y me mordí el labio, no quería que nadie me escuchara. Moví mi mano más rápido pensando en sus manos, en sus labios, en sus besos. Se me erizaba la piel de solo pensar que, hacía unos minutos, lo tenía encima, besándome con tanto deseo. Sentía su respiración contra mi piel todavía. Era tan vívido que el calor de mi cuerpo aumentaba todavía más. Después de hoy, era difícil que, cuando estuviera con él, no me lo comiera con la mirada; más de lo que ya lo hacía. Mi mano era la suya, podía sentirla a la perfección, moverse de arriba abajo con rapidez, empujándome al límite cada vez más. Mi bajo vientre empezaba a contraerse. Aguanté la respiración hasta que eyaculé. En ese momento, la realidad volvió a mí. Abrí los ojos, estaba solo en el cuarto, pero la sensación del cuerpo de Manuel encima mío no desaparecía. Escuché la ducha de su cuarto y no pude evitar sonreír pensando que intentaba sacarse la calentura que yo había provocado. Me levanté, agarré mi ropa y caminé hasta al baño para limpiarme, después me vestí de nuevo. Me lavé la cara un par de veces con agua fría, seguía con cierto ardor en el cuerpo, similar a la fiebre. Miré mi reflejo en el espejo, por primera vez no sentía asco de mí mismo, no sentía que estaba en un error, por el contrario, me sentía contento. La culpa había desaparecido por completo de repente, como si esto hubiera sido lo normal en mi vida. Masturbarme e irme a dormir, como cualquier hombre de mi edad. Tampoco me molestaba que Manuel fuera parte de mi fantasía, no tendría que hacerlo ya, después de todo, él me había calentado en un principio con los roces. Cerré los ojos unos segundos y respiré profundo. No quería seguir pensando en eso o no podría dormir. Me lavé la cara una vez más, me sequé y volví al cuarto para acostarme de una vez e intentar dormir. Me di cuenta que la ducha ya no se escuchaba, Manuel ya se había acostado también.

Me desperté con la misa, agarré rápidamente mi celular y miré la hora: ocho y media. La misa ya iba a terminar. Me quedé en la cama un rato, quieto como si la gente que estaba en la parroquia pudiera escucharme respirar. Esperé unos minutos hasta que escuché golpes en la puerta de mi habitación, me levanté y fui a abrir esperando a Manuel, pero, en su lugar, estaba Facundo. Lo dejé pasar y cerré la puerta.

—Dame un segundo que me arreglo, me preparo un café y vengo a contarte algo.

—¿Qué pasó?

—Te dije que me esperes.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora