Manuel
Escuché los pasos de Gabriel acercarse a mí por la espalda. Se sentó al lado mío haciendo que lo mire. Le sonreí, pero él no cambió su expresión seria. Me sostuvo la mirada, de nuevo me sentía un poco raro con él, tenía la misma sensación que cuando lo agarré de la mano en el confesionario. Sus ojos oscuros eran hipnóticos, daban ganas de mirarlos toda la vida. Me confundía sentirme así con él, nunca me había pasado con nadie.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Padre?
—La que quieras.
Se mordió el labio visiblemente nervioso.
—Quería preguntarte sobre Isabel. La vi muy peg...
—No —lo interrumpí—. Sé lo que querés preguntar y la respuesta es no. Ni me interesa, ni quiero que se acerque así a mí. Justamente tenía miedo de esto.
Desvió la mirada de mí.
—No te preocupes, Padre, todos sabemos cómo es ella con los hombres —lo miré incrédulo—. Quiero decir, no es mala, pero es...
—Entiendo —hice una pausa de unos segundos—. ¿Por qué querías preguntarme sobre ella?
Se encogió de hombros.
—Los veía muy pegados, tenía curiosidad —me miró por fin—. No quería incomodarte.
—No, no lo hacés.
Sonreí antes de quedarme en silencio. Nos quedamos mirándonos de nuevo. Quise descubrir qué era lo que me llamaba tanto la atención de él desde el día que llegué. De repente, me di cuenta que tenía las mejillas sonrojadas. Gabriel era un chico atractivo, pero ahora lo era mucho más. El rostro casi angelical que acompañaba a la perfección su nombre, lo hacía llamativo. Era difícil no fijarse en él, no quedarse embobado mirándolo.
—Voy a seguir empaquetando los juguetes.
Dijo rompiendo el silencio. No supe qué contestar, pero no importó demasiado, él se levantó y volvió a la esquina opuesta a la que me encontraba yo. Sentí que mi cabeza se convertía en un ovillo de pensamientos enredados. Me sentí confundido de nuevo. Era la primera vez que alguien lograba desestabilizar mi mente de la manera que lo hacía Gabriel. Solté un suspiro intentando calmar mi mente. Obligué a mi cabeza volver a centrarse en la alabanza que estaba tarareando hasta que él me habló.
Unos minutos después, María apareció en la habitación con un plato con varias porciones de pizza. Acercó una silla y puso el plato en esta, atrás de ella entró Laura con una botella de agua y un par de vasos que nos entregó a cada uno. María nos sonrió y salió llevándose a la otra novicia. Nos sentamos uno al lado del otro y empezamos a comer en silencio. Gabi sacó su celular, seguramente aburrido de tener que estar acá trabajando conmigo.
—¿Podemos sacarnos una foto, Padre? —dijo de repente mirándome—. Se la voy a mandar a mis padres.
—Claro.
Me limpié la mano, me acerqué a él y crucé mi brazo por sus hombros, mientras él levantaba el celular. Sacó un par de fotos antes de separarse agradeciéndome. Lo miré unos segundos mientras él comía distraído con su celular. Volví a centrarme en comer, iba a necesitar la energía por un rato más para terminar de guardar las donaciones. Decidí comenzar una conversación lo más banal que pudiera, que se desvió rápidamente a su carrera y a preguntas de teología. En las últimas reuniones, no se había quedado como de costumbre a hacer consultas, así que aprovechó hasta que terminamos de comer y volvimos al trabajo. Me di cuenta que el manojo de pensamientos que tenía en la cabeza se había deshecho completamente con la conversación. Él parecía tener la clave para desestabilizarme por completo o dejarme como agua quieta. ¿Por qué Dios lo había puesto en mi camino y le había dado ese poder en mí? De repente, unos toques en la puerta de la habitación hicieron que los pensamientos se apartaran por completo. Grité un "pase" como si fuera necesario. La puerta se abrió dejando asomar la cara de Basilio, nos miró y sonrió.
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Pecado
Teen FictionManuel es un joven cura que acaba de terminar el sacerdocio. Llega a Del Viso, un pequeño pueblito súmamente religioso, allí será el reemplazante del cura que está próximo a la jubilación. Cuando conoce a Gabriel, un joven estudiante de teología, la...