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Gabriel

Miré a Facu desde la silla de su escritorio, le había contado lo que pasó anoche con el Padre Manuel y no dejaba de mirarme con una sonrisita burlona. No había dicho nada desde que terminé de hablar, pero sabía perfectamente lo que estaba pensando en este momento; sabía que en cualquier momento iba a recordarme lo mucho que me gustaba. Desvié la mirada esperando a que dijera algo, cualquier cosa que fuera a usar para burlarme, pero en su lugar, se quedó en completo silencio. Era raro en él que no aprovechara una oportunidad como la que tenía ahora. De repente, agarró mis manos, lo miré de nuevo, ahora estaba sentado al borde de la cama con semblante serio.

—Che, quiero que hablemos de algo, ahora que pasó una semana —dijo jugueteando con mis manos—. ¿Qué pasó en realidad con Mateo?

—Ya hablamos de eso.

—No lo hicimos, me dijiste que te acordaste y que, en vez de pensar en él, pensabas en Manuel. ¿Qué te acordás?

—Ahora, todo —solté un suspiro—. Mateo me dio jugo, pero creo que tenía alcohol, no sabía, nunca había tomado y por eso no me di cuenta.

—Es un pelotudo...

—Tranquilo, yo lo besé primero y supongo que le seguí el juego a lo demás. Dicen que el alcohol te desinhibe.

—Pero desinhibirte no es lo mismo que te fuercen.

—No me forzó, Facu, tranquilo. Creo que quería probar.

—Sonaste como un hetero curioso.

No pude evitar soltar una risita haciendo que apareciera una sonrisa en su cara.

—Tranquilo, Facu, no pasó nada.

—¿Al menos lo disfrutaste?

—Creo que sí, al menos lo que me acordé, me gustó.

—Pará ahí, no quiero saber tanto.

—Pensé que sí querías.

—Solamente me gusta cuando hablás de Manuel, voy a escribir un manga de su relación —volví a reírme—. No te rías, va a ser un manga famoso.

—Que tonto sos cuando querés.

Sonrió apretando un poco mis manos.

—Si eso ayuda a hacerte reír...

—¿Por qué te interesa hacerme reír?

A su cara volvió la seriedad, sus rasgos se endurecieron. Soltó mis manos con suavidad.

—Por mi hermana.

—No sabía que tenías una hermana.

Soltó un suspiro agachando la cabeza unos segundos, me arrepentí de hacer que tuviera que hablarme de algo que, seguramente, no quería. Estaba a punto de decirle que no era necesario que lo hiciera cuando levantó la mirada a mí de nuevo.

—Vos la conociste, pero cuando era Rodrigo —abrí los ojos como platos—. ¿Te acordás que se hablaba de él por ser un maricón?

Apreté los labios antes de negar con la cabeza. Había estado casi toda mi infancia enfrascado con Santi, apenas le prestaba atención a algo más, me enteraba de cosas cuando lo comentaba él, de otra manera, no sabía demasiado de lo que pasaba en el barrio, no me importaba tampoco.

—Era muy femenino, aunque no quisiera. Nunca quería jugar conmigo a la pelota o cosas así.

—A mí tampoco me gustaba de chiquito.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora