49

24 4 0
                                    

Manuel

Cuando las mujeres se fueron de la parroquia, me di cuenta que Gabi y Facu se habían quedado parados afuera como si algo los hubiera obligado a hacerlo. Me preocupé. ¿Y si alguien lo estaba insultando? Pero ¿quién era? Sabía que Facundo no era del tipo de persona que se quedaba congelado frente a una injusticia, menos cuando se trataba de su amigo. Caminé con la intención de ver que pasaba, pero paré cuando vi unos brazos rodear a Gabriel estrechándolo en un abrazo. Me acerqué un poco más a la puerta para intentar saber qué era lo que pasaba.

—¿Qué hacés acá, Santiago? —escuché decir a Gabi.

—Vine a verte... Después de enterarme de lo que pasaba, quise venir a verte —se separó de él y lo agarró de las mejillas, pude reconocer el crucifijo que colgaba de su cuello y la ropa que usaba—. Hoy te llamé desde la terminal de Pilar, en dos patadas llegué a mi casa.

—Pero ¿por qué?

—¿Podemos hablar? En privado, de ser posible.

Gabi miró a Facundo, volvió a mirarlo y, después de unos segundos, asintió dando media vuelta. Sus ojos pasaron por mí, pero era como si no me hubiera visto, simplemente caminó guiándolo hasta su habitación. Me asomé por la puerta captando la atención de Facu, se acercó rápidamente a mí. Mi primer pensamiento fue llevarlo a la oficina, pero no quería alejarme demasiado, algo me decía que las cosas no iban bien, en su lugar, decidí que me acompañara al cuarto del alba.

—¿Está seguro que querés hablar acá? No quiero que Gabo piense que me estoy ligando a su marido.

—No lo va a pensar —me saqué el alba y lo dejé en su lugar—. Entonces, ¿me vas a poner al corriente?

—Él es Santiago, el ex mejor amigo de Gabo. Bah, éramos amigos los tres, pero después se fue. Tu novio estaba enganchadísimo con él antes de conocerte. El llamado que lo puso mal era él.

—¿Tengo que preocuparme?

—¿Cuántos curas jóvenes se enamoran del mismo hombre?

—Facundo.

—Sí, perdón. Según sé, Santiago es un pelotudo homófobo, como casi todos acá, no creo que te lo robe, si eso te preocupa.

Solté un suspiro e intenté calmar mi cabeza. No sabía qué me pasaba, tenía una opresión en el pecho como si tuviera la certeza que algo iba a suceder. Salí del cuarto sin siquiera decirle algo a Facundo, de todas maneras, él me siguió hasta el altar, donde nos sentamos a esperarlos, pero, apenas lo hicimos, escuché a Gabriel subir la voz, no entendía qué era lo que le decía, las palabras se filtraban apenas. Me levanté como si tuviera un resorte, me acerqué justo cuando la puerta se abrió, Gabriel sostenía el picaporte mientras el tal Santiago lo miraba, le pasó la mano por la mejilla antes de besársela y salió. Me quedé ahí, estático, como si no supiera cómo caminar. Él me miró, tenía los ojos llenos de lágrimas, me rogaban que entrase y lo abrazara de una vez. Facundo, desde atrás mío, le dijo algo que no pude comprender, después me dio una palmada en el hombro que era más un empujoncito para que entrase. Mi cuerpo reaccionó por fin, entré y estreché a Gabi entre mis brazos mientras empujaba la puerta con el pie para cerrarla. Se aferró a mi espalda, presionando la cara contra mi pecho. Lloró en silencio unos cuantos minutos sin decirme qué había pasado, pero tampoco estaba seguro si quería saberlo, menos después de ver el gesto que había tenido. Cuando por fin se calmó, le pedí que se sentara en la cama, me puse en cuclillas frente a él y agarré sus manos con la intención de calmarlo por completo, de hacer que se relajara por unos segundos.

—M-me dijo que le gustaba.

—¿Eh?

—Tenía miedo a todo lo que estoy viviendo. P-por eso se fue y me dejó de hablar.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora