Manuel
Cuando Gabriel entró al aula me preocupé, estaba pálido como un fantasma y se sostenía de Facundo. Clavé la mirada en ellos hasta que se sentaron al fondo con las novicias. Bajé la vista al escritorio y abrí la Biblia para empezar con la reunión. Busqué los pasajes con la idea de concentrarme, pero no podía dejar de mirarlo al fondo del aula. Olvidaba las palabras o los versículos que acababa de leer. Gabriel se estaba transformando en mi principal distracción, sobre todo cuando lo veía mal. Me forcé a apartarlo de mi mente, a ignorarlo lo mejor que pudiera por ahora para poder dar la charla en condiciones. Se estaba convirtiendo en un esfuerzo sobre humano, lo tenía justo en frente, me era imposible no mirarlo y, por consecuencia, preocuparme por él. Al terminar la reunión, quise hablarle, pero Facundo se lo llevó con rapidez y un par de nenes me impidieron salir hablándome y preguntándome cosas. No podía negarme a quedarme con ellos un rato más. Cuando todos se fueron, me quedé sentado en el escritorio, revisé los pasajes que iba a leer durante la misa, pero no les presté demasiada atención. Suspiré, cerré la Biblia, me levanté y salí intentando no llamar la atención de nadie. No tenía mucho que hacer, pero las Hermanas estaban acostumbradas a ver a Basilio todo el día en la parroquia y sabía que iban a evitar que saliera, aunque no me ausentara más de unos minutos. Una vez en la calle, caminé directamente a la casa de Gabriel. Al llegar, me encontré con Facundo que salía. Me miró con una expresión de sorpresa, seguramente no se esperaba que estuviera ahí, abrió un poco más la reja que había cruzado para dejarme entrar, después, cerró. Caminé hasta la puerta principal y golpeé. Nadie contestó. Volví a golpear, escuché pasos del otro lado y la inconfundible vos de Gabriel en un susurro. Toqué una tercera vez. La puerta se abrió dejándome verlo. Su cara se puso más pálida de lo que lo estaba antes, sus ojos estaban rojos e hinchados. Me dejó pasar y cerró antes de llevarme hasta el sillón donde nos sentamos en completo silencio por lo que pareció una eternidad. Lo único que se escuchaba era el reloj y a Gabriel sorber la nariz. No supe cómo empezar a hablar, tampoco tenía qué decirle, estaba ahí de repente, después de verlo hacía unos minutos en la parroquia. Bajé la mirada a sus manos entrelazadas sobre su regazo. Un maullido me obligó a desviar la mirada a hacia abajo, un gato negro se restregaba contra mi pierna.
—Noé, no. Llenás de pelos al Padre.
Le hice una seña para restarle importancia, acaricié la cabeza del animal y volví a mirar a Gabriel, tenía una sonrisita ladina, pero se veía triste.
—¿Te pasa algo?
Dije llamando su atención, me devolvió la mirada. Sus ojos se habían oscurecido, no se veían como siempre.
—Creo que me engripé. No me siento muy bien...
—¿Seguro?
Asintió, me quedé mirándolo en completo silencio aliviado. No parecía estar muy grave, esta mañana se veía perfectamente bien.
—Gabi, dejame anotarte mi celular.
—¿No vas a tener problemas con eso? No creo que sea correcto.
—No pasa nada, Gabi. ¿Quién lo va a saber?
—Pero ¿por qué querés mi número?
—Podemos hablar mientras estés en cama, o me podés preguntar lo que necesites cuando no puedas ir hasta la parroquia.
Me observó dubitativo, pero terminó accediendo. Se levantó fue hasta la cocina y revolvió un cajón hasta sacar algo. Después se metió en su cuarto y volvió conmigo, tenía en las manos una libretita y una lapicera que me extendió. Le anoté mi número y le devolví los elementos mientras me levantaba. Nos miramos unos segundos sin hablarnos, parecía que hoy no teníamos absolutamente nada que decirnos.
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Pecado
Teen FictionManuel es un joven cura que acaba de terminar el sacerdocio. Llega a Del Viso, un pequeño pueblito súmamente religioso, allí será el reemplazante del cura que está próximo a la jubilación. Cuando conoce a Gabriel, un joven estudiante de teología, la...