Gabriel
Cuando el Padre se metió en el cuarto, sentí mi cuerpo entero temblar. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Por qué le había llamado la atención? No podía ser más estúpido. Parecía que, cuando estaba cerca de él, mi cerebro se desconectaba y me volvía un boludo. ¿Qué le iba a decir cuando me preguntara por la ayuda que me daba Facu? No podía decirle directamente que era gay y él me estaba ayudando a, por lo menos, aceptarme. De repente, sentí que tocaban mi hombro, me giré encontrándome con María.
—¿Te sentís bien, Gabi?
—S-sí —me forcé a sonreír—. ¿Vos cómo estás, pol...? Perdón, María. Creo que me estoy juntando demasiado con Facu.
Soltó una risita, pero su cara volvió a la seriedad de hacía unos segundos.
—¿Qué pasa?
—Nada, María, no te preocupes —volví a sonreír un poco nervioso—. ¿Hoy presencias la misa?
—Sí, no tengo que estar en el oratorio. ¿Vamos a sentarnos?
No dejó que contestara, me guio hasta el primer asiento e hizo que me sentara justo en frente del atril. No estaba seguro si era una coincidencia o María había hablado con Facu en algún momento. Intenté relajarme un poco, pero no pude hacerlo, menos cuando vi a Manuel salir y pararse atrás del atril, frente a mí, básicamente. Me miró por un segundo dirigiéndome una sonrisita antes de mirar a los demás asistentes. Durante toda la misa nuestras miradas se cruzaban haciéndome poner nervioso. Intentaba concentrarme en rezar y apartar todos los pensamientos que tenía con él, sobre todo por el lugar en el que estaba, pero me era imposible. Cuando por fin terminó, me quedé sentado meditando si quedarme o no. ¿Qué pasaría si le dijera que era gay? Estaba seguro que le daría asco, me echaría y no me dejaría entrar de nuevo a la iglesia. Por ahí les contaría a todos para que dejaran de juntarse con un sodomita. Me mordí el labio bajando la mirada al suelo escuchando como todos salían de la parroquia.
—Algo te pasa, Gabi. ¿Por qué no me contás? Nos conocemos hace mucho.
Dijo María haciéndome levantar la mirada, abrí la boca para hablar, pero mi voz murió en mi garganta cuando vi a Manuel, ella pareció entender lo que pasaba, no preguntó nada más, se levantó del banco y se fue. El Padre se giró a los monaguillos, les pidió que se apuraran así podían irse rápido y les agradeció la ayuda de hoy. Volvió a mirarme haciéndome una seña para que lo siguiera. Caminamos por el pasillo hasta la oficina, donde nos encerramos.
—¿Te sentís bien? Estás un poco pálido.
—Estoy bien —mentí—. ¿De qué querías hablar?
—De lo que me dijiste. ¿Puedo saber en qué te ayuda Facu? Me gustaría hacer algo por vos también.
Me quedé mirándolo sin creerme sus palabras, él esbozó una sonrisita llevando sus manos hacia la mía como en el altar, eran demasiado suaves y cálidas. Me estremecí por completo sintiendo las mejillas arderme ligeramente. Observé su cara, la comisura de sus labios se curvaban en una sonrisita y sus ojos, fijos en mí, brillaban gracias a la luz matutina que entraba por la ventana. Tuve ganas de besarlo, de saber por fin si sus labios eran tan suaves como sus manos.
—No... No es nada, Padre.
Logré decir al fin saliendo del trance en el que estaba.
—¿Seguro?
—Sí, Padre. Además, ya me ayudás explicándome —apreté ligeramente su mano—. Gracias por preocuparte por mí. No dudes que voy a venir a buscarte si tengo un problema.
Asintió, pero no parecía muy centrado en lo que le decía, solamente me devolvía la mirada apretando un poco los labios. Me pregunté qué estaría pensando; qué era lo que sus labios sellados no dejaban que saliera. Le sonreí apartando mi mano de las suyas suavemente. Le agradecí de nuevo que se interesara en mí, aunque no era ese interés el que buscaba de él, pero era suficiente saber que se preocupaba. Me despedí de él y caminé hasta la puerta, pero, antes que pudiera salir, me llamó.
—Me gustaría verte hoy en la reunión de los misioneros.
—Ya no tengo trabajos que terminar, así que puedo venir —le sonreí—. Nos vemos, Padre.
Salí de la oficina y caminé por el pasillo sin ningún apuro. Vi a María del otro lado, la saludé con la mano dirigiéndome al altar, ella apenas hizo un ademán con la mano como saludo. Caminé hasta la vereda y paré. ¿A dónde iba ahora? La única opción lógica era ir a buscar a Facundo. Decidí ir a su casa, seguramente seguía durmiendo, pero no se enojaría conmigo, menos cuando se enterara de lo que acababa de pasar. Justo cuando llegué, su mamá salía, me saludó con una sonrisa dejándome pasar, aunque Facu, cómo imaginaba, seguía durmiendo. Fui directamente a su habitación, entré de la forma más sigilosa que pude y me senté en la silla de su escritorio. Lo miré hasta que pareció que estaba despertando.
—Dormís mucho.
—Dejame en... —me miró pegando un salto en la cama—. ¿Qué carajo hacés acá, Gabriel?
—Vine a verte. Tu mamá me dejó entrar.
—¿Viniste a verme dormir? Que fetiche tan raro.
—Vine a contarte algo que pasó con Manuel.
Sus ojos se abrieron de par en par como si se le hubiera ido todo el sueño que tenía. Le comenté lo que había pasado con el Padre contento como pocas veces lo estaba. Cuando terminé, me miró con una sonrisita en la cara.
—¿Qué?
—Te ves contento. Espero que dure.
Me encogí de hombros con una sonrisita en la cara. Decidí, mientras Facu se dedicaba a molestarme, que seguiría contento con lo que pasó durante el tiempo que estuviera con él sin cuestionarme absolutamente nada; sin pensar en la Biblia o en mis padres. Ni siquiera quería pensar demasiado en el barrio en el que vivía desde que nací. Facu se levantó de la cama unos minutos después, agarró ropa de una cajonera y salió del cuarto para prepararse. Miré la hora en mi celular, todavía era temprano, no tenía idea de qué podíamos hacer. Cuando él volvió, me giré para mirarlo, al menos ahora se veía medio decente, salvo que no se había afeitado, tampoco parecía tener mucho que afeitar. Se paró frente a un espejo rectangular no muy grande y se peinó hacia atrás, dejándome ver lo largo que tenía el pelo. Una vez que estuvo listo, decidimos ir a Del Viso a dar una vuelta. Salimos de su casa y caminamos despreocupados, hablando de banalidades, aunque terminábamos hablando sobre María. Parecía que de verdad le gustaba. Fuimos hasta la plaza que estaba al lado de la estación del tren. Nos sentamos en un banco y miramos a la gente pasar en silencio por unos minutos. No tardó en disipar el silencio entre nosotros hablando de tonterías y molestándome con Manuel como de costumbre, yo no podía hacer más que sonreírle; no podía hacer nada más cuando escuchaba su nombre.
—¡Gabi! —escuché de repente—. Me alegra volver a verte.
Levanté la mirada encontrándome con Mateo, él me sonrió como si pensara que era un galán de novela. Facundo se levantó de un salto y lo empujó llamándolo de mil maneras. Mientras él se encargaba de echarlo, sentí repugnancia. No podía mirarlo a la cara sin sentir náuseas. Agarré del brazo a mi amigo y me lo llevé sin siquiera mediar palabra con Mateo. Cuando estuvimos suficientemente lejos, paré y me agaché poniendo las manos en mis rodillas como si fuera a vomitar. Estábamos del otro lado de la zona comercial, casi pisando el barrio que estaba del otro lado, los negocios y las personas no eran tantas, o al menos eso me parecía a mí.
—¿Te sentís bien, Gabo?
—No...
—¿Qué te pasa?
—Creo que hasta acá llegó mi buen humor de hoy...
**
Muy buenas~ acá traigo un nuevo capítulo. Me costó un poco escribirlo, así que puede que lo encuentren un poco más corto de lo normal, estuve muy corta de inspiración estos días, espero que sea de su agrado de todas maneras. Si les está gustando, por favor voten, comenten y compartan, todo apoyo se les agradece muchísimo.
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Pecado
Teen FictionManuel es un joven cura que acaba de terminar el sacerdocio. Llega a Del Viso, un pequeño pueblito súmamente religioso, allí será el reemplazante del cura que está próximo a la jubilación. Cuando conoce a Gabriel, un joven estudiante de teología, la...