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Gabriel

Salimos de la oficina cuando se hizo la hora de la reunión de los misioneros. Manuel caminó hasta el aula, mientras yo me encerraba en mi nueva habitación. Todavía tenía que acomodar lo que había dejado en las mochilas. Tiré la ropa encima de la cama y la doblé para ponerla en una pila en un costado. Cuando terminé de guardar todo, me senté en la cama y me quedé ahí sin moverme, no tenía ganas de hacer nada después de recordar, por última vez, lo que había pasado con Mateo. A partir de ahora iba a olvidarme de su nombre de una u otra manera. De repente, mi celular vibró en mi bolsillo, lo saqué y lo miré, tenía mensajes de mi Tía, la hermana menor de mi papá. Suspiré. Estaba seguro que él había hablado a la familia y les había contado que su primogénito y único varón, en realidad era un marica asqueroso. Apreté el aparato haciéndolo crujir ligeramente. Ella siempre había sido muy diferente a mi papá, pero no estaba seguro de cómo se iba a comportar cuando se lo dijera yo mismo. Tenía miedo que ella también me rechazara. Sabía que era algo con lo que iba a tener que vivir, pero no podía soportarlo ahora. Mi celular volvió a vibrar, pero, esta vez, la pantalla me mostraba una llamada suya. Me mordí el labio con la idea de esperar a que dejara de sonar, pero, cuando lo hizo, volvió a entrar una llamada. Esperé de nuevo, pero apareció una tercera. Supuse que no podría escapar de ella si no le contestaba. Inhalé profundo, me llené de valor, acepté la llamada y me puse el celular contra la oreja. Cerré los ojos con pánico a lo que iba a escuchar.

—Hola, chango, ¿cómo estás? —la voz alegre de mi tía resonó del otro lado de la línea—. ¿Te llamé en mal momento?

—No... —dije sin aire—. Estaba acomodando cosas.

—¿Todo bien? Tu papá me dijo que te fuiste de tu casa.

—¿Te dijo por qué?

Escuché un suspiro por su parte.

—Sí. Me dijo todo lo que pasó —volvió a suspirar—. Perdón, ya sabés como es Adrián: un boludo a cuerda cuando quiere.

—Tía, tiene razón.

—Si decís eso de nuevo, viajo a Buenos Aires para pegarte un castañazo. Chango, tu papá hizo todo mal esta vez y lo sabés, pero bueno. ¿Cómo estás más allá de todo?

—Bien, me estoy quedando en la parroquia. ¿No estás enojada?

—¿Con quién?

—Conmigo, tía.

—Chango, no soy como ellos, mucho menos como tu papá. Además, ¿y si los míos también son gays? No te hagas drama por mí —se quedó callada unos segundos—. ¿Me vas a contar qué pasó? ¿Tu papá te enganchó con un chico?

—No, en realidad solo sabía un amigo que soy gay. Creo que una chica nos escuchó hablar y fue a chusmear a mi casa.

—¿Por qué?

—No tengo idea, tía, para jod... para destruirme la vida.

—Capaz le gustabas y enterarse hizo que se enojara.

—No creo que sea eso. Puede ser que se le hizo demasiado jugoso el secretito.

—También. ¿Estás bien ahí? ¿Necesitás plata? Te mando lo que necesites.

—Por favor, no hagas eso. Y sí, estoy bien acá, voy a trabajar como pago por la comida y el alojamiento hasta que consiga otra cosa y me pueda ir.

—Chango, te quiero ayudar, dale. No quiero que tengas que recurrir a otras cosas para conseguir plata.

—Por ahora no hace falta. Gracias, pero por ahora quiero trabajar por comida, nada más.

—Bueno, como quieras. Te dejo, ¿sí? Por favor, decime si necesitás algo, Gabi, no quiero que mi sobrino favorito esté pasándola mal.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora