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Manuel

Vi a María entrar desde la ventana de mi habitación, me levanté sin perder un segundo y salí en dirección a la cocina, por donde solían entrar desde ese lado. Apenas la vi cruzar la puerta, me precipité a ella abrazándola. Al principio parecía no entender lo que pasaba, ni siquiera parecía haberme reconocido, pero no tardó en devolverme el abrazo. Me separé de ella notando la palidez de su cara y las ojeras debajo de sus ojos hinchados, no hizo más que mostrarme una sonrisita pronunciando un "gracias" débil. La acompañé hasta la habitación que compartía con las demás novicias y Hermanas, llevando su mochila en completo silencio. Ella no se veía con muchas ganas de hablar después del fin de semana que pasó y yo no sería quien la obligara a hacerlo ahora. Me agradeció la ayuda agarrando su mochila y entrando en la habitación. Me quedé parado afuera unos segundos como esperando a que saliera de nuevo, pero no lo hizo, seguramente guardaría sus cosas, juntaría otras y se iría a San Cayetano para enclaustrarse en oración. Según lo que me había dicho Basilio, después del almuerzo, se iba junto con las chicas que estaban de paso. Volví a mi habitación para seguir organizando la colecta. No tenía idea de cómo solían hacerlo, pero no podía ser demasiado difícil, esperaba que no lo fuera. Me senté frente al escritorio y pensé en qué sería lo mejor para juntar las donaciones. Probablemente deberíamos dividirnos, después de todo, éramos cuatro. Alguien podría quedarse en la parroquia recibiendo los alimentos, mientras los demás íbamos a juntar el resto. Tenía que hablar con Basilio para que diera el anuncio sobre cómo íbamos a hacer la colecta. Escribí lo que iba a necesitar para hacerlo y el horario en el que iba a convocar a los chicos. Tenía que planear bien todo para que no tardáramos demasiado. No quería ocupar todo su día en esto, eran jóvenes y, seguramente, tenían cosas que hacer. De repente, me acordé de la confesión de Gabriel, debería haberla olvidado ya, eso era lo que me habían enseñado, pero mi mente no parecía querer cooperar. Menos cuando apareció una pregunta que me produjo una sensación que no supe identificar: ¿había conseguido novia? Era un chico atractivo, tranquilo y de buenos valores, sería raro que nadie se hubiera fijado en él. ¿Por qué de repente me molestaba pensarlo? No me incumbía, pero sus palabras resonaban en mi cabeza como un eco constante. Intenté por todos los medios distraerme con los ruidos que penetraban en mi habitación. Escuchaba a Nieves ordenar a las demás que se apuraran y terminaran de limpiar. Su voz me llegaba como si estuviera en el fondo de una pileta, pero poco a poco iba apagando el eco molesto que tenía. Me pasé las manos por la frente intentando apagar los restos de su voz que todavía rebotaban en mi cabeza.

Me levanté de mi silla sintiéndome un poco mareado como si me hubiera quedado sin aire. Cerré los ojos unos segundos y respiré de forma consciente hasta que la sensación pasó. Después abrí la puerta y me asomé, pude ver a Nieves con algunas novicias de tránsito. Todas se movían como hormigas por la parroquia limpiando. Las observé hasta que la Hermana se dio cuenta que lo hacía, me miró con una sonrisita sabiendo lo que estaba pensando.

—¿Puedo pasar?

—Sí, Padre, pase.

Salí de mi habitación y caminé hasta el altar, las novicias iban de un lado a otro limpiando. Caminé hasta la puerta principal y salí de la parroquia sin rumbo. No sabía a dónde iba ni a qué, pero necesitaba liberar mi cabeza, necesitaba evitar seguir pensando en Gabriel y en su vida. No era de mi incumbencia lo que hiciera. Sin contar que debería desechar cualquier recuerdo de esa conversación. De repente, sentí que me agarraban del brazo. Pegué un salto girándome a mi derecha, Isabel levantó la mirada a mi cara y sonrió.

—¿Le pasa algo, Padre? Se ve un poco pálido.

—Me sentía un poco mal, por eso salí.

Esbocé una sonrisa nerviosa apartándola con suavidad. Aunque había pasado un rato largo torturado con Gabriel, prefería haberme cruzado con él en lugar de Isabel. No me gustaba en absoluto su forma de comportarse conmigo, sentía que, si me juntaba demasiado con ella, terminaría en problemas. Seguí caminando seguido por ella que hablaba de algo a lo que no le prestaba atención en absoluto, me limitaba a orar adentro de mi cabeza porque apareciera alguien que pudiera salvarme de esta situación. Cada tanto tenía que apartarla de mí de nuevo poniendo algún pretexto para evitar que sintiera mi rechazo directamente. Era bastante insistente con estar agarrada de mi brazo lo más pegada posible a mí.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora