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Manuel

Después de mi primera misa y de las doscientas fotos que tuve que sacarme con cada familia, despedí a todos y fui al cuarto de siempre para dejar el alba y la estola en su lugar. Todo había salido perfectamente bien, mis nervios se disiparon cuando vi a los chiquitos con sus padres. Dejé todo en sus respectivos lugares, fui hasta mi cuarto a buscar mi celular y salí de nuevo, María barría el pasillo que había entre las filas de asientos, mientras Belén se ocupaba del altar. Les agradecí su trabajo y salí de la parroquia. Basilio se iba a encargar del resto y yo podía tomarme la tarde libre, decidí que lo mejor era pasear por el barrio, intentar llegar un poco más lejos de la estación de trenes. Eché a caminar, por la misma calle que la vez anterior, pero esta vez sin prestar demasiada atención a las calles por las que pasaba, esta vez quería perderme, tenía el tiempo para hacerlo con tranquilidad.

Recorrí un par de cuadras apenas cuando encontré a Gabriel junto con otro chico que no había visto hasta ahora. Tenía una estética completamente opuesta a la de Gabriel, parecía un roquero, aunque no estaba muy seguro. ¿Era nuevo en el barrio? Era raro que no fuera a la parroquia.

—Buenos días, Gabriel.

Dije acercándome, él se giró rápidamente y me miró con rostro serio unos instantes, después sonrió.

—Buen día, Padre. Él es Facundo, un amigo.

—Soy Manuel. No te había visto por la parroquia, ¿sos nuevo?

—No, dejé de ir a la iglesia. Pero seguro que habrá visto a mi mamá, ella siempre va.

—Puede ser —sonreí.

—¿Va a intentar pasear de nuevo, Padre? —preguntó Gabriel.

—Sí, quería ver que hay más allá de la estación.

—Negocios, ya sabe, es un lugar diminuto —intervino el otro chico—. ¿Quiere que le hagamos de guías turísticos?

—No quiero molestarlos, chicos, seguro tienen algo que hacer.

—No, nada, Padre, vamos.

Sonrió dirigiéndole la mirada a Gabriel que se había quedado mudo de repente. Este último no hizo más que asentir. Los tres emprendimos camino por las mismas calles que había pasado hacía dos semanas, esta vez estaba entretenido con la conversación banal que teníamos. Me di cuenta de lo distintos que eran Gabriel y Facundo. El primero apenas hablaba y, cuando lo hacía, lo hacía con timidez. El segundo se la pasaba hablando como si fuera una radio encendida. Era un chico bastante extrovertido y divertido. Apenas me di cuenta cuando habíamos llegado a la estación. Nos paramos en el paso peatonal de la estación a esperar a que un tren pasara, mientras Facundo explicó de qué lado debía tomarlo cuando quisiera ir a algún lugar. El recorrido siguió por Del Viso. Me llevaron a distintos locales y me mostraron dónde estaba la parroquia San Cayetano, lugar donde se enclaustraban muchas de las Hermanas que estaban en la parroquia de la que me haría cargo en poco. Caminamos en círculos por largo rato, ellos señalaban en distintas direcciones para mostrarme lo que debía conocer ahora que residía ahí.

—Mierda, ya son las dos y no almorzamos.

—Mi casa está cerca, podemos ir ahí a almorzar —intervino Gabriel antes de dirigirme la mirada—. ¿Le gustaría venir?

Su tono de voz algo bajo me recordaba a los chico cuando tienen tanta vergüenza que apenas abren la boca para contestar.

—No quiero molestar a tu familia, Gabriel.

—Mis padres trabajan todo el día. Por favor, acepte —sus mejillas se tornaron ligeramente rojas—. Bueno... si tiene tiempo, claro. Tampoco quiero causarle un problema con el Padre Basilio.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora