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Manuel

María no dejaba de mirarme, parecía que quería preguntarme algo, pero, cada vez que parecía decidirse, terminaba alejándose. Se pasó así el resto del día, evitándome y murmurando con Laura. Era un poco raro tratándose de ella, que había sido la primera en ayudarme a habituarme a la parroquia y al barrio. Por la noche, después de la cena, decidí ayudarla a levantar y lavar los platos que habíamos utilizado. Esperé a que el resto de las Hermanas se fueran a la habitación que compartían para aprovechar.

—¿Te pasa algo?

Pregunté cuando se acercó a agarrar uno de los platos que acababa de lavar.

—¿Cree que me pasa algo, Padre?

—Tuteame, ya sabés —la miré—. Estuviste evitándome desde temprano.

Soltó un suspiro.

—Sé que no me incumbe, Padre, pero me pareció raro verlos a Gabriel y a ust... —se interrumpió—... a Gabriel y a vos en esa esquina de la parroquia.

—Estaba bendiciéndole una cadenita.

—El Padre Basilio no bendecía nada ahí, normalmente le pedía a la gente que pusiera unas gotitas sobre lo que quisieran bendecir y se lo llevaran.

—Pero no soy Basilio, María —ella asintió como si la hubiera retado—. ¿Qué pensás?

—Nada —sus ojos claros se fijaron en mí—. ¿Qué pensás de Gabriel?

—Que es un buen chico, muy servicial. ¿Debería pensar algo en concreto?

Negó con la cabeza, pero no dejó de mirarme en silencio.

—¿De qué querías hablar cuando tuve que irme?

Fruncí el ceño unos segundos antes de acordarme de ese día.

—Ah, quería que habláramos sobre Isabel.

—¿Sobre Isabel? —asentí—. ¿Qué querés saber de ella?

—Cómo sacármela de encima. Sé que suena mal, pero...

Soltó una risita interrumpiéndome.

—¿Qué?

—Nada. Me parece raro escuchar a un hombre decir que quiere sacársela de encima a Isabel. No voy a ser muy respetuosa del hábito, pero ella es el tipo de mujer que prácticamente todos los hombres quieren, ella elige y se arrima a los que les convienen o les gustan. Y creo que le gustás.

—Me va a traer problemas.

—Al menos los jóvenes sabemos cómo es ella.

—¿Cómo me la saco de encima?

—Ignorándola, tarde o temprano se va a cansar.

Nos quedamos en silencio unos instantes, centrándonos en lo que estábamos haciendo. Una vez que terminamos, nos quedamos en la cocina unos minutos más hablando de banalidades hasta que Laura vino, me miró con ojos tímidos antes de mirar a María y hacerle una seña. Ésta última me saludó con una sonrisa y se fue con ella dejándome solo en la cocina. Terminé de limpiar lo que quedaba para dirigirme a mi habitación. Busqué mi pijama, ropa interior, me metí en el baño y me di una ducha rápida antes de meterme a la cama. Cerré los ojos con la intención de dormir, pero mi cabeza me lo impidió recordándome a Gabriel. Sus manos parecían conducir una corriente que hacía que todo mi cuerpo se desequilibrase por completo, que mi corazón se acelerara y mi cabeza se nublara. Pensé en su cara, en la sonrisa que me mostraba hoy, en sus labios perfectos. ¿Por qué no podía dejar de pensar en eso? Él parecía ocupar mi pensamiento desde que lo conocí, pero todavía más cuando toqué su mano en el confesionario. Algo en mí había cambiado, pero no sabía qué era exactamente, todo parecía ser como siempre hasta que lo veía, cuando lo hacía, quería acercarme a él. ¿Qué me estaba pasando? Cerré los ojos y empecé a rezar; necesitaba despejar mi mente para poder dormir. Poco a poco logré que mi mente quedara en blanco.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora