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Manuel

—Manu —sentí que me movían—. Manu, tenés que volver a tu cuarto —abrí los ojos encontrándome con Gabriel—. Ya es tarde, andá.

—Me quedé dormido... —me senté pasándome la mano por la cara—. Perdón.

—Tranquilo, estabas rendido.

Me dio un corto beso y me hizo una seña para que me fuera. Salí del cuarto para meterme en el mío. Me desplomé boca abajo en la cama, quería seguir durmiendo, pero ahora me hacía falta tenerlo a él, poder abrazarlo de nuevo. Me giré quedando boca arriba y miré el techo. Mi mente no tardó en divagar, un poco por el cansancio y otro poco por lo que habíamos hecho. Las imágenes de otro escenario aparecieron. Solos, mirando las estrellas, agarrados de la mano, sintiendo el aire respirar. Una sonrisa apareció en mi cara. De verdad estaba enamorado de él, más de lo que podía imaginar. Apareció, fugaz como un relámpago, el "te amo" que le había dicho mientras teníamos relaciones. Sentía en el pecho cada letra, palpitándome con fuerza. De nuevo deseé tenerlo conmigo acá, abrazándome, sentir sus manos acariciándome el pelo o las mejillas como le gustaba hacer. Era ridículo cuanto podía extrañarlo después de haber estado con él hacía unos minutos. Cerré los ojos por fin dispuesto a dormir, en unas horas tendría que levantarme de nuevo para seguir con mis tareas en la parroquia.

Me desperté cuando sonó mi alarma. Me levanté y junté la ropa que usaría antes de meterme al baño a ducharme. Anoche ni siquiera me había puesto mi pijama antes de dormir, estaba tan cansado y atontado por lo que había pasado que ni siquiera me había dado cuenta. Una vez que salí de la ducha, me arreglé y salí para dirigirme al cuarto de Gabi. Toqué la puerta y esperé unos segundos, pero no contestó. Abrí un poco la puerta y me asomé, él seguía durmiendo, su ropa seguía tirada en el suelo y a los pies de la cama. Cerré la puerta de nuevo, fui hasta el comedor para meterme en la cocina, María no estaba ahí, solamente Laura, que no daba abasto para preparar el desayuno. Decidí abandonar la idea de hablar con su pareja para ayudarla a terminar y dejarlo listo para servir. Me asomé por la puerta, muchas de las Hermanas ya estaban en las mesas, otras ya se acercaban a mí para evitar que hiciera cosas "de mujeres". Cuando volví al comedor, María estaba hablando con Gabriel en una esquina. Estaba seguro que, si no hablaban de anoche, le estaría preguntando algo que estuviera relacionado, la sonrisita de ella la delataba. Me senté en el lugar de siempre y esperé a que se acercaran. Gabi se sentó al lado mío, mientras ella me saludaba con una sonrisita burlona.

—¿Le dijiste? —le susurré acercándome un poco a él.

—No, intentó sacarme información, solamente le dije que seguimos hablando del tema. No te preocupes.

Me sonrió rozando su pierna contra la mía. Sonreí también un poco nervioso por lo que pudieran pensar las Hermanas que nos acompañaban en la mesa. Ellas no nos prestaban demasiada atención, hablaban y daban directrices a las novicias para que se apuraran. En cuestión de minutos, ya habían servido todo. Desayunamos conversando, aunque no podía concentrarme demasiado en las charlas, no cuando mi cabeza traía todo el tiempo a mí lo que había pasado entre nosotros. Su voz se repetía una y otra vez como un disco rayado. Cuando terminamos, me fui directamente al cuarto del alba para prepararme e intentar calmar mi cabeza, no podía pensar en algo así en el altar, mucho menos cuando oficiaba una misa. Miré el reloj, faltaban unos minutos todavía, podía despejar mi mente, o al menos eso pensaba hasta que, después de unos toques en la puerta, Gabi apareció en el cuarto. Se acercó a mí para darme un corto beso en los labios.

—¿Vas a necesitarme hoy en la oficina?

—¿Tenés planes?

—Voy a la casa de Facu. Por ahí me quede a comer con él, siempre y cuando no esté su mamá.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora