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Manuel

Cuando nos separamos, me dedicó una sonrisita antes de abrazarme dejando la cabeza en mi hombro. Pasé mis dedos por su espalda en una suave caricia que, esperaba, aliviara algo. No estaba seguro si dejaría que las cosas pasaran o si todavía le molestaba lo que Isabel había dicho. Suspiró con pesadez, se separó lo suficiente de mí para poder mirarnos, en su rostro no había rastros del llanto de hacía unos minutos, pero su mirada seguía siendo triste, era evidente que seguía angustiado. De repente, unos golpes en la puerta nos hicieron pegar un salto. Él se levantó de mi regazo y fue a abrir, era la Hermana Nieves buscándome. No tuve otra opción que ir con ella a la oficina. Pensé, por un segundo, que ella sabía todo lo que pasaba entre Gabi y yo, que iba a tener que irme con solo unos meses de trabajo. Me obligué a reprimir ese pensamiento, a ocultarlo bajo alguna alfombra para que no volviera a molestarme, al menos hasta que supiera de qué quería hablar la Hermana.

—¿Qué precisa, Nieves?

—Que hable personalmente con Isabel, no sé qué le pasó a esa chica.

La miré unos segundos en completo silencio antes de suspirar pasándome la mano por la cara.

—Isabel es quien le está haciendo la vida imposible a Gabriel. Ella propició que le pegaran y llegara a vivir acá.

—¿Qué? No puede ser, Padre. Isabel siempre fue una nena modelo.

—Pero es igual que Adrián, quiere destruir a Gabriel por nada.

—Por la Biblia, Padre, lo sabe mejor que nadie. Yo... veo a Gabriel como si fuera un hijo, o un nieto, ya tengo la edad para ser su abuela, me angustia saber lo que le pasó, pero las sagradas escrituras dicen otra cosa.

—Los dos sabemos que no todo lo que dice se puede respetar al pie de la letra hoy en día —se me quedó viendo sin decir nada—. Nieves, de verdad, no creo que la gente tenga que sufrir cuando no hizo nada más que amar a otra persona. Dios nos ama tal y como somos; tal y como nos creó. ¿Por qué querría que alguien como Gabriel sufriera?

—Tiene razón, Padre, pero ¿qué va a hacer ahora?

—Seguir hablando hasta que algo cale. Por ahora es lo único que puedo hacer.

—Puede hablar con los chicos en el campamento.

—¿Acá también lo hacen?

—Sí, todos los años en septiembre. ¿No se lo dijo el Padre Basilio? —negué con la cabeza—. Bueno, puede ser una buena oportunidad. Si Gabriel quiere, puede ir con los demás voluntarios para cuidar a los chicos.

—¿Ustedes también van?

—También es voluntario, alguien tiene que quedarse en la parroquia. Tiene un mes para convencer a Gabriel de ir.

—No creo que tenga que convencerlo en realidad —sonreí—. Gracias por avisarme, Nieves.

—No tiene que agradecer. Por favor, hable con Isabel en algún momento, no podemos permitir que siga tratando así a Gabriel.

Asentí con una sonrisita en la cara, me alegraba que algo estuviera cambiando, sobre todo con una persona que tenía cierta edad. No era común encontrar gente como la Hermana Nieves, no en barrios como este. Ella salió dejándome solo con una sensación de tranquilidad, Facundo y yo no éramos los únicos que nos preocupábamos por defender a Gabi de todo lo que tenía que pasar en este lugar. Las palabras de la Hermana volvieron a mi cabeza, tenía que hablar con Isabel, pero no podía ser a solas, sabía que se me iba a tirar encima y no me hacía ninguna gracia. Pero ¿cómo iba a hacerlo sino? Comúnmente, las reuniones con personas puntuales eran a solas. Tenía que pensar algo para hacerla entender que las cosas iban a cambiar, le gustara o no. Me senté atrás del escritorio y giré la silla para mirar hacia afuera, me distraje con el hermoso día que era. Por mi cabeza pasó un pensamiento: llevarme a Gabi a algún lado. Escaparnos unas horas a algún lugar lejos, dónde a nadie le importe lo que hagamos. Donde nadie fuera a molestarlo por nada. Solté un suspiro y miré la hora, faltaba poco para la reunión de los chicos. ¿Tenía que tocar de nuevo el tema de Gabriel? No quería seguir poniéndole una flecha de neón encima para que las cosas continuaran siendo un martirio para él. Ahora, lo único que necesitaba era estar tranquilo y descansar. Solté un suspiro pesado resignándome a hacer lo que había planeado ya. Me levanté y salí en dirección a mi habitación para buscar mi Biblia, pero, antes de meterme, miré a la habitación de Gabi, tenía la puerta entreabierta. Me acerqué, abrí un poco la puerta y me asomé, se había quedado dormido. No pude evitar sonreír. Entré con cuidado, cerré sin hacer ruido y caminé hasta él. Me arrodillé al lado de la cama para poder verlo mejor. Se veía tan lindo cuando su rostro estaba tranquilo. Parecía que nada hubiera pasado, que nada le molestaba ahora. Besé su mejilla con sumo cuidado para no despertarlo, me levanté y salí. Me metí en mi cuarto, saqué lo que necesitaba y fui directamente al aula, faltaba un rato todavía, pero me gustaba recibirlos. Cerca de veinte minutos después de haberme sentado en el escritorio, Facundo entró al aula y me miró. Me sorprendió verlo llegar tan temprano sin la compañía de Gabi.

—¿Cómo va, Padre?

—Qué raro es verte acá tan temprano sin Gabi.

—Pensé que ya estaría acá, venía a ver cómo estaba después de lo que pasó en mi casa.

—¿Qué pasó?

—Mi vieja lo vio e hizo un escándalo. No dejaba de gritarle insultos y cosas. ¿No te dijo?

—No, creo que por eso le afectó tanto lo que hizo Isabel.

—¿Lo de Isabel? ¿Qué le hizo?

—Lo siguió hasta acá insultándolo, ya sabés como son las cosas.

—¿Y cómo está?

—Durmiendo. Estuvo llorando, pero ahora parece estar mejor.

Chasqueó la lengua sentándose justo adelante mío, parecía preocupado por Gabi. Me alegraba que fuera su amigo, sabía que no había nadie más confiable que Facu para que cuidara de él.

—¿No pensás hacer nada con ella?

—No puedo hacer nada, Facu. Me gustaría que todos supieran cómo es ella, pero es su palabra contra la mía. Y siempre voy a perder, nadie le va a hacer caso a alguien que apenas llega.

—Sos el cura, estás casi al mismo nivel que el presidente acá. Podés hacer y deshacer como quieras.

Iba a contestar, pero los chicos entrando hicieron que me callara. Facu se levantó y, imaginaba, salió para ir con Gabi. Mientras, me centré en dar la charla tal y como la había planeado. Miré a los presentes, la mayoría eran chicos a excepción de algunas novicias que no se perdían ninguna reunión. Me di cuenta que Isabel y algunas de las chicas que se juntaban con ella no estaban ahí. Me dejaba un poco tranquilo, no quería topármela después de lo que había pasado más temprano. Sabía que no iba a poder concentrarme si estaba acá, sabía qué pensaría una y otra vez en lo mucho que me molestaba. Hice una pausa de lo que estaba diciendo, bajé la mirada a la Biblia abierta de par en par en la mesa intentando recobrar la calma que había desaparecido con solamente pensarla. Retomé el hilo de lo que hablaba para terminar de una vez e ir a encerrarme a la oficina. Necesitaba respirar, distraerme con lo que fuera. Cuando por fin todos se fueron, cerré la Biblia y fui directamente a la oficina, ni siquiera paré a ver cómo estaba Gabi, sabía que, si estaba con Facu, era imposible que estuviera mal. Me senté frente al escritorio. Masajeé mis sienes con cierta fuerza sintiendo que un dolor empezaba a palpitar en mi cabeza. Empezaba a estresarme esta situación, odiaba tener que ver a Gabi tan mal como lo había estado hoy, sobre todo cuando era por culpa de alguien que no tenía escrúpulos como Isabel. Inhalé profundo y me obligué a pensar en la misa que tenía que oficiar a la noche, todavía no la había preparado. De repente, mi celular vibró en mi bolsillo, lo saqué y lo miré, era un mensaje de Gabi:

—"¿Estás en la oficina? Facu ya se fue y no quiero quedarme solo".

—"Sí, vení. Creo que tampoco me hace bien estar solo ahora".

No pasó mucho hasta que apareció en la oficina. Cerró la puerta y se acercó a mí. Parecía estar más tranquilo, incluso relajado. Me dedicó una sonrisita mientras acercaba la silla que estaba del otro lado del escritorio y se sentaba ahí. Me miró unos segundos antes de llevar su mano hasta la mía para agarrarla. Volvió a sonreírme como lo hacía siempre. Entrelacé nuestros dedos esperando que nadie nos interrumpiera ahora, necesitaba pasar un tiempo con él tranquilo, sin el eco de lo que pasaba en este barrio. Me acerqué a su cara y lo besé, pero no duró mucho, se separó de mí para mirarme.

—¿Y si alguien nos ve?

Saqué de uno de los cajones del escritorio las llaves de la oficina. Me levanté y me acerqué a la puerta para cerrarla. Una vez que lo hice, me giré a él, Gabi estaba cerrando las cortinas de las ventanas. Normalmente no cerrábamos, del otro lado había una ligustrina bastante alta entre la parroquia y la casa que estaba del otro lado, pero, suponía, lo hacía para evitar cualquier problema que pudiéramos tener si dejáramos las cortinas abiertas. 

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Muy buenas~ acá traigo el nuevo capítulo. Las cosas con Isabel se están tensando cada vez más, pronto va a tener su merecido como todos queremos y espero que lo disfruten como yo voy a disfrutar escribiendo eso jajaja. Si les está gustando, por favor voten, comenten y compartan, todo apoyo se les agradecer muchísimo.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora