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Manuel

Toqué la puerta de la casa de Gabriel con miedo de encontrarlo igual que anoche. No lo había visto en las misas ni en la reunión, seguramente estaba descansando de todo. La puerta se abrió dejándome ver a Facundo, él me sonrió dejándome pasar, entré y miré a Gabriel, estaba sentado en el sillón mirando televisión, aunque pareciera estar prestándole más atención a su celular.

—Hola, Gabi —dije aliviado de verlo mejor.

—Voy a comprar algo para tomar, Gabo, ya vengo.

Dijo Facundo antes de salir, pero su amigo tenía la mirada clavada en mí. Me senté al lado suyo cuando la puerta se cerró.

—¿Estás bien? ¿Cómo te sentís?

—Te ves cansado, Padre. Por mi culpa no dormiste bien...

—Eso no importa ahora —agarré su mano como acto reflejo—. Estaba muy preocupado mientras estuviste inconsciente.

Pude ver que en sus mejillas aparecía un rubor, al menos habían vuelto los colores a su cara, me dejaba un poco más tranquilo. Acaricié el dorso de su mano con mi pulgar, él bajó la mirada, pero no hizo ademán de soltarme, ni siquiera parecía que le incomodara.

—Estuve muy preocupado por vos. Cuando Facundo me llamó, salí corriendo al hospital.

—Perdón, seguro interrumpí algo.

—Para nada. Quería saber si estabas bien, si necesitabas algo, si te podía ser de ayuda. Estoy seguro que fue un momento muy difícil para vos —asintió—. ¿Querés hablarme de eso? Va a ser secreto de confesión.

—No, Padre, no tengo ganas de acordarme de eso ahora, ya recuperé mi humor, no quiero estar triste de nuevo.

—Bueno. Cuando quieras hablarlo, acá estoy.

—Gracias, Padre.

Sonrió apretando ligeramente mi mano antes de soltarla con suavidad. Lo miré unos segundos sin decir nada, seguía sin poder creer lo que había hecho, si Facundo no lo encontraba, ahora estaría en su velorio. Un pensamiento se apoderó de mí: no soportaría no tener a Gabriel en mi vida. No tenía idea por qué se había vuelto tan importante para mí, pero ahora no querría perderlo por ningún motivo.

—No tenés que agradecer —dije por fin—. Bueno, tenés mi número si necesitás algo.

—¿Ya te vas?

—Sí, tengo que prepararme para la misa de la noche.

Dije levantándome, él lo hizo también, se paró al lado mío y me miró como si quisiera decirme algo.

—Espero poder ir a la misa mañana.

—No te preocupes, lo principal es que te mejores.

—Sos muy atento conmigo. Gracias, de verdad, creo... creo que me hacía falta verte.

Sentí el corazón golpearme con fuerza el pecho, no sabía cómo reaccionar o qué decir, para mi fortuna, la puerta nos distrajo de la situación, era Facundo que traía una bolsa con algunas cosas. Aproveché para recordarle a Gabi que tenía mi número, me despedí de los dos y salí lo más rápido que pude. Una vez en la vereda, caminé hasta la esquina y paré, me sentía sin aire, distinto, algo había cambiado en mí. Gabriel había hecho que algo cambiara en mí de nuevo, pero era incapaz de saber qué era exactamente. Estaba confundido, era la primera vez que alguien hacía que me pusiera así. El viento frío chocó contra mi mejilla, cerré los ojos e inhalé profundo. Quería calmar mi cabeza, no podía dejar que esto me dominara como lo venía haciendo, necesitaba mantener mi mente fría, controlarme de una vez e ignorar todas las sensaciones que me provocaba estar cerca de él. Abrí los ojos de nuevo y miré mi mano, la que había sostenido y acariciado la de Gabriel. Tenía que evitar el contacto físico con él, estaba haciéndose costumbre que agarrara su mano, ni siquiera lo pensaba cuando estaba tan cerca suyo. ¿Qué hubiera pasado si Facundo nos hubiera visto en esa situación? Tenía que reprimirme y asumir de una vez mi papel como Padre. Pensé por un segundo en alejarme de él como lo hacía con Isabel, pero no podía hacerlo ahora, necesitaba apoyo después de lo que le pasó. Me di cuenta que no quería separarme de él en realidad, si lo quisiera, no buscaría tantas excusas. Suspiré. No podía ni pensar en evitarlo sin que la necesidad de estar cerca suyo hiciera que me arrepintiera automáticamente. Decidí volver de una vez a la parroquia. María me recibió, pero no le presté atención, seguí caminando hasta llegar al oratorio. Estaba vacío como pocas veces pasaba. Me acomodé en uno de los reclinatorios, entrelacé las manos y cerré los ojos. Un Padre nuestro, dos Avemaría y mi cabeza quedó en blanco por completo. Todo había desaparecido a mi alrededor, ahora podía pensar mejor y decidir qué iba a hacer, o ese era el plan hasta que mi mente me recordó la sensación que había tenido en su casa. No había dicho nada que no pudiera justificarse, él estaba pasando un mal momento y, por ahí, necesitaba apoyo de alguien más. Pensé que me gustaría que quisiera verme por algo que no fuera solo eso. Abrí los ojos asustado, casi aturdido. ¿Por qué querría algo así? ¿Por qué con él? Miré la imagen de Jesús en la cruz rogándole una respuesta, pero no llegaba ninguna a mí. ¿Esto era una prueba, entonces? ¿Dios me estaba probando? ¿Qué tenía que aprender ahora? Pegué un salto cuando, de repente, sentí una mano en mi hombro, me giré rápidamente encontrándome con María, me devolvió la mirada preocupada.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien, no te preocupes —le dediqué una sonrisita—. ¿Necesitabas algo?

—Falta poco para que empiece la misa, Padre.

—¿Ya? Dios, perdí la noción del tiempo.

—¿Podemos hablar después?

—Después de cenar podemos ir a la oficina.

Me levanté y salí para dirigirme al cuarto del alba. Me preparé lo más rápido que pude, pero no salí, quería relajarme tanto como pudiera para poder oficiar la misa como debía, no podía seguir pensando en Gabriel, al menos por ahora. Respiré profundo, aguanté el aire unos segundos y lo solté con suavidad. Salí por fin, caminé hasta el altar y me paré atrás del atril notando cómo el murmullo que flotaba en la parroquia se silenciaba automáticamente. Saludé a los presentes mientras abría la Biblia. No miré demasiado a las personas que ocupaban los bancos de la parroquia o estaban parados en el fondo, cerca de la puerta principal, cada vez que levantaba la mirada del libro, la paseaba por las paredes adornadas con imágenes de santos. Me di cuenta que, así, evitaba buscar a Gabriel entre la gente como lo hacía siempre. No importaba cuánto hiciera por apartarlo de mi mente, siempre volvía pocos minutos después. Estaba preocupado, parecía estarse convirtiendo en una obsesión para mí.

Después de la misa y de la cena, María y yo fuimos directamente a la oficina. Me acerqué a la ventana mientras ella se acomodaba en la silla frente a mi escritorio. Miré hacia afuera, la calle estaba prácticamente desierta.

—¿Qué pasó ayer? Volviste muy tarde, tuvo que ser importante.

—Gabriel intentó suicidarse y me llamó Facundo para hacerlo entrar en razón.

—¡Dios mío! ¿Está bien? ¿Por qué lo hizo?

—Sí, está en su casa. No quiso decirme.

Mi voz tembló de repente, me aclaré la garganta esperando que María no se diera cuenta. No quería mirarla, tenía miedo de delatarme, pero escuchar cómo sorbía la nariz me obligó a hacerlo. Estaba llorando con la cara oculta en sus manos.

—María...

—N-nos conocemos desde hace tanto... N-no creí que pensaría en tal cosa. Yo sabía que algo le pasaba.

—¿Cómo? ¿Qué sabías?

Me acerqué al escritorio y busqué en uno de los cajones un paquetito de pañuelos descartables que había dejado hacía unos días, saqué uno y se lo extendí llamándola para que me mirara. Ella agarró el pañuelo y se secó las lágrimas antes de dirigirme la mirada.

—N-no sé qué le pasa exactamente, pero intuía que había algo. Lo veo contento cuando estás con él, pero, cuando te vas, su cara se transforma, e-es como si ese problema tomara posesión de él de nuevo.

Suspiré sin saber qué hacer, no podía obligarlo a que me dijera qué le pasaba, pero tampoco podía hacer la vista gorda con eso, me estresaba no saber qué era lo que lo aquejaba, me preocupaba más de lo que debería.

—P-Padre, ¿te puedo hacer una pregunta? —asentí distraído—. ¿Por qué saliste tan desesperado para ir a verlo? 

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Muy buenas~ acá traigo un nuevo capítulo. ¿Qué piensan ahora que Manuel se replantea su relación con Gabriel? Tengo muchas ganas de leer lo que piensan. Si les está gustando, por favor voten, comenten y compartan, todo apoyo se les agradece muchísimo. 

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora