Gabriel
Escuché golpes y gritos de mujer en el pasillo, me asomé por la puerta un poco asustado. Me preocupé por las novicias y las Hermanas. De la esquina del pasillo apareció Isabel que salió con paso rápido. Vi a algunas Hermanas asomarse por la suya con la preocupación adornándoles el rostro. Les pedí que volvieran a entrar, que yo iba a ver qué pasaba. Me armé de valor, salí de mi habitación y caminé hasta la oficina, la puerta estaba cerrada, pero podía ver luz salir por abajo de la puerta, esperaba que Manuel estuviera adentro de una pieza. Golpeé la puerta. Nadie contestó. Volví a golpear.
—¿Está todo bien, Padre?
Apenas terminé de hablar, la puerta se abrió dejándome verlo, tenía una expresión que no supe identificar. Estaba pálido, casi como un muerto, y su cuerpo temblaba. Lo llevé hasta la silla de su escritorio e hice que se sentara. Pasé la mano por su mejilla con suavidad.
—¿Qué pasó?
—Cerrá la puerta, por favor.
Asentí, hice lo que me pidió y volví a acercarme a él.
—Vino Isabel.
—La vi salir. Parecía enojada.
—Me besó un par de veces. Dijo que no iba a parar hasta tenerme.
—Está loca...
—Y eso que no escuchaste por qué les habló a tus padres —me miró—. Te quiere sacar del medio para que no estés conmigo.
—Es lo normal... ¿No?
—No, Gabriel, no es normal lo psicópata que pareció. Dios mío, no puedo creer que esté diciendo esto.
Se pasó las manos por la cara.
—¿Estás enojado?
—¿Y cómo voy a estar, Gabriel?
Sus ojos, como témpanos de hielo, se clavaron en mí. No debería haber hablado de más, no ahora. Tragué saliva nervioso, pero él levantó la mano en son de paz.
—Perdón, no es con vos —bajó la mirada—. Estoy enojado por todo lo que hizo. Por cómo te trató, lo que dijo de vos.
—Manu, no es la primera y no va a ser la última. Menos en este barrio —chasqueó la lengua negando con la cabeza—. Me defendiste, aunque no estaba acá...
—¿Cambia algo que estés o no?
—Podrías dejarlo pasar, hacer como si nada. Pero no lo hiciste. Me defendiste de todas maneras.
No pude evitar que una sonrisita boba apareciera en mi cara. No pensé demasiado en lo que hacía, simplemente lo abracé dejando su cabeza en mi pecho. Lo sentí pegar un salto, pensé que iba a alejarse de mí, pero, para mi sorpresa, unos segundos después sentí sus manos pasar por mi cintura lentamente hasta llegar a mi espalda. Enredé mis dedos en su pelo y lo acaricié con suavidad. Sentía su cuerpo tensionado, un poco tembloroso, parecía seguir enojado.
—Relajate un poco, ella ya se fue y no pasó nada.
—Sigue molestándome cómo habló.
—No importa, Manu, de verdad. Sabía que iba a pasar algo así cuando saliera todo a la luz.
—No es justo.
—La vida no es justa, supongo —me separé de él para mirarlo—. Gracias por defenderme.
Por fin pude ver una sonrisa en su cara, parecía que, por fin, el enojo se le estaba pasando. Le pedí que se quedara ahí antes de salir en dirección a la cocina. Pude ver a las Hermanas en el pasillo hablando entre ellas, seguramente estaban preocupadas por Manuel. Les prometí que el Padre hablaría con ellas a la mañana, que podían volver a entrar a su habitación, ellas asintieron de mala gana y se encerraron. Fui a la cocina, cargué agua en un vaso y volví a la oficina. Él miraba su cuello clerical, susurrando algo que no pude entender. Me acerqué para dejarle el vaso encima del escritorio y me giré para salir, pero él me lo impidió agarrándome de la muñeca, lo miré, pero él seguía con la cabeza a gachas.
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Pecado
Teen FictionManuel es un joven cura que acaba de terminar el sacerdocio. Llega a Del Viso, un pequeño pueblito súmamente religioso, allí será el reemplazante del cura que está próximo a la jubilación. Cuando conoce a Gabriel, un joven estudiante de teología, la...