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Gabriel

Apenas me vio, mi mamá me abrazó con fuerza y se largó a llorar. Me reclamaba lo que había hecho de forma triste, decepcionada. Le devolví el abrazo escondiendo la cara en su hombro, le susurraba una y otra vez que no iba a volver a pasar por eso, pero parecía no creerme, yo tampoco lo haría. Se separó un poco de mí y me miró con la cara empapada en lágrimas. Ahora me odiaba más que antes por causarle esto a mis padres, ellos habían sido buenos padres para que yo terminara haciendo esta mierda. Puso las manos en mis mejillas y las acarició, sentí ganas de llorar, pero no quería hacerlo frente a ella, le haría peor. No quería seguir lastimándola. La ayudé a desempacar mientras hablábamos de su viaje, aunque no estaba muy concentrada, parecía que quería hablar de otra cosa en realidad. Sabía de qué quería hablar, pero no le iba a decir la verdad, todavía no podía. Terminamos evitando el tema, no íbamos a decir nada si el otro no tocaba el tema y sabíamos que no lo íbamos a hacer. Una vez que terminamos, fuimos al comedor y nos sentamos a tomar café mientras hablábamos. En realidad, ella era quién más hablaba, desde el lavaje de estómago, mi garganta había empeorado un poco. Al principio solamente me dolía y mi voz era ronca, pero ahora casi la había perdido por completo. Tomé un sorbo de mi café y suspiré, ella se fijó en mí rápidamente.

—¿Te duele la garganta, Gabi?

—Un poco.

—Ya se va a pasar, ¿sí? Capaz no tendría que haberte dado el café tan caliente.

—Ma, estoy bien.

Le sonreí logrando que ella también lo hiciera. Ahora se preocupaba más por mí, no quería que lo hiciera, me sentía más culpable que antes.

—Te quiero, Gabi —dijo de repente—, mucho, aunque no te lo diga seguido, sos mi razón para vivir.

Sentí ganas de llorar. ¿Cómo había sido tan mierda para lastimar así a mi mamá? No se merecía un hijo como yo; a un desviado. Bajé la mirada a la mesa sabiendo que iba a hacerla sufrir de nuevo cuando le dijera que no me podía casar con una mujer como ella quería. Sentí su mano pasar por mi cabeza, enredando sus dedos en mi pelo de forma cariñosa. Después, bajó su mano hasta mis hombros para acercarme a ella y terminar abrazándome. Volví a ser un nene. Cuando tenía un mal día, nos sentábamos a merendar y ella me acariciaba el pelo hasta terminar abrazándome. No sabía cuanto extrañaba ese gesto hasta que la melancolía se apoderó de mí. Las ganas de llorar volvieron, tenía un nudo en la garganta que luchaba por tragar, no podía terminar llorando, no podía ser tan débil. Cerré los ojos unos segundos y respiré profundo, me tranquilicé lo mejor que pude antes de volver a mirarla con una sonrisita que ella me devolvió de forma cariñosa. Íbamos a seguir hablando cuando sonaron unos golpes en la puerta, me levanté sabiendo quién era, abrí encontrándome con Facu, no tardó ni un segundo en abrazarme como se le empezaba a hacer costumbre estos días. Me separé rápidamente con un poco de miedo, no quería que mi mamá pensara algo raro. Lo dejé pasar y lo llevé con ella para que se saludaran antes de meternos en mi cuarto.

—¿Cómo te sentís? —preguntó una vez encerrados.

—Bien, creo.

—¿Pasó algo? —negué con la cabeza—. ¿Entonces?

—No sé, me siento mal por mis padres. Ellos no merecen lo que pasó.

—Mi hermana pasó por lo mismo, ¿sabés? Fue difícil, pero no imposible.

—Pero ella tiene un novio que la ayudó después.

—Me tenés a mí, no soy un novio, pero no te voy a dejar solo —me rodeó los hombros y me acercó un poco a él—. Solamente espero que no haya una próxima vez, o voy a poner cámaras en tu cuarto para vigilarte.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora