Manuel
Miré a Gabi cuando entró, se acercó lentamente, parecía un ciervo. Le sonreí haciéndole un gesto para que se sentara, asintió y se sentó frente a mí. Saqué el cuaderno que me había dado Basilio cuando decidió que era momento de irse. Lo abrí y se lo mostré, dejé que lo viera, que lo leyera. Después de unos minutos, pensé que lo mejor era acercarme. Me levanté, agarré una de las carpetas contables, acomodé mi silla al lado de la suya y me senté mostrándole lo que tenía que asentar ahí. Sentía que mis latidos resonaban en mis oídos, estaba tan nervioso como durante la primera misa que oficié. Intentaba, por todos los medios, que las cosas siguieran como siempre entre nosotros, pero nada era como siempre. ¿Cuándo había sido "cómo siempre"? Inhalé profundo, cerré la carpeta y la dejé en el escritorio. Seguía nervioso. No podía dejar de pensar en los besos, desde que me levanté, las sensaciones volvían a mí todo el tiempo.
—¿Pasa algo, Padre?
—¿Vos no pensás en lo que pasó anoche?
Bajó la mirada al cuaderno, lo cerró y lo dejó encima de la carpeta, me di cuenta que tenía una sonrisita en la cara. Se giró a mí y me miró directamente a los ojos.
—A cada rato —sus mejillas se tornaron rojas—. Sé que está mal, pero de verdad siento que camino por las nubes desde anoche. Fue lo mejor que me pasó desde que Isabel me sacó del closet.
No supe qué decir, pero a él no pareció importarle demasiado. Bajó la mirada, agarró una de mis manos haciendo que sintiera electricidad recorrerme todo el cuerpo. La apretó ligeramente como yo mismo lo hacía a veces con él. Ahora él era quien tenía que contenerme. Apreté los labios sin saber cómo reaccionar, no sabía qué decirle, ni qué pensar.
—Está bien si te arrepentiste de lo que pasó. Entiendo que no quieras acordarte o que te de asco.
—No me da asco, Gabi —solté un suspiro—. Estoy confundido, esto no era lo que quería, pero pasó y no sé qué se supone que tengo que sentir.
—Tomate el tiempo para descubrirlo —sonrió, soltó mi mano y se levantó—. Podemos seguir con esto cuando tengas todo más claro.
Dicho esto, salió de la oficina dejándome solo. Llevé mi mano al cuello clerical, lo saqué y lo miré. Era mi contrato con Dios, era el símbolo de lo que había tenido que rechazar para llegar donde estaba. ¿Qué haría ahora? Volví a ponérmelo. Me levanté y dejé mi silla donde estaba, después guardé la carpeta en su lugar antes de sentarme de nuevo. Siempre había pensado que nada iba a hacer temblar mi decisión de ser cura. Hasta ahora, no había dudado ni por un segundo de mi camino en la vida, pero nunca había estado en esta posición. Cerré los ojos frunciendo el ceño. Sentía que mi mente iba a colapsar en cualquier momento, estaba confundido, pero me era imposible dejar de pensar una y otra vez en los besos. Intenté desviar mi pensamiento a lo importante: ¿de verdad me gustaba él? No podía saberlo en realidad, no me había enamorado de nadie. Había pasado mi adolescencia en un colegio religioso masculino, la posibilidad de enamorarme de alguien ahí era imposible para mí. Tampoco había fantaseado mucho con chicas, como hacían algunos de mis compañeros. ¿Cuál iba a ser mi referencia ahora? Gabi era el primero en hacerme sentir así; en ponerme nervioso únicamente con acercarse a mí; en besarme. Pensé en María, ella podía ayudarme a descubrir lo que sentía por él, parecía tener más experiencia que yo en esto, a pesar de ser más joven. Volví a mirar el reloj, todavía tenía una hora para decidir qué hacer, al menos para descubrir qué era lo que había dentro de mi cabeza. Mis decisiones de ahora en más dependían de lo que descubriera ahora. Decidí que me iba a tomar unos días para pensar y preguntarle todo lo que pudiera a María. Me puse como regla no pasar tiempo a solas con Gabriel por unos días, sabía que podría hacer que mi cabeza terminara hecha un desastre, más de lo que ya lo estaba con todo lo que había pasado. Agarré mi celular y le mandé un mensaje a María con la esperanza de que no estuviera en el oratorio o demasiado ocupada para venir a hablar conmigo. Por suerte, no tardó en aparecer por la puerta. La invité a sentarse mientras, dentro de mi mente, elegía y organizaba cuidadosamente las palabras que iba a soltar ahora mismo. Sabía que ella no iba a juzgarme por nada de lo que le dijera, pero mis nervios hacían que fuera más cuidadoso de lo usual para hablar.
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Pecado
Teen FictionManuel es un joven cura que acaba de terminar el sacerdocio. Llega a Del Viso, un pequeño pueblito súmamente religioso, allí será el reemplazante del cura que está próximo a la jubilación. Cuando conoce a Gabriel, un joven estudiante de teología, la...