33

41 4 4
                                    

Manuel

Respiré aliviado cuando vi a Gabriel cruzar por la reja principal de la parroquia. No tenía por qué preocuparme tanto por él cuando no avisaba al salir, pero no podía evitar hacerlo. Después de todo lo que había pasado, cualquier cosa era suficiente para ponerme alerta. Me saludó al pasar y se metió al cuarto. Quise preguntarle dónde había estado, pero no quería molestarlo ni meterme demasiado en su vida. Decidí ir a la oficina antes de la misa. Me encerré y me senté en el escritorio. Abrí cartas, eran donaciones. Seguía sin poder concentrarme demasiado en lo que tenía que hacer. Conté unas cuatro o cinco veces el dinero antes de poder asentarlo y guardarlo. Distraído como estaba, iba a hacer cualquier cosa si seguía. Acerqué la silla a la ventana y miré para afuera. El sol casi había bajado por completo, las luces de la calle empezaban a encenderse. Abrí la ventana y dejé entrar el aire frío. Respiré profundo cerrando los ojos unos segundos. Necesitaba calmar mi mente un poco, Gabriel estaba acá y parecía estar bien, no tenía que pensar mucho más en él, o eso intentaba hacer hacía un buen rato, pero me era imposible dejar de hacerlo. Me pregunté si el problema seguía siendo el beso, no había pensado en eso hoy, aunque parecía que nunca se iba de mi cabeza, había algo que siempre estaba ahí dando vueltas. Era él quien ocupaba mi mente todo el tiempo. Los toques en la puerta hicieron que me sobresaltara, volví a mi lugar e indiqué que pasaran. La puerta se abrió dejándome ver la cara de Gabriel. Entró, cerró atrás suyo y, sin que le dijera nada, se sentó frente a mí. Nos miramos en silencio, parecía triste.

—¿Te pasa algo?

—María me dijo que me estuviste buscando hoy.

—Parece que ella es nuestra mensajera —soltó una risita asintiendo—. No quería nada en concreto, me preocupaba que te hubiera pasado algo.

—Fui a ver a Facundo.

Suspiró, pero no dijo nada más. Quise preguntarle si algo había pasado, pero las palabras se quedaron en mi garganta. No podía ni quería meterme demasiado en lo que hacía en su vida. Iba a esperar a que me dijera lo que quisiera, cuando él quisiera hacerlo. Nos quedamos en silencio de nuevo, nos mirábamos el uno al otro como si nunca lo hubiéramos hecho antes. Me di cuenta, entonces, que había estado llorando, sus ojos estaban un poco rojos e hinchados. Algo le había pasado, quería saberlo.

—¿Pudiste hablar con tus padres?

—No lo intenté. Igual, ellos tampoco parecen querer hablarme.

—No va a ser para siempre —se encogió de hombros—. ¿Y la gente cómo te trata?

Su cara se puso un poco pálida, había hecho la pregunta correcta.

—Bueno... —soltó un suspiro—. Tengo problemas con Sebastián, el hermanito de Isabel. Él y sus amigos me corrieron hasta la casa de Facu para pegarme.

—¿Te pegaron?

—No, Facu me defendió, me metió a su casa y él recibió los golpes.

Su voz había adquirido un tono monótono, parecía estarse acostumbrando a pasar por esto. Me quedé callado unos segundos pensando en cómo ayudar. Pensé que, si hablaba con Isabel, iban a dejarlo en paz. Le pedí que volviera a su cuarto prometiéndole que las cosas iban a cambiar, aunque no estaba muy seguro de eso. Se limitó a asentir con la cabeza, su expresión no mostraba convencimiento, pero no dijo nada. Salió dejándome solo de nuevo. Miré la hora en mi celular, faltaba media hora para la misa de la noche. Aproveché para pensar hasta la hora de ir a prepararme. Una vez listo, caminé hasta el altar y me paré atrás del atril. La parroquia no estaba llena, pero era suficiente para empezar la misa. Mientras lo hacía, miré a los presentes buscando a Isabel. No era como cuando buscaba a Gabriel, podía encontrarlo como si tuviera una flecha de neón apuntándolo directamente. La busqué durante la media hora que duraba la misa, pero era como si no hubiera ido. ¿Sabía que Gabi estaba acá y se sentía culpable? No parecía ese tipo de persona. No quería juzgarla de tal manera, pero no podía pensar otra cosa de ella, menos cuando había hecho algo así sin ningún remordimiento. Cuando terminé, la vi, bajé del altar sin perder un segundo y me acerqué a ella.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora